Los últimos de los últimos también tienen derechos

El sacerdote valenciano Vicente Aparicio construye un centro para niños discapacitados en el Sáhara

MARIA NIEVES LEÓN | La tarde declina en Smara. El sol va bajando y se oculta tras las dunas. Todo aparece en tonos rosados, mientras un grupo de chiquillos corretea por las calles polvorientas. La población puede llegar a tener hasta 20.000 habitantes y está agrupada en distintos asentamientos. Las viviendas, con apenas algún muro de adobe, son casi todas jaimas. Smara es la única ciudad importante del Sáhara Occidental no fundada por españoles, una de las cuatro wilayas –provincias– en las que se estructuran los refugiados saharauis en Tinduf. [Siga aquí si no es suscriptor]

Son escasas las edificaciones situadas en pleno desierto, y todas ellas de una planta. Lo que en principio iba a ser una instalación temporal, una concesión por parte de Argelia, se ha convertido en residencia permanente, sin red de agua potable ni alcantarillado. Las calles son de polvo y arena. Carecen de los mínimos servicios que nosotros exigiríamos para considerarlo digno. Los pozos de agua, de mala calidad, muy salinos, se utilizan para regar las pobres huertas que el Sáhara permite cultivar. Y los cultivos, también muy pobres, los utilizan para consumo propio. Todo lo demás, incluyendo el agua para beber, tienen que importarlo.

Las tiendas de campaña tienen una zona de estar y dormitorios, y a veces pueden tener una pequeña cocina de obra exterior. Entramos en una de ellas y vemos humear las jarras de té. Vicente Aparicio, el padre Vicente, está conociendo los habitantes del lugar, donde va a levantar un centro para discapacitados profundos. Un grupo de mujeres le rodea y le enseña el poblado. Es gente muy acogedora y enseguida le brindan un gesto de bienvenida.

Las mujeres son las que han llevado el mayor peso del trabajo desde que se produjo el exilio. Al ‘desinstalarse’, los hombres han perdido su medio de vida y las mujeres tienen que continuar llevando adelante la casa, como pueden, y cuidar de los hijos, en peores condiciones que antes, intentando mantener su forma de vida y guardar sus tradiciones. Las escuelas, en las que enseñan el español, solo alcanzan a los más pequeños, y si algún chico quiere progresar, necesariamente tiene que salir de allí.

Esto se encuentra Vicente Aparicio al llegar a Smara. Pero, ¿por qué está ahí?

La cosa surgió al ver un vídeo en el que un grupo de cooperantes repartía alimentos a los antiguos habitantes del Sáhara. Allí aparecían unos niños con discapacidad viviendo en condiciones poco dignas. Él preguntó si tenían algún tipo de atención y la respuesta fue negativa. No solo eso, sino que, en general, los mantienen escondidos dentro de las casas para que nadie los vea, “como un tabú, especialmente para las embarazadas, que creen que si ven a algún niño con minusvalía, su bebé también la puede tener. Así que las familias los apartan”.

Vocación en el dolor

Aparicio se puso en marcha. Hace treinta años que creó la Asociación de Padres de niños discapacitados (ASPADIS), que en este momento tiene ya, en Valencia, en la comarca de la Ribera, cuatro centros que él dirige y en los que atienden a unos 100 muchachos.

Lo de ser voluntario le viene desde atrás. A los 16 años comenzó a colaborar en el psiquiátrico de Valencia, llegando a ser, dos años más tarde, coordinador nacional de Cruz Roja Jóvenes. “Mi vocación sacerdotal nació por el descubrimiento de Dios a través del mundo del dolor y la marginación”, cuenta él. Dejó sus estudios de Derecho e ingresó en el Seminario. Hoy compagina la dirección y gestión de los centros de discapacitados que ha levantado con las clases de Religión que imparte en el Instituto Bernat Guinovart de Algemesí.

Este es un nuevo reto para Aparicio, quien ya cuenta con residencias para jóvenes que se encuentran en situación de abandono total o grave situación familiar socioeconómica: la primera, Padre Poveda, para niños discapacitados profundos de 4 a 18 años, creada en 1980; Virgen Niña, inaugurada en 1986, cubre el espectro siguiente, jóvenes de 18 a 25 años; en 1996 vino el Centro Salvador Amat, centro permanente de ámbito nacional abierto todo el año para mayores de 25 años y que en verano funciona en régimen de campamento y acoge a niños y jóvenes disminuidos que no tienen hogar donde pasar las vacaciones estivales. Y, finalmente, el Centro Javier Jaque, que se abrió en 1999 para discapacitados profundos o severos con trastornos de conducta.

“Todo mi ser se conmovió”, explica el P. Vicente, apenas recibió las imágenes de unos jóvenes sin atención. Ya muchas veces había puesto en marcha todos los resortes posibles para levantar una a una las residencias. En territorio argelino iba a ser más difícil, pero “los muchachos saharauis tienen unos derechos que no pueden esperar, no pueden ser ignorados por más tiempo”. Viajó allá y, pocos meses más tarde, con proyecto en mano, la maquinaria se empieza a mover.

En memoria del obispo Sanus

El proyecto en el Sáhara se va a llamar Residencia Rafael Sanus, en memoria del que fue obispo auxiliar de Valencia, fallecido hace justo un año. Vicente ha conseguido de las autoridades de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD) un espacio de 4.000 m2 que ya están cercando. La actual secretaria de Estado de Asuntos Sociales y de Promoción Femenina, Mahfuda Mohamed Rahal, “espera con mucho interés la creación de este proyecto”, asegura Aparicio, ya que ellos no tienen posibilidad para hacerlo y las familias se ven impotentes para atender a los muchachos.

Además de los chicos y chicas que puedan ser acogidos en esta residencia, se quiere hacer llegar también la atención sanitaria, alimentaria e higiénica a otros 64 niños afectados en sus domicilios, ya que en este proyecto inicial es imposible atenderlos como internos. Para ello, se está trabajando para conseguir las ayudas necesarias que permitan ofrecerles un depósito de agua por familia, pañales y material de higiene, revisión sanitaria periódica; y para mejorar la alimentación de los niños, se desea proporcionar a cada familia una cabra lechera, que se adquirirá gracias una campaña que busca a donantes económicos.

Todo va a ser financiado con donaciones. El P. Vicente ya está muy acostumbrado a pedir para sus centros. Y la respuesta es siempre muy generosa. Además de dinero, van a hacer falta para la instalación del centro, sanitarios, armarios, colchones, utensilios de cocina, aparatos de aire acondicionado, algún televisor… De momento, en junio va a salir por barco desde Alicante un contenedor con la primera remesa de materiales.

Atención y educación integral

La Residencia Rafael Sanus ya está diseñada y van a empezar las obras. Tiene planta de cruz griega, de unos 400 m2. La zona central es una sala polivalente, y en los distintos brazos están las habitaciones (con capacidad para 20 camas), la zona de cocinas, servicios, despacho y dependencias para el personal técnico y sanitario. El centro contará con fisioterapeutas y psicólogos de la población, médico y auxiliares de clínica, todos ellos nativos, porque son los que mejor conocen la cultura e idiosincrasia saharaui. Una psicóloga española efectuará el seguimiento y la coordinación del proyecto, siempre desde el respeto a las características culturales y religiosas de la población.

El P. Vicente Aparicio quiere crear una escuela de padres (o mejor, madres) para formar a la población, especialmente a los familiares de los muchachos discapacitados, en temas de salud, higiene, profilaxis, atención y alimentación. “Deberemos contar también con la ayuda de las industrias farmacéuticas, ya que el pescado, por ejemplo, no llega a esas tierras, y el cerdo no lo toman por cuestiones religiosas”, explica el sacerdote valenciano.

Anejo al edificio, que se construirá con bloques de hormigón prefabricado, habrá un pequeño edificio exento como dispensario farmacéutico para atender a la población. “El arzobispo de Valencia, Carlos Osoro, ha acogido el proyecto con mucho cariño”, señala Vicente Aparicio.

En el nº 2.755 de Vida Nueva.

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