Ciriaco Benavente: “Se busca señalar a los inmigrantes como el chivo expiatorio”

Presidente de la Comisión Episcopal de Migraciones

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA | Después de presidir la Comisión Episcopal de Migraciones entre 1999 y 2005, tras la última Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal, Ciriaco Benavente ha vuelto a ser llamado a esta función en sustitución del ya emérito José Sánchez. Con las mismas fuerzas por contribuir a la defensa de la dignidad de los inmigrantes, el obispo de Albacete espera ser, una vez más, instrumento de servicio.

El colectivo inmigrante es uno de los más afectados por la crisis. Pese a todo, ¿por qué muchos los señalan como los culpables de la misma?

Los obispos, en una declaración sobre la situación, decíamos, efectivamente, que los inmigrantes estaban siendo “víctimas de la crisis”. Lo de señalarlos como los culpables será porque hay que buscar siempre el chivo expiatorio. En las épocas de bonanza económica, los inmigrantes han contribuido de manera decisiva a nuestro enriquecimiento, muchas veces, asumiendo los trabajos que nadie quería. ¿Alguien se ha molestado en echar la cuenta de lo que cuesta a la sociedad una criatura desde que nace hasta que llega a la edad productiva? Son muchos millones. Los inmigrantes nos han llegado, por lo general, ya criados, en edad laboral e, incluso, como demuestran investigaciones, con un nivel de estudios semejante al nivel medio de los españoles.

Las dificultades para renovar los permisos de residencia, la instrumentalización del padrón, la caza al inmigrante por las fuerzas de Seguridad, la más que cuestionable situación en los Centros de Internamiento de Extranjeros, las redes de trata de blancas… son realidades muy preocupantes. En la España del siglo XXI, ¿el inmigrante es tratado como un objeto?

No se puede, creo, negar al Estado el derecho a regular el acceso al país y, desde luego, no se le puede negar la autoridad para perseguir las conductas delictivas. Lo que sí sería reprobable es considerar al inmigrante, antes que como persona, como mano de obra, o como delincuente por el solo hecho de ser inmigrante. La persona siempre merece un trato acorde con su dignidad.

¿En qué modo la Iglesia puede contribuir a revertir esta situación?

Creo que la Iglesia –Caritas, las parroquias y otras organizaciones eclesiales– está haciendo mucho, y bien hecho, a favor de los inmigrantes. También otras organizaciones no confesionales. Pero el problema es tan vasto que siempre será poco para lo que habría que hacer.

Hay una tarea educativa que hay que realizar con nuestra gente de aquí, para ayudar a superar prejuicios, tópicos, miedo al diferente. Está la acogida y la ayuda de todo tipo hasta que el inmigrante pueda valerse por sí mismo. Está el esfuerzo, tanto por una como por otra parte, para la integración. Y está la denuncia profética cuando sea oportuna y necesaria.

La Iglesia tampoco puede olvidar lo que constituye siempre su identidad y su misión, que es la evangelización. Una evangelización que no se impone, ni condiciona a la persona, pero que le da la posibilidad de conocer y, consecuentemente, de elegir. Así entendida, la evangelización no es una ofensa, sino que resulta un obsequio a la dignidad misma de cada persona.

En el nº 2.752 de Vida Nueva.

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