La mística de la paz

ERNESTO OCHOA MORENO

La paz, que irremediablemente debe trasegar caminos políticos de negociación, es una vivencia mística. No religiosa, entendámonos, aunque tarde o temprano tiene que tocar las fibras hondas de lo que es la religión, cualquier que se el concepto que se tenga al respecto y la trinchera confesional de quien hace la guerra y del que busca la paz.

La paz, como mística, o si usted quiere, la mística de la paz implica la trascendencia de las mediaciones (diálogo, negociación, aspectos jurídicos y políticos, etc.) para convertirse en un objetivo que arrastra, purificando las actitudes de las personas, las instituciones, la sociedad.
Hay un ascetismo de la paz que hay que estar dispuesto enfrentar y afrontar si queremos  salir adelante en la convivencia pacífica. Hay  que transformar estructuras mentales y emocionales, morales y éticas, si verdaderamente se quiere la paz.
Por eso, no hay paz sin perdón, sin reconciliación, sin justicia social. Y eso, extirpar del corazón y de las sociedades los odios, la sed de venganza, las radicalizaciones, la explotación de los demás, el egoísmo, es no sólo la última y más dura batalla de una guerra, sino el primero y más difícil combate de la paz.
Meterse en ese camino es una propuesta mística, no una endeble actitud devocional. Una aventura espiritual que implica un cambio de mentalidad, una “metanoia”. Cambiar los corazones de piedra por corazones de carne, que era lo que predicaba el profeta. Tener mística de la paz es vivir la paz como exigencia y realidad místicas. No basta ser devotos de la paz. Hay que ir hasta las últimas consecuencias. Dar un salto en el vacío. Que eso, ni más ni menos, es la mística.

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