Yo también soy eurodiputada

DOLORES ALEIXANDRE, RSCJ

“No todo está perdido y nos queda un recurso salvador: desabrocharnos el cinturón, explorar la zona de atrás y tratar de establecer relación (“hacerse amigos con la riqueza injusta”, lo llama el Evangelio) con los que están del otro lado de la cortinilla”

Al leer este año el evangelio del Lunes de Pascua, se me ocurrió esta adivinanza de fácil respuesta: ¿en qué se parecen los eurodiputados (ED) a los guardianes del sepulcro de Jesús? Solución: en que ambos colectivos reciben recompensa no por trabajar, sino por dormir (más cómodos los primeros gracias a las butacas de clase preferente a las que han votado no renunciar).

Andaba yo muy contenta de sumarme en esta columna a la irritación de tantos, ahora que ya se nos ha pasado la que volcamos sobre los controladores, y poder reincidir de nuevo en ese hábito infausto de echar culpas indiscriminadas a colectivos enteros. Menos mal que, en una especie de visión onírica, me he visto a mí misma plácidamente dormida en business class y he descubierto que en muchas cosas también viajo por la vida como si fuera ED.

Por si le pasa a alguno más de los que lean esto, ahí van datos: abrimos el grifo y sale agua, comemos 3 veces al día, hemos ido a la escuela, nos vamos de vacaciones, manejamos mil artilugios electrónicos, nos defendemos del frío y del calor a base de consumir energía y es improbable que muramos de malaria o de cólera. Y como hemos discurrido sistemas eficaces de cortinillas que nos separan de los del otro lado, no nos enteramos de lo que pasa en su pasillo, que para eso están los cierres de fronteras a los extracomunitarios si se tercia.

No todo está perdido y nos queda un recurso salvador: desabrocharnos el cinturón, explorar la zona de atrás y tratar de establecer relación (“hacerse amigos con la riqueza injusta”, lo llama el Evangelio) con los que están del otro lado de la cortinilla: quizá suceda el milagro y nos demos cuenta de que, estando “de su parte”, nos volvemos más humanos y verdaderos. Aunque los asientos sean más estrechos, también lo es esa puerta de la que hablaba Jesús. Y es más probable que nos encontremos por ahí al que eligió viajar por la vida en clase turista.

daleixandre@vidanueva.es

En el nº 2.753 de Vida Nueva

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