La ‘Passio’ de Las Edades del Hombre

Medina de Rioseco y Medina del Campo, sedes de una nueva edición

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | Sorprendente, renovada y tan excepcional como siempre. Así es la nueva edición de Las Edades del Hombre, inaugurada en Medina de Rioseco y Medina del Campo. Más allá de la nueva andadura, fuera de las sedes episcopales, Passio representa, además, la inserción del arte contemporáneo como un capítulo más del patrimonio eclesiástico. [Siga aquí si no es suscriptor]

El comisario, Óscar Robledo Merino, se estrena en la decimosexta exposición, “singular respecto a las anteriores ediciones”. Es la primera vez que se celebra “en dos lugares distintos, aunque poco distantes”: Medina de Rioseco y Medina del Campo, a 65 kilómetros la una de la otra, ambas en la provincia y archidiócesis de Valladolid. Y lo hace, además, en dos iglesias que no son templos catedralicios: la de Santiago de los Caballeros y la de Santiago el Real, respectivamente, que lucen restauradas, con sus retablos mayores sabiamente insertados en el discurso expositivo. La elección de las sedes ha impuesto el título y tema sobre el que gira esta edición: Passio, vocablo latino que significa Pasión. Eso es: la representación de la pasión, muerte, sepultura y resurrección del Señor.

En segundo término, la muestra es particular, sobre todo, porque “es necesario advertir que para esta edición –explica el comisario– se ha seleccionado un importante número de obras de arte contemporáneo, principalmente de artistas castellano-leoneses del siglo XX, que se confrontarán y dialogarán conceptual y estilísticamente con otras más antiguas.

Es de esperar que este diálogo entre las obras artísticas antiguas y modernas y entre el espectador y las obras expuestas sea novedoso y fecundo para cuantos la visiten”. La expectativa de Óscar Robledo –que ya ha anunciado que las próximas ediciones tendrán sede en Oña, Arévalo y Aranda del Duero– apunta a alcanzar, hasta noviembre, los 400.000 visitantes, similares a los que han obtenido las ediciones de Ponferrada, Ciudad Rodrigo, Astorga o Burgo de Osma… Y que, según las cuentas del mismo Robledo, dejará las visitas de Las Edades del Hombre al borde de los diez millones. Un hito para el arte y la cultura de la Iglesia.

El contenido de Passio es, podría decirse, idéntico en las dos sedes, pero en cada una de ellas se muestra de forma diferente, “de modo que las exposiciones guardan entre sí una vinculación temática y, a la vez, pueden ser consideradas independientes debido al tratamiento con que se abordan”, como lo describe Robledo. Ambas ensamblan un discurso “que pretende evocar la simbología y teología que emana de la Pasión de Cristo”.

En Medina de Rioseco se muestra cronológicamente, con 55 obras, la pasión, muerte, sepultura y resurrección de Cristo; mientras que en Medina del Campo se exponen 92 obras a través de cinco capítulos, que abordan esta misma Pasión desde diversas perspectivas: Ecce Homo, Agnus Dei, Fons et culmen, Dulce Lignum y Via Crucis. En ambos casos, el punto de partida es espectacular, con piezas contemporáneas de gran tamaño. Si en Medina de Rioseco impacta la Sagrada Cena (2001), del escultor Venancio Blanco, bronce fundido a la cera, no menos llamativa es la Corona (1999) de José Luis Alonso Coomonte, realizada con arados de hierro.

Obras contemporáneas

No es la primera vez que el arte contemporáneo penetra en Las Edades del Hombre, pero sí es la primera edición en la que el número de obras de finales del siglo XIX a principios del XXI es tan amplio –aunque mucho menos de lo que parece: tan sólo 21 de las 92 seleccionadas en Medina del Campo son posteriores a 1880– que comparten protagonismo, especialmente, con el Barroco.

Lo cual ni mucho menos debería sorprender porque, en la mayoría de los casos, la procedencia de las obras contemporáneas es la misma que las del Románico o el Gótico: las propias iglesias, básicamente del Obispado de Valladolid, pero también de Burgos, Zamora, Ávila, Salamanca, Palencia, Toledo, Oviedo o Madrid. Por ejemplo, el notorio lienzo de la Última cena (1973), de José Vela-Zanetti, que abre la exposición de Medina de Rioseco, procede de la iglesia parroquial de San Juan el Real (Oviedo), lo mismo que la talla policromada del Cristo de la Buena Nueva (1988); de Segundo Gutiérrez, con el que curiosamente se cierra el itinerario de Medina de Rioseco, proviene de la iglesia parroquial de Santiago Apóstol (Benavente).

Autoridades civiles y eclesiales en la inauguración de la muestra

En Medina del Campo, sin embargo, las obras contemporáneas son, casi todas, préstamos de museos o colecciones particulares –y hay que nombrar, por ejemplo, Los Disciplinantes (1933), de Gutiérrez Solana o las dos Crucifixiones, ambas de 1966, de Antonio Saura, que con acierto se han insertado en un itinerario sacro.

Itinenario en el que, en cualquier caso, hay que resaltar, por un lado, que se mantiene un equilibrio apenas discordante: pese a que el criterio expositivo es mezclar épocas, estilos y técnicas, por lo general abunda la coherencia, salvo excepciones en lo que lo espectacular –el grupo escultórico de Venancio Blanco, por ejemplo– rompe la sincronía. Por otro, el peso abrumador sigue siendo, como en otras ediciones, el del Renacimiento y el del Barroco.

Al principio y al final, nos quedamos con el temple de Juan de Juanes o Alonso Cano, y, por supuesto, la vivísima escultura –protagonista junto a la orfebrería, arquetas, misales, cantorales– de Juan de Juni, Alonso de Berruguete, Gregorio Fernández, Francisco Giralte, Pedro de Mena, Esteban de Rueda o Diego de Siloé.

O lo que es lo mismo, mientras que en el repertorio clásico, incluido el neoclasicismo de Luis Salvador Carmona, sigue siendo deslumbrante, irregular es la selección contemporánea, pese a la presencia indudable de pintores renombrados como Gutiérrez Solana, Vela-Zanetti, Antonio Saura y Díaz-Caneja o, del mismo modo, de escultores de indudable talento como Eduardo Barrón, Venancio Blanco, Baltasar Lobo o Vitorio Macho. Otros no están a la altura de las circustancias,  es decir, la calidad artística de un “patrimonio admirable e inagotable”, como lo definió el obispo de Valladolid, Ricardo Blázquez, durante la inauguración. No cambia la perfecta adecuación del itinerario expositivo al discurso eclesiástico, al mensaje de la Pasión, simbolizado en la última obra que cierra la muestra en Medina del Campo: La Resurrección, anterior a 1490 y atribuida recientemente a Fernando Gallego.

En el número 2.753 de Vida Nueva.

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