¿Hablar de Dios hoy? Una reflexión en la frontera

Filosofía y teología, en diálogo

LUIS MIGUEL ARROYO, profesor de Filosofía en la Universidad de Huelva | Ante el silencio sobre Dios que impera en la filosofía y la cultura actuales, surge la pregunta: ¿tiene sentido hablar de Dios hoy? En busca de una respuesta, el autor de estas páginas propone una reflexión fronteriza entre filosofía y teología, la que confronta el ateísmo de L. Feuerbach con la búsqueda de la Trascendencia de W. Pannenberg.

Ambas posiciones pueden y deben dialogar para hacer frente hoy a esa forma nueva de irreligiosidad, más radical que el ateísmo clásico: la indiferencia religiosa. Combatirla debería ser una empresa común de creyentes y no creyentes, porque hablar sobre Dios y sobre el hombre se implican.

Es conveniente que diga una palabra sobre el título de esta reflexión. El título “¿Hablar de Dios hoy?” expresa una interrogación, porque hace ya un siglo que la filosofía (en sus autores más representativos) no habla de Dios. Hay un verdadero silencio sobre Dios en la filosofía y en la producción cultural occidental contemporáneas que parece dar la razón al anuncio que Nietzsche hizo a finales del siglo XIX proclamando la muerte de Dios como un acontecimiento cargado de futuro. Este silencio sobre Dios, esta ausencia de lo sagrado, ha tomado en nuestro tiempo la forma de una masiva indiferencia religiosa. Por eso, quien hoy desee hablar de Dios en el ámbito de la filosofía debe justificar primero la pertinencia y la necesidad del tema. De ahí la pregunta: ¿tiene sentido hablar de Dios hoy?

Se trata, además, de una reflexión en la frontera. Hay muchas formas de frontera y de vivir en la frontera. Aquí me refiero a la clásica línea de demarcación entre la teología y la filosofía. Esa línea no siempre es nítida y clara, de ahí que un capítulo esencial en Teología Fundamental es el llamado con la acertada expresión de “cuestiones fronterizas”.

En el caso de hoy, a un lado de la tenue línea fronteriza está el ateísmo (que yo llamo clásico) representado por L. Feuerbach, el verdadero padre del ateísmo contemporáneo, y al otro lado está la reflexión filosófico-teológica sobre la Trascendencia y la búsqueda de sentido (de ahí que hable del dominio, más difícil de precisar aún, de la teología filosófica y no de la teología confesional), representada por el teólogo y filósofo Wolfahrt Pannenberg.

Feuerbach-y-Pannenberg

La indiferencia religiosa

La tesis que voy a sostener es muy sencilla: la irreligiosidad tiene hoy una forma nueva y más radical que el ateísmo clásico: la indiferencia religiosa. La indiferencia, más que una negación explícita de Dios, es la negación de la cuestión misma. Dicho con el lenguaje de la calle: la indiferencia no necesita argumentar contra la existencia de Dios, simplemente pasa del tema porque carece de todo interés; para la indiferencia, el tema Dios ha dejado de significar algo en la vida de las personas.

Pues bien, para hablar de Dios hoy es necesario afrontar esta nueva actitud. Y para ello, paradójicamente, el ateísmo clásico (Feuerbach) y la búsqueda creyente de razones para la apertura a la Trascendencia (Pannenberg) pueden y deben dialogar, pues ambas posiciones son contrarias a la indiferencia religiosa. Para hacer frente a la indiferencia y volver a hablar de Dios filosóficamente, los creyentes tienen que dialogar con Feuerbach y contar con él.

Voy a dividir mi exposición en cuatro partes y una conclusión. Tras una introducción a la cuestión, nos detendremos en el fenómeno de la indiferencia; luego plantearé la propuesta de que hablar sobre Dios y hablar sobre el hombre se implican; seguirá la reivindicación de Dios como problema filosófico, y terminaremos con una conclusión.

I. Introducción

Al comienzo de su sugerente libro, Eclipse de Dios, nos informa M. Buber de dos conversaciones mantenidas por él mismo con otras dos personas, conversaciones en las que Dios era el tema de discusión.

En la primera, un trabajador anónimo –repitiendo una conocida frase pronunciada por el astrónomo Laplace ante Napoleón– manifestaba a Buber su convicción y su experiencia de que no necesitaba la “hipótesis Dios” para orientarse en el mundo. Ese hombre no se declaraba ateo; no negaba con decisión la existencia de Dios, más bien representaba la posición, tan común en nuestro tiempo, de la indiferencia. En efecto, el anónimo interlocutor de Buber representaba la posición de quien vive sin echar en falta a Dios para nada. Su punto de vista era el de las personas para las que el tema “Dios” carece de significación y de interés, como asunto de reflexión teórica y como experiencia fundamental de la vida.

La segunda conversación, de alguna manera, fue la antítesis de la primera. En ella, el filósofo P. Natorp advertía a Buber sobre el abuso que se ha hecho de la palabra “Dios” a lo largo de la historia humana. Una palabra que se ha pronunciado para representar burdas imágenes de lo Sagrado y para justificar en su nombre las mayores crueldades; una palabra, en definitiva, convertida en la clave de los fundamentalismos religiosos de todo signo.

A esta advertencia respondió Buber reconociendo la verdad de lo manifestado por su interlocutor: “Es cierto que [los hombres] dibujan caricaturas y debajo escriben la palabra ‘Dios’; se matan entre ellos y dicen que lo hacen ‘en nombre de Dios’. [Por eso] debemos estimar a los que no la admiten porque se rebelan contra la injusticia y el abuso que tan de buen grado se justifican con la palabra ‘Dios’; pero no podemos abandonar esta palabra […]. No podemos limpiar la palabra ‘Dios’, no es posible lograrlo del todo; pero levantarla del suelo, tan profanada y rota como está, y entronizarla después de una hora de gran aflicción, esto sí podemos hacerlo”.

Indiferencia y fudamentalismos religiosos

Estas dos conversaciones habidas en el pasado son, en mi opinión, completamente actuales y reflejan dos actitudes contrarias muy frecuentes en nuestro tiempo: la indiferencia y el fundamentalismo religiosos. Ambas actitudes representan un serio obstáculo para hablar de Dios hoy.

La primera, la indiferencia, porque prescinde por completo del tema; la segunda, el fundamentalismo, porque manipula la trascendencia divina y sustituye a Dios por cuantos ídolos conviene a la intolerancia. Con todo, es la indiferencia religiosa un fenómeno masivo que supera con mucho al fundamentalismo en número de adhesiones. De ella me voy a ocupar en esta ocasión, y lo voy a hacer en la frontera del pensamiento filosófico y teológico y desde una perspectiva que considero –perdón por la inmodestia– original. En efecto, por sorprendente que parezca, estoy convencido de que el ateísmo clásico y la reflexión teológica tienen un punto en común y un serio motivo de diálogo: frente a la indiferencia religiosa, que considera el tema ‘Dios’ como absolutamente irrelevante e insignificante, el ateísmo clásico y la reflexión teológica coinciden en afirmar la necesidad imperiosa de hablar de Dios hoy.

Desde que Paul Ricoeur acuñó la expresión “maestros de la sospecha”, referida a Marx, Nietzsche y Freud, estos autores se han convertido en los representantes canónicos del ateísmo clásico decimonónico; sin embargo, el precedente de todos ellos es Ludwig Feuerbach, de cuyas tesis los tres son, de una forma u otra, deudores. Feuerbach es, pues, la verdadera raíz y el verdadero padre del ateísmo clásico, y a él me voy a referir.

Pero ¿hay algún fundamento para creer que el ateo militante que fue Feuerbach vería con preocupación e incluso desagrado la indiferencia actual frente al tema “Dios”, precisamente él, que luchó durante toda su vida para liberar al hombre de lo que él mismo consideraba la causa más profunda de la alienación humana? Creo que esta pregunta tiene una respuesta afirmativa y clara en palabras del propio Feuerbach, que explican el verdadero sentido de su ateísmo: “Quien no sabe decir de mí sino que soy ateo, no sabe nada de mí. La cuestión de si Dios existe o no, la contraposición de teísmo y ateísmo, pertenece a los siglos XVII y XVIII, pero no al XIX. Yo niego a Dios. Esto quiere decir en mi caso: yo niego la negación del hombre. La cuestión sobre el ser o no ser de Dios es en mi caso únicamente la cuestión sobre el ser o no ser del hombre”.

Es necesario subrayar que Feuerbach afirma en el texto citado su ateísmo, más aún, declara ya respondida la pregunta sobre la existencia de Dios; respondida, pero no acabada. En efecto, según Feuerbach, la cuestión sobre Dios es también la cuestión sobre el hombre. De manera que su ateísmo no es un simple ateísmo negador de Dios, sino un combate permanente por la afirmación del hombre. Por consiguiente, la cuestión sobre Dios sigue siendo una cuestión necesaria en tanto que en ella se juega también la cuestión sobre el hombre, la cuestión fundamental sobre el sentido.

Pues bien, en nuestro tiempo, tanto el ateísmo humanista de Feuerbach como la respuesta de la teología a este, se ven confrontados con una nueva realidad de increencia distinta del ateísmo militante: la indiferencia.

La nueva pregunta

El fenómeno, masivo, de la indiferencia nos sitúa ante una pregunta distinta de la clásica ¿existe Dios? La nueva pregunta se formula así: ¿qué sentido tiene hablar de Dios hoy? Esta pregunta está indicando una cuestión previa a la de la existencia o no de Dios. Es, por tanto, una pregunta anterior a la discusión entre el teísmo y el ateísmo, ya que estos presuponen que se puede –más aún, que se debe– hablar sobre Dios. En una situación de indiferencia, la pregunta ¿hablar de Dios? es radical, pues con ella se nos quiere preguntar sobre el sentido de la pregunta misma: ¿merece la pena preguntarse por Dios y ocuparse de tal asunto? Dicho de otra manera: en el teísmo y en el ateísmo, Dios da que pensar, en la indiferencia, no; en la indiferencia, Dios es un tema carente de interés, irrelevante.

Pero frente a esa irrelevancia que muchos conceden al tema Dios, una cosa es cierta: exista o no exista Dios, ocurra lo que ocurra con él, “la palabra ‘Dios’ existe”. La existencia –al menos lingüística– de Dios es un fenómeno “irrecusable”. Y si esta palabra humana existe, es justo y necesario que nos ocupemos de ella. Para hacerlo, debemos comenzar por detenernos, aunque sea brevemente, en la realidad de la indiferencia.

Pliego íntegro, en el nº 2.751 de Vida Nueva.

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