EDITORIAL VIDA NUEVA | No deja de ser curioso que durante la pasada Semana Santa, en Cuba, los dirigentes comunistas de la Isla, en pleno congreso anual, hayan hecho de forma explícita un reconocimiento a la labor humanitaria de la Iglesia. Y que lo haya hecho en las vísperas de la beatificación de Juan Pablo II, el pontífice que acuñó el ya clásico mensaje de mutua apertura entre el mundo y Cuba. Hay quien dice que la histórica visita papal y el encuentro entre los dos viejos mandatarios, Karol Wojtyla y Fidel Castro, marcó un antes y un después en el pequeño país caribeño, uno de los pocos que sigue gobernado por el comunismo.
Y esta apertura se ha ido haciendo con paciencia, con tesón y con no pocos esfuerzos por ambas partes. La diplomacia vaticana ha ido tejiendo su red para ayudar a los cubanos a recuperar algunas de sus libertades, y la Iglesia, con exquisita mano izquierda, ha ido buscando huecos en los que situarse para poder ejercer su misión espiritual. No cabe duda que hoy es la Iglesia la institución pública cubana más considerada para poder ayudar a una transición pacífica, sin los intereses políticos o económicos de otros ejes externos. La Iglesia, sin duda, ayudará a esta transición, y es esa una de sus tareas fundamentales en momentos de cambio como el presente.
En este camino común, está siendo muy importante el diálogo como actitud, una exigencia irrenunciable a su misión evangelizadora y reconciliadora. En ese empeño, la Iglesia se propuso fomentar en sus diversos sectores el espíritu de diálogo para entablarlo, siempre que sea posible, seria y sinceramente, con todos. Desde ese diálogo se han podido construir puentes y establecer lazos. Hay que seguir fortaleciéndolos. En este sentido, no debemos olvidar el papel que ha realizado el Gobierno español, junto con la Secretaría de Estado de la Santa Sede, para hacer más viable el diálogo y lograr pasos que ayuden a tener mayores espacios de libertad.
Publicado en el número el número 2.751 de Vida Nueva (del 30 de abril al 6 de mayo de 2011).
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