La responsabilidad empresarial… de feria

En esta feria no vendían nada, como en la del libro o en la agropecuaria, o en la del hogar. En esta tercera versión de la feria Colombia Responsable se compartía una idea, era un evento a la vez pedagógico, publicitario, de contactos, de demostración de un espíritu que va creciendo en las empresas colombianas. Para entender esta feria había que preguntarse a la entrada: ¿cómo le están respondiendo las empresas al país?

Este año la feria ocupó cuatro pabellones. Uno para su foro internacional sobre inversión social. Otro para Acción Social. Un tercer pabellón de dos pisos para la sociedad civil, sectores empresariales e institucionales. El último, más pequeño, de la Cámara de Comercio de Bogotá.

En los pabellones

En los pabellones de exposición, acercarse y preguntar, zigzaguear por entre los stand, era hacer un recorrido por entre los problemas que existen en Colombia: pasaba de “AMESE” (Apoyo a mujeres con enfermedades de seno) a la Asociación Bancos de alimentos; de los Comités de rehabilitación saltaba hacia los Computadores para Educar, veía cómo se reciclaban las pilas, me detenía en Arte sin fronteras, volteaba a la Fundación para las víctimas del Nogal, observaba la Fundación Mujeres con Éxito, retrocedía hasta la Fundación Red de Sanción Social Contra el Abuso Infantil, tomaba aliento y continuaba al Instituto Nacional de ciegos, luego leía “Yo hago parte de la esperanza. GTO-14”. Es la unión de 14 organizaciones de la sociedad civil que trabajan en torno a las minas antipersonal, dijeron. Volví a la ruta camino al Instituto Nacional para sordos, se veían varias iniciativas para la población desplazada, ¿serán pocas para una población tan grande? -pensé-.
En los pabellones 3 y 7, estaban las exposiciones de Acción Social y la Cámara de Comercio de Bogotá. En todos los recorridos por la feria fueron los más solitarios y silenciosos. En especial el de Acción Social, en cuyo ambiente no se sentía ese afán por mostrar lo que se estaba haciendo, había hecho o lo que estaba por venir, más bien, se les veía como si hubiesen trasladado las oficinas de trabajo, sentados frente a la pantalla, como si sus stand de fondo blanco y eslogan cortos hablaran por los colores de la bandera.
Llegué al Programa de atención a víctimas del conflicto de la Alcaldía de Medellín, luego al Programa de consumo responsable de bebidas alcohólicas; continué hasta la Fundación de Cartón de Colombia y acto reflejo, saltaron páginas del libro El Imperio de Cartón, llegué a la Fundación Cigarra (el resurgir de una esperanza) y terminé el recorrido cuando tomé la información del Sistema Nacional de Voluntariado. Salí a la plaza de banderas donde exhibían un carro para desminar, Bozena 4: sin ventanas, verde olivo, con una cuchilla cóncava de dos metros de ancho y manejado por control remoto.
Tras el recorrido, surgió la pregunta: ¿qué o quiénes no estaban, o quizá, no vi tanto? A los indígenas y a los afrocolombianos; a quienes la ONU decidió declararles este año, como el año internacional de los afrodescendientes.

En el Foro

El pabellón del foro se divide en dos: la entrada, que es iluminada, señalizada y huele a café y, el foro -un poco más adentro-, donde un telón negro parte el pabellón a lo ancho haciéndolo oscuro, fácil de tropezar. En la pared que mira al occidente, cuelgan lienzos de trazos irregulares y colores vivos, reposan como guacamayas en cuevas.
Sentados en sofás de cuero negro, alrededor de una mesa de centro estilo loft, los panelistas, la mayoría de ellos encorbatados, conversaban sin centrarse en las cifras, alzaban la voz en los resultados, reiteraban lo positivo, pero siempre se mostraron insatisfechos, con la ambición de superar más retos.
Varios de los expositores extranjeros empezaban sus intervenciones armando un contexto sobre la actualidad, aquella que muy bien describe el último documental premiado con el Oscar, Inside Job, en el cual la burbuja financiera se juntaba con la burbuja inmobiliaria y desataban la crisis mundial económica. Aseguraban que la crisis no ha pasado.
El expositor español Ángel Garay Echeverría, se refirió a ella como un “tsunami financiero” que ha hecho más fuertes a las grandes instituciones económicas del mundo a costa de los dineros de contribuyentes que confiaron sus dineros a las calificaciones triple A de dichas entidades. Los efectos, señalaba, siempre los sufren los ciudadanos del común. Por eso, su propuesta consistía en hacer ver que los bancos no solo necesitaban de un control especial – por parte del Estado y los ciudadanos-, además, requieren prácticas socialmente responsables que vayan más allá de los intereses empresariales. Como ejemplo, se sirvió de la filial europea de Lehman Brothers, quienes tenían 5 millones de dólares de activos y 100 mil millones de dólares en pasivos.
Para agudizar el panorama, Martina Hooper, también española, lanzó un listado de bancos españoles que financiaban a la industria armamentística en distintos países del mundo, a la cabeza de ellos, el BBVA con las bombas racimo, otros bancos destinaban dineros para las minas anti personas. La expositora aseguró que la mayoría de consumidores -españoles-, depositaban sus ahorros en las entidades bancarias sin conocer lo que financian los  bancos con su dinero. Mostró que en Europa existe la figura de “banca ética” que, en oposición a la “banca tradicional,” opera con el objetivo de compatibilizar los beneficios económicos con  beneficios sociales y ambientales, al ofrecer un uso transparente de los dineros. Es decir, es una inversión que se utiliza para financiar proyectos con un impacto positivo en el medioambiente y en la sociedad.
Entre los conferencistas nacionales, las opiniones tendían a remarcar que invertir en responsabilidad empresarial debía ser un nuevo mercado, “un nicho de mercado”, poco explorado sí, pero en el cual se debía superar la etapa de sostenibilidad para lograr acceder a la rentabilidad, lo cual generaría mayores ganancias económicas, sociales y ambientales. Mucho de ello está por verse.
La exposición inaugural del foro, dejó en el aire una idea que se retomó en el primer y segundo bloque de la primera jornada. El español Juan Alfaro, decía que la inversión social se está dando bajo dos presiones: la primera, es la legislativa, que crea unas obligaciones para las empresas; en segundo lugar, es el resultados de necesidades propias creadas por los mercados (nacionales y/o internacionales) en su evolución.
Los panelistas de distintos sectores nacionales,  defendieron  que la inversión social debe seguir siendo voluntaria; uno de ellos, Mario Álvarez Díaz, aseguró que las presiones del gobierno no son tan eficaces como las presiones que impone el mercado. Tan cierto es, que las 20 compañías más grandes del país, aquellas que circulan sus acciones en la bolsa, tienen los índices más altos en responsabilidad empresarial, casi como si responsabilidad y crecimiento fueran de la mano.
Quienes tenían un panorama positivo, eran los expositores de las alianzas público-privadas. Para estos, con un poco de paciencia hacia el sector público, con estrategias de acompañamiento y privilegiando las prioridades de la comunidad, se podía apoyar al país con lo mínimo: las necesidades básicas insatisfechas. Estamos en un país donde lo mínimo no lo asegura el Estado y se deben hacer alianzas con otros sectores, afirmaban.
En las múltiples jornadas, se enfatizó en educar e interesar a la sociedad, en hacer notar que preocuparse por la responsabilidad es invertir no solo de manera segura en términos económicos, sino también sociales y ambientales, en últimas, que cada ahorro o inversión se acompaña de otras inversiones más que impactan a un mayor número de personas.
Las cifras presentadas el primer día, revelaron que más del 60% de las personas nunca han oído hablar sobre inversión socialmente responsable y responsabilidad social empresarial. Los españoles se quejaban porque en su país solo se destinaba el 5,68% del total de activos a  la Inversión Socialmente Responsable. Y el día que se inauguraba la feria Colombia Responsable, se publicó en los medios nacionales que la inversión de las empresas colombianas en estos programas  llega a 0,3% del producto interno bruto (PIB), mientras que en otros países oscila entre el 1,5 y el 4%. Desde 2003 no ha aumentado. Se aspira llegar a 0,5% del PIB nacional en los próximos años. Pero aún si lo logra, la empresa colombiana seguirá en deuda. VNC

Texto: DANIEL ANDRÉS PARRA MEJÍA

fotos: OFICINA DE PRENSA CORFERIAS

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