Francisco Vázquez: “He peleado mucho para que no hubiera una nueva Ley de Libertad Religiosa”

Exembajador de España cerca de la Santa Sede

ANTONIO PELAYO. ROMA | El despacho del embajador está lleno de cajas de embalaje. En ellas se van para La Coruña cinco años de historia en las relaciones entre España y la Santa Sede. El embajador Francisco Vázquez presentó sus cartas credenciales a Benedicto XVI el 20 de mayo de 2006 y se despedía del Pontífice el 14 de abril de 2011. Un lustro lleno de ilusiones, trabajo y buen hacer diplomático, servicio a los más altos intereses de la Iglesia y de la Patria (una palabra que usa con frecuencia) y que deja en Roma un buen aroma, como el de los puros que, de tanto en tanto, fuma el que muchos llaman, sin más, Paco Vázquez.

Vida Nueva le agradece que haya querido darnos su primera entrevista-balance de su misión, y le desea, como él dijo en su recepción de despedida, “poder seguir sirviendo a España donde pueda ser más útil” .

– Deja usted su misión de embajador después de cinco intensos años. ¿Cuál es su sentimiento dominante en este momento?

– El de haber tenido la oportunidad de protagonizar un período muy intenso de la vida política española, sobre todo en la vertiente de las relaciones Iglesia-Estado, que, históricamente, han sido un factor determinante en la política y la convivencia españolas. A ello se une un sentimiento que siempre he repetido: ha sido un auténtico privilegio para mí el haber tenido la oportunidad de conocer Roma e Italia. Intelectualmente, para mi persona ha sido una ocasión maravillosa para poder profundizar en el conocimiento de nuestras raíces. En Roma está el significado de lo que hoy somos. La propia esencia de la Santa Sede, ese sentido de globalización que caracteriza la acción de la Iglesia católica, te permite alcanzar un conocimiento muy exacto de los problemas del mundo de hoy, de la transformación de nuestra sociedad, de la crisis de valores, de la importancia del hecho religioso, de la progresiva descristianización de Europa. He podido estar al día de las principales cuestiones del mundo actual.

– ¿Cómo ha sido su relación con Benedicto XVI y sus principales colaboradores?

– No puedo negar que hablar con el Santo Padre es un encuentro que impresiona. No solo como católico, sino que, como embajador, percibes que estás ante uno de los más grandes intelectuales del mundo actual. Lo que más sobresale es el tono respetuoso de Benedicto XVI, la atención con que escucha tus argumentos y, desde el punto de vista del trato, su inmensa dulzura. Su mirada llega hasta lo más hondo. Con el cardenal secretario de Estado, con el sustituto…, digamos con la cúspide del Gobierno vaticano, he mantenido muchos encuentros en los que no solo se han examinado cuestiones relativas a las relaciones Gobierno-Iglesia española, sino también otros temas, como Cuba, América Latina o problemas relativos a la emigración. Siempre hemos mantenido un diálogo fructífero. Mi condición de católico me ha facilitado una comprensión rápida de la esencia de las preocupaciones del Vaticano. No basta con escuchar; hay que saber entender y, realmente, para un diplomático, la misión ante la Santa Sede es tanto como hacer un máster en alta política.

Nuevos cauces de diálogo

– ¿El Gobierno de Rodríguez Zapatero colaboró con usted en su actitud de acercamiento a la Santa Sede?

– He sido el embajador del Gobierno de España. Mi nombramiento fue una decisión política del presidente Rodríguez Zapatero en la que reflejaba su voluntad de abrir nuevos cauces de diálogo enviando un socialista católico como embajador ante el Papa, y siempre he tenido la facilidad de mantener un hilo directo con el presidente del Gobierno, más intenso y frecuente incluso que con el Ministerio de Asuntos Exteriores. En particular, con el presidente y con la vicepresidenta. Con María Teresa Fernández de la Vega siempre me sentí arropado y siempre tuve un acceso constante a ella.  Siempre he recibido por parte de la vicepresidenta una información exacta de los problemas, de las preocupaciones y de la postura del Gobierno. Sabía que el presidente, la vicepresidenta y sus colaboradores eran muy receptivos a los informes y opiniones que yo les remitía sobre cuestiones puntuales. He sido, en ese sentido, un embajador atípico, en la línea de otros embajadores políticos enviados en circunstancias especiales como la mía. Pienso en el católico Pita Romero durante la República; en Joaquín Ruiz-Giménez o en Castiella, que logran el Concordato de 1953; o en don Antonio Garrigues, que fue el embajador durante todo el Concilio y su conflictiva época posterior. Yo sigo la misma estela: llego en un momento delicado en el que hay enfrentamiento de posiciones entre la Iglesia y el Gobierno. Creo que intentar superar esta situación fue el contenido fundamental de mi trabajo.

– Usted también ha mantenido unas relaciones muy directas con la Iglesia española. ¿Ha sido fácil colaborar con la jerarquía de nuestro país?

– Partía de una posición ventajosa, como era el profundo afecto y admiración que siento hacia el cardenal de Madrid, don Antonio Mª Rouco, mi pastor en La Coruña durante muchos años, además de tener una buena relación con otros muchos obispos españoles. Si algo puedo destacar de mi actuación es haber abierto las puertas de la Embajada a la Iglesia española en sus frecuentes visitas a la Ciudad Eterna. El Episcopado siempre venía a esta Embajada, que se convirtió, así, en una plataforma de diálogo y, sobre todo, en un canal de información mutua. He podido trasladar opiniones del Gobierno y recibir de los cardenales sus criterios y preocupaciones. A mi juicio, esto ha sido casi tanto más importante que mis encuentros con la Curia vaticana, porque la Embajada ha sido un factor determinante en la creación de un nuevo clima en las relaciones Iglesia española-Gobierno español. Servía a España y, a la vez, era consecuente con mi condición de católico. Como político, soy muy consciente de la importancia del papel de la Iglesia en mi país y de la necesidad de despejar tensiones que han tenido repercusiones contraproducentes en el pasado y en el presente. No hay que olvidar que mi voluntad era la de ser puente entre las dos orillas, y a ese propósito me atuve en todo momento, como dije en el discurso que pronuncié con ocasión de la presentación de mis cartas credenciales.

– Pero la Iglesia española no son solo sus cardenales y obispos. Hay también otros sectores…

– La Embajada y el embajador, personalmente, se esforzaron en mantener abierto el diálogo y la voluntad de servicio con otros sectores de la Iglesia española, como son las órdenes religiosas o los profesores españoles que enseñan en las universidades pontificias de Roma. En mis relaciones con todos ellos, agrandé y, en cierto modo, universalicé mi propio concepto de la Iglesia española. No olvidemos que son españoles muchos altos cargos de importantes congregaciones religiosas, como el prepósito de los jesuitas, padre Adolfo Nicolás, o el ministro general de los franciscanos, fray José Rodríguez, y eso constituye un patrimonio de capital importancia. Desde la Embajada se intervino, por citar un ejemplo, sobre el caso de la asignatura de Educación para la Ciudadanía para lograr una convergencia de criterios entre la jerarquía y las congregaciones religiosas que participan en el mundo educativo español representadas en la FERE.

El tema de la financiación

– Veamos ahora algunos resultados más concretos de su gestión como embajador. Comencemos por el nuevo sistema de financiación de la Iglesia…

– El tema de la financiación es el gran acuerdo de estos años, y sus protagonistas fueron María Teresa Fernández de la Vega y el cardenal Antonio Cañizares. Ha sido un acuerdo histórico que solventa un problema que se venía arrastrando desde la época en la que se fraguó la democracia. Mi propuesta fue no buscar nada nuevo, sino solo intentar aplicar en España algunos de los modelos que existían en Europa y que funcionaban bien; el modelo italiano pareció el mejor y fue el que se decidió seguir. Decir que la Iglesia ha conseguido en este campo privilegios es una auténtica falacia: la Iglesia se autofinancia en gran parte con lo que los ciudadanos, sean católicos o no, deciden voluntariamente darle. No hay que olvidar que la Iglesia presta a la sociedad grandes servicios en campos como el educativo, el social o el asistencial, y si el Estado tuviera que pagar esas aportaciones, lo que recibe la Iglesia sería casi como una gota de agua en lo que devuelve a la sociedad. No creo que necesite retoque alguno; es un tema cerrado.

– Quizá no pueda decirse lo mismo sobre el tema del aborto, a propósito de la nueva ley propuesta por el Gobierno…

– Las expectativas de compromiso que se habían creado cuando se intentó mejorar la ley vigente desde hacía años, sin introducir otras consideraciones innecesarias, no se cumplieron. A mí, personalmente, me disgustó mucho ver el aborto definido como un derecho, pero no se olvide de que es un tema aún pendiente de la decisión del Tribunal Constitucional. Para mí, no solo como católico, sino como hombre de izquierdas, un principio intangible es defender siempre y en toda circunstancia el derecho a la vida.

– Vengamos ahora a la decisión del presidente de no presentar un nuevo texto de Ley sobre la Libertad Religiosa…

– La nonata Ley de Libertad Religiosa hay que situarla en la misma perspectiva que la vigencia de los Acuerdos entre la Santa Sede y el Gobierno español. En este tema también se puede hablar de lo que ha sido un leitmotiv de mi actuación como embajador. Considero innecesaria una nueva Ley de Libertad Religiosa, ya que hay una ley en vigor y, además, se iban a abrir debates innecesarios creando crispaciones profundas. Yo he defendido siempre, y sigo defendiendo, la vigencia de los Acuerdos con la Santa Sede y su naturaleza democrática y constitucional. Peleé mucho para que no hubiera una nueva Ley de Libertad Religiosa y para que no se reabriera un proceso para establecer nuevos Acuerdos. Los actuales han funcionado perfectamente. Para ser sincero, en este punto, además del diálogo que mantuve con Alonso, portavoz del Partido Socialista en el Congreso, pude hablar de ello con el propio presidente y trasladarle mis opiniones, que ayudaron a confirmar el criterio de que en esta legislatura no era necesario ni conveniente abordar este tema. El compromiso ya se ha cumplido. Confío en que no se planteará de nuevo en el futuro, porque no es necesario. En mi opinión, el Estado tiene que ser lo menos intervencionista posible en cuestiones religiosas. Hoy nadie en España puede denunciar que se siente agredido en la profesión de su fe.

– ¿Cómo se ve desde Roma el catolicismo español? ¿Qué le falta?

– La Iglesia y los católicos españoles deben ser conscientes de que nuestro país es el único visitado por este Papa tres veces. El Pontífice valora al catolicismo español hasta el punto de encomendarle dos manifestaciones importantes de la Iglesia universal: el V Encuentro de las Familias, celebrado en Valencia, y la próxima Jornada Mundial de la Juventud, que se celebrará en el mes de agosto en Madrid. Para el Pontífice y el Vaticano, nuestra Iglesia es importante. Pero ¿qué le falta a nuestra Iglesia? Creo que acercarse más a las realidades cotidianas en un momento de grave crisis social y económica. La Iglesia española debe poner en valor su acción solidaria, pero debe manifestarlo con un discurso más preocupado por las desigualdades que por las costumbres.

Sobre la nueva embajadora

– A usted va a sucederle una embajadora. ¿Algún consejo?

– Considero que lo más importante es mantener el clima de diálogo. En el Vaticano, por otra parte, es ya algo habitual que sea embajadora una mujer. En este momento hay 17 embajadoras acreditadas ante el Papa, incluso de países árabes, como es el caso de Egipto. La nueva embajadora, María Jesús Figa López-Palop, que presentará sus credenciales el sábado 16 de abril, es, sobre todo, una gran profesional de la diplomacia y hará una magnífica labor.

Con el corresponsal de Vida Nueva, Antonio Pelayo

– ¿Hay algo que no haya podido conseguir usted?

– Déjeme que le diga que conseguí lo que parecía imposible: acompañar al Santo Padre a Santiago de Compostela, y eso colmó todas mis aspiraciones como embajador. Uno de los momentos más emocionantes de mi vida fue tener al Papa en la Plaza del Obradoiro y en mi tierra de Galicia. Tuve la inmensa satisfacción de acompañar al Papa como a un peregrino más del Año Santo Compostelano.

– ¿Cómo va a ser su vida a partir de ahora?

– Seguiré siempre en la política. No solo porque tengo una profunda vocación de servicio, sino porque además creo que puedo aportar toda la experiencia acumulada en estos años. El campo orgánico lo abandoné hace once años, y por “campo orgánico” entiendo el de los cargos dentro de mi partido. Pero siempre estaré dispuesto a ayudar en el campo institucional. Con carácter inmediato, reingresaré en el Cuerpo Nacional de Inspección de Trabajo en La Coruña para volver a ser inspector; son mis orígenes. Es importante que un político refleje su autonomía a través de su profesión. Soy enemigo del compromiso profesional con la política.

– Su más bello recuerdo de estos años…

– Un gesto que me emocionó muchísimo fue el del cardenal Bertone, secretario de Estado, cuando, con ocasión de la ceremonia de beatificación de los mártires de la Guerra Civil (en octubre de 2007), se saltó cualquier tipo de protocolo, se salió de la procesión litúrgica y se me acercó, dándome un abrazo y diciéndome: “Muchas gracias, embajador, muchas gracias”.

– Para finalizar, usted deja de ser embajador y, al mismo tiempo, cesa como gobernador de la Obra Pía, sobre la que se oyen tantas cosas…

– La Obra Pía es una institución de la Iglesia española que, por razones históricas, administra el embajador de España cerca de la Santa Sede. Estoy orgulloso de haber establecido un cuerpo normativo garantizando la transparencia y la objetividad en la toma de sus decisiones, permitiendo dotarla de una gran salud financiera. Ahora tiene más reservas que presupuesto y puede cumplir sus fines, que son los de atender a las necesidades de la Iglesia española en Roma y formar y preparar a los eclesiásticos españoles que vinieron a estudiar a Roma. Estoy, además, particularmente orgulloso de haber creado una residencia para los sacerdotes jubilados en esta capital. Era una urgente necesidad. Una de las decisiones más importantes que tomé fue la de establecer las condiciones para alquilar las casas y fijar las condiciones contractuales para realizar las obras de mejora de su patrimonio. No debe haber ninguna duda ni ninguna suspicacia sobre su funcionamiento.

En el nº 2.750 de Vida Nueva.

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