Extraños en la tierra de Jesús

Los cristianos de Tierra Santa son víctimas de un imparable éxodo ante el aislamiento

CARMEN RENGEL. JERUSALÉN | La identidad cristiana de Tierra Santa está en peligro. La cuna de Jesús pierde vida y es, cada día más, un lugar plagado de reliquias, de piedras adoradas con la fuerza de la fe, de espacios venerados porque acompañaron los pasos de Cristo, un imán para el turismo en Israel y Palestina. Poco más: la reducción drástica de población cristiana en ambos territorios, el exilio ante la falta de oportunidades, los derechos mermados y la participación ínfima en los gobiernos políticos y económicos, ha llevado a los cristianos a tener un papel testimonial.

Quedan los que por convicción férrea o por falta de medios deciden pertrecharse. Se van los jóvenes, los más preparados, porque sienten que su futuro no está aquí. “Nuestro corazón tiene que vivir siempre anclado en Tierra Santa”, recomienda el cardenal Leonardo Sandri, prefecto de la Congregación para las Iglesias Orientales. A este paso, su sentencia será en breve más una metáfora que una realidad visible.

La estadística da cuenta de este declive, acelerado en las últimas décadas. Según el Ministerio de Asuntos Religiosos de Israel, cada año la comunidad cristiana pierde mil miembros en Tierra Santa.

Actualmente, hay unos 200.000 cristianos (150.000 en Israel, en su mayoría de origen árabe, y el resto en los Territorios Palestinos). Cuando Israel proclamó su independencia, en 1948, la cifra de cristianos en la antigua Palestina se elevaba al 20% de la población, llegando hasta un 70% en localidades como Nazaret. Hoy su presencia media no pasa del 2% del censo, y en baluartes históricos como Belén a duras penas superan el 10%. La tendencia es imparable: la radiografía elaborada en 2009 con motivo de la visita del papa Benedicto XVI a Tierra Santa alerta de que, en 2016, no quedarán más de 5.300 cristianos en Jerusalén, esto es, la mitad de los 10.000 registrados en el más optimista de los censos (Israel rebaja la cifra a 8.000).

Desgaste diario

“El problema es que unos nos ven como israelíes y otros como árabes, pero ninguna de esas otras grandes comunidades de Tierra Santa nos quiere ni nos respeta”, comenta Joseph Al-Maaluf, vecino de Belén, que ejerce como guía turístico y vendedor de recuerdos religiosos. No quiere hablar de persecución sino de “aislamiento”, aún más acentuado si, como en su caso, se reside en el lado palestino, donde se suman las limitaciones propias de la ocupación. “Es un desgaste diario, insoportable”, denuncia.

Pausado, tristísimo, comienza a enumerar algunos de sus males, que son los de su comunidad: sufre notables limitaciones de movilidad, no solo para salir de Palestina para trabajar (un obstáculo compartido con los musulmanes), sino para rezar en los Santos Lugares en suelo israelí. Hace año y medio que no pisa Jerusalén. Le costó cinco años reagrupar a su familia (padres, hermanos, hijas), dividida entre la Capital Santa y Beit Jala, una aldea anexa a Belén. Ha pasado sin empleo siete años de su vida activa (ahora tiene 32), porque si el desempleo en Cisjordania llega a cotas del 37%, entre los cristianos se eleva al 41%; solo la ayuda de familiares que residen en Alemania le permitió convertirse en un emprendedor. Según el Patriarcado latino de Jerusalén, el 85% de los cristianos arrastra problemas económicos.

Los cristianos, a ambos lados de la frontera, tardan el triple en lograr un permiso de edificación que un ciudadano no cristiano (son estadísticas oficiales del Ayuntamiento de Jerusalén que, sin embargo, ningún responsable ha sabido explicar). Joseph espera el suyo en Belén desde hace tres años, incapaz de ampliar su vivienda, de 55 metros cuadrados, en la que viven ocho personas. “Yo soy afortunado, porque en mi ciudad hay muchos colegios cristianos y mis hijas están bien escolarizadas”, subraya. Lo dice porque sabe del calvario que soportan muchos de sus correligionarios, especialmente en zonas de mayoría judía, hasta el punto de que el 58% del alumnado cristiano tiene que matricularse en centros concertados o privados ante la falta de plazas públicas, según la ONG Ir Amim. Además, estos centros cristianos, como los hospitales de la misma confesión, se ven asaeteados con impuestos más elevados de lo ordinario, lo que amenaza su supervivencia.

Marta y David Baum, los eslabones de un matrimonio veinteañero residente en Abu Tor (Jerusalén), abundan, arrastrando la misma melancolía, en las trabas diarias que se encuentran por ser cristianos “aquí, donde todo empezó”. Él es judío de origen pero no practicante; ella, cristiana de origen siroitaliano. Padecen la ley de 2002 que priva de ciudadanía israelí al cónyuge no judío. Se conocieron en un viaje de estudios del chico a Siena, se casaron allí por lo civil y se instalaron en Israel.

El matrimonio fue reconocido, Marta logró un permiso de estancia, pero no la ciudadanía y, de hecho, el Ministerio del Interior se la acaba de denegar. Se niega a convertirse al judaísmo –“no es la religión de nuestro hogar y no es lo que siento”–, y tampoco hay muchos mecanismos que le garanticen que, de hacerlo, lograría el pasaporte, tan arbitrarias son las decisiones de los rabinos. “¿Qué nos queda? ¿El exilio? Mi marido tendrá que renunciar a su país. Es injusto”, solloza.

No encuentran otra solución, así que planean irse a España en junio. A empezar de nuevo. Ella, como enfermera. Él, como historiador. “Me gustaría perseverar y ayudar a mantener viva la presencia de Jesús en Tierra Santa. Cuando David me propuso venir, lo sentí como un regalo, la oportunidad de vivir en plenitud mi fe, donde Jesús predicó y murió… Pero no podemos. Realmente nos hacen sentir como ciudadanos de segunda”.

La experiencia del exilio forzoso ya la han vivido los Charad, Ramy y Azahara, que llevan casi nueve meses en Guadalajara (México). Profesor de inglés (42 años) y ama de casa (39), se marcharon junto a sus dos hijos. Forman parte de los 230.000 cristianos que han abandonado Tierra Santa desde 1948, con destino, esencialmente, a Brasil, El Salvador, Chile y los Estados Unidos.

“Hay que sobrevivir”

“Hay más cristianos de Ramala en Detroit que en la propia Ramala”, explica a Vida Nueva Ameer Misleh, tesorero de una asociación de cristianos de base de la capital palestina. Los Charad proceden de Zababdeh, una población prácticamente cristiana al 100 %, en Cisjordania. Hace 60 años sufrieron la expropiación de sus olivares por parte de tropas de Israel, vivieron la muerte de una sobrina por emparejarse con un musulmán (la apaleó la familia del novio, con 18 años), y han visto cómo su círculo de amigos se iba disgregando por el mundo.

Ramy era amigo de un librero cristiano de Gaza, el único en la Franja, que fue cosido a puñaladas hace menos de un año. Después, quemaron su despacho en la Sociedad Bíblica. Ese fue el detonante de su marcha. “Los cristianos contribuimos en escuelas y hospitales, promocionamos la cultura y apoyamos el asociacionismo vecinal y juvenil. Aportamos riqueza y pensamiento a esta sociedad, pero el aumento del radicalismo islámico, sobre todo tras el ascenso de Hamas, nos ha cortado las alas. Nos daba miedo seguir con nuestra actividad sin saber si seríamos atacados”, relata al teléfono el profesor, quien, en 2003, durante la segunda Intifada, fue usado como escudo humano por un grupo de milicianos.

“Éramos vecinos prescindibles”, lamenta. Azahara, musulmana conversa, señala que, dos años seguidos, aparecieron quemadas las tallas de san Antonio que había preparado en un patio para celebrar una misa y que en fiestas clave del islam, como el Ramadán, optaba por ponerse el velo para evitar incidentes en la calle. “Había que sobrevivir”, insiste.

Su “mayor dolor” ahora es por la familia que dejó en Jerusalén –“donde muchos aún acusan a los cristianos hasta de provocar el Holocausto”–, y por los amigos que guarda en diferentes congregaciones, limitadas en el ejercicio de su encomienda. Por ejemplo, desde que el Ministerio del Interior israelí está en manos del partido sefardí ultraortodoxo Shas, cada año quedan bloqueadas entre 70 y 80 visas especiales para sacerdotes, monjes y monjas, sin las que no pueden residir o trabajar ni en Israel ni en Cisjordania ni en Gaza.

Los religiosos se ven atrapados ante la disyuntiva de trabajar un tiempo sin autorización, a la espera de los permisos, o marcharse hasta nueva orden. “¿Por qué nadie nos ayuda? Nosotros damos riqueza al país. Deberían valorarnos un poco”, abunda la mujer. Su aldabonazo sirve de poco en una nación en la que el 46 % de sus pobladores desconoce que Jerusalén es el centro de la cristiandad, según un informe reciente del Instituto Smith.

Hay eco, sin embargo, entre quienes abogan por el diálogo intercultural. Ahí se enmarca Miftah, la Iniciativa Palestina para la Promoción Global del Diálogo y la Democracia, fundada por la política cristiana palestina Hanna Ashrawi, que fue portavoz con Yaser Arafat.

Miftah incluye entre sus investigaciones un gabinete para analizar (y defender) a los cristianos de la zona. “Tenemos un papel que jugar, con nuestra tradición de cultura y pensamiento, y nuestras aportaciones al diálogo en todo el mundo. Somos parte viva, de presente y futuro, de esta tierra y la comunidad internacional debe ayudarnos en esta reivindicación, porque es justa”, señala Ashrawi a Vida Nueva. La pelea no es sencilla: apenas un 0,3 % de los puestos de responsabilidad en el Gobierno palestino están en manos de cristianos, un porcentaje inexistente en Israel, donde solo hay dos diputados, católicos, en el Parlamento.

Colecta de Viernes Santo

En el plano empresarial, las cámaras de comercio ni siquiera tienen estadísticas al respecto. “Son al menos un tercio de los autónomos en San Juan de Acre o Nazaret”, calculan. Sus festivos, siempre, se limitan a las fiestas judías. “Los cristianos son asalariados de puestos medios, entre los que abundan los maestros, los médicos y abogados, así como trabajadores manuales. Su aportación económica antes de 1948 era 500 veces superior a la actual”, afirma Yair Krammer, investigador de la Universidad de Haifa.

Para paliar las necesidades de los cristianos en Tierra Santa es esencial la colecta mundial de cada Viernes Santo. Rafiq Khoury, portavoz del Patriarcado Latino de Jerusalén, explica que “el orgullo de pertenecer a la comunidad cristiana aquí no se sustenta solo con fe”; por eso, esta cuestación es “indispensable” para pagar becas, mejorar escuelas y reconstruir viviendas, especialmente en zonas como Jericó, Nazaret o Caná. Unas ayudas que fijan población junto a los Santos Lugares y “mantienen viva la presencia de Jesús” en su propia tierra.

El padre Pierbattista Pizzaballa, custodio de Tierra Santa, insiste en que “está en peligro la identidad cristiana de este territorio”. De entre todas, las ayudas a la vivienda son las más necesarias. Desde 2007, los franciscanos han acometido cien intervenciones por valor de casi 1,5 millones de euros y están en fase de diseño y ejecución otros 320 proyectos de construcción o rehabilitación de casas, con una inversión media de 22.000 euros. El hacinamiento y el deterioro de los materiales (electricidad, canalizaciones, gas…, especialmente en la Ciudad Vieja jerosolimitana) hacen indispensables las intervenciones del proyecto “Jerusalén, piedras de la memoria”, como se le ha denominado.

La salvación también se extiende a Belén, a casas como las de Emile y Ana, huérfanos, que viven con tres hermanos más, tres abuelos y un primo. Nueve personas que, tras residir en 50 metros cuadrados medio inundados por basuras, han ganado con el rediseño y los nuevos materiales 60 metros más. “Un hogar digno”, como resume el agradecido Emile, mecánico de 22 años, único sustento de la familia. Dice que ninguna adversidad lo arrancará de su tierra, de sus sesiones en silencio ante el pesebre de Jesús, de sus paseos a la gruta de los pastores. “Es duro vivir aquí, pero es nuestro cometido en la tierra: seguir los pasos de Jesús allí donde estuvo su huella. No podemos abandonar tan fácilmente, debemos quedarnos, crecer, ceder el testigo de Dios a las próximas generaciones y ayudar a poner paz. Es aquí donde debemos predicar el Evangelio”.

En el nº 2.750 de Vida Nueva.

INFORMACIÓN RELACIONADA

Compartir