Juan Pablo II, de la ‘A’ a la ‘Z’

ANTONIO GIL MORENO, sacerdote y periodista | Nos encontramos ya en vísperas de la beatificación del papa Juan Pablo II, que tendrá lugar el 1 de mayo, mes dedicado a María y Domingo de Pascua de la Divina Misericordia. Y es que la vida de Karol Wojtyla siempre estuvo marcada y guiada por el amor incondicional a la Madre de Dios.

También su marcha al cielo sucedió a punto de concluirse aquel primer sábado de mes, día consagrado al Corazón de María y adentrados ya en la solemnidad de la Divina Misericordia, festividad que fue instituida por él mismo en el Segundo Domingo de Pascua. El clamor universal expresado desde el instante de su muerte comienza a hacerse realidad.

El pontificado de Juan Pablo II (1978-2005) fue uno de los más largos de la historia y tuvo trascendentales repercusiones en la marcha de Europa y de la humanidad. Fue el primer Papa polaco de la historia; el primero después de Pedro en poner los pies en una sinagoga; el que impulsó el denominado Espíritu de Asís de diálogo interreligioso, que todavía continúa; el que cultivó la amistad con líderes religiosos, como el rabino Elio Toaf, o con políticos agnósticos, como Sandro Pertini.

Fue un pastor humilde que, de manera paradigmática y no siempre comprendida, pidió más de cien veces perdón por todo lo que la Iglesia, en el transcurso de la historia, había hecho, alejándose del Evangelio; y, en fin, condujo a la Iglesia al umbral del Tercer Milenio con un Jubileo excepcional.

Abrazo con el cardenal Wyszinski

Sufrió dos atentados, no escondió los achaques ni las limitaciones de la edad, y murió santamente acompañado de la silenciosa oración de miles de personas, entre ellas muchos jóvenes, concentradas en la Plaza de San Pedro.

Ahora es su sucesor y durante años colaborador inmediato, Joseph Ratzinger, quien le proclamará beato. Benedicto XVI se ha referido muchas veces a su predecesor con palabras llenas de afecto y admiración. Ahora le propondrá como modelo y estímulo por la excelencia de sus virtudes y por su excepcional sentir con la Iglesia. Según las encuestas, fue el líder internacional más valorado, un líder que derrochaba alegría hasta cuando el dolor le doblaba. Condenó el terrorismo, todos los terrorismos, y se mostró al lado de las víctimas, de todas las víctimas, porque para él no había acepción de personas. Un líder, un héroe, un testigo, un padre, eso fue Juan Pablo II.

A de Aceptación

Karol Wojtyla fue elegido papa el 16 de octubre de 1978, a las 18:18 horas de la tarde. El cardenal Köning, sentado enfrente de Wojtyla en la Capilla Sixtina, declaró que, cuando el número de votos a favor de él se acercó a la mitad del total necesario, Wojtyla tiró sobre la mesa el lápiz con que anotaba los votos e irguió el cuerpo. Tenía la cara enrojecida. Luego, hundió la cabeza entre las manos. Cuando salió la mayoría definitiva –dos tercios de los votos más uno–, se inclinó sobre el escritorio y comenzó a escribir afanosamente.

El 28 de septiembre anterior, cuando estaba desayunando el cardenal Wojtyla, su canciller entró para anunciarle que la radio acababa de dar la noticia de la muerte de Juan Pablo I. El cardenal permaneció sentado un momento en silencio. Luego, dijo: “Dios actúa de formas misteriosas… Inclinemos la cabeza ante ellas”. Más de uno piensa que en el Cónclave anterior estuvo muy cerca de ser elegido papa y que, por esto, esa mañana pronunció esa frase.

El cardenal Villot, camarlengo, anunció que Karol Wojtyla, de Cracovia, había sido elegido pontífice, y se puso ante él para preguntarle en latín: “De acuerdo con el Derecho Canónico, ¿aceptas?”. Wojtyla no titubeó: “Es la voluntad de Dios”, repuso. “Acepto”. Era el 263º sucesor de san Pedro.

Al salir revestido ya de sotana blanca, habían preparado un sillón ante el altar. El cardenal Tarancón recordaba que, cuando el maestro de ceremonias le invitó a sentarse, replicó el nuevo Papa: “No, yo recibo a mis hermanos de pie”. El abrazo más largo fue para el primado de Polonia, Wyszynski, a quien amaba como a un padre.

Al día siguiente recibió a un grupo de amigos polacos en una sencilla ceremonia que él llamó “Adiós a la patria”. Cuando el altavoz comenzó a convocar a los reunidos para que lo saludaran, los primeros en ser llamados fueron Jerzy Kluger, el amigo y condiscípulo judío de Wojtyla en el Instituto de Wadowice, y su esposa inglesa. Por la noche, ordenó que su solideo rojo de cardenal fuera colocado en el altar de la Virgen polaca Ostra Brama en Vilnius, en la Lituania soviética. Hubo que llevarlo a escondidas. ¿Era una premonición de lo que pensaba del futuro de los países comunistas?

Así comenzó el pontificado de nuestro buen papa Juan Pablo II. Así fue su aceptación: sencilla, rotunda, sobrenatural.

B de Biografía

El nuevo papa Juan Pablo II tenía a sus espaldas una biografía, un “curriculum vitae”, rigurosamente excepcional. Nacido en Wadowice (Cracovia) en 1920, fue sacerdote a los 26 años, obispo a los 38, arzobispo a los 44, cardenal a los 47 y papa a los 58. Huérfano precoz de madre, fue educado por su padre en la fe viva y en la ejemplaridad cristiana. En plena II Guerra Mundial, aplastado su país por la bota soviética, Karol vivió, no obstante, entre los años 40-46, una juventud a tope, trabajando rudamente en la cantera de la planta química de Solvay, matriculado a escondidas en la Facultad de Teología, enrolado en un grupo teatral como actor y como autor de cualidades relevantes, sin olvidar tampoco el alpinismo y el esquí.

Encuentro interreligioso de Asís en 1986

Dos hombres modelaron su espíritu en este proceso: el uno, seglar, sastre de su pueblo, Jan Tryanowski, hombre místico y apóstol de juventudes, que lo introdujo en los escritos de santa Teresa y san Juan de la Cruz; el otro, su arzobispo, monseñor Sapieha, que le alojó en su propia casa con otros seminaristas y guió sus pasos hacia el sacerdocio.

Siguen luego su ordenación sacerdotal, sus viajes por la Europa libre y su doctorado en Roma con la tesis sobre san Juan de la Cruz. Del 48 al 64, intensa vida sacerdotal, profesor en la universidad, animador de jóvenes, guía de matrimonios, escritor de renombre sobre temas familiares.

A Wojtyla le quedaba tiempo, en las décadas 60-70, para participar en reuniones con obispos europeos, visitar las comunidades polacas en América y seguir al día los avatares de la Europa comunitaria. Este es su bagaje humano, espiritual, cultural y pastoral, cuando accede al Sumo Pontificado en el otoño del 78.

Firme timonel de la promoción, custodia y afirmación de la fe. Es el suyo un magisterio marcado por la tradición de la Iglesia, sin ser conservador a ultranza ni, menos, fundamentalista. De signo abiertamente avanzado en lo social, en su opción preferencial por los pobres, en una defensa firme de los derechos humanos y las libertades públicas, con fuerte acento en la libertad religiosa.

Defensor intrépido de la vida humana desde el embrión hasta el encefalograma plano; valeroso en su independencia apostólica ante los poderes de este mundo; con gallardía y humildad para reconocer los pecados históricos de la Iglesia y pedir perdón por ellos a la humanidad; debelador de las guerras y propulsor a ultranza de un trabajo inacabable por la paz; abierto hasta la tozudez al espíritu ecuménico, a la unidad de las Iglesias y al diálogo interreligioso; en fabulosa sintonía y contagiosa confianza con los jóvenes del mundo entero. De firme esperanza sobre el porvenir del hombre y sobre el puesto de los cristianos en la construcción de un futuro humanista y trascendente.

C de Civilización (del amor)

Juan Pablo II ha esculpido en el panel de sus frases más luminosas la de la “civilización del amor”, medicina esencial y urgente para el mundo de hoy. Una mañana de finales de agosto del año 1997, 700.000 jóvenes, procedentes de 160 países, juntaron sus manos a lo largo de los Bulevares de los Mariscales que rodean el centro histórico de París. Unos 36 kilómetros para abrazar, con una cadena humana de hermandad y paz, desde la Ville Lumière, al mundo entero. Lo hicieron durante cinco minutos, mientras las campanas de todas las iglesias de la capital francesa, en un repicar de júbilo, se echaban al viento.

Al día siguiente, 24 de agosto, en la homilía, Juan Pablo II se dirigió a los jóvenes con la voz rota, débil por el cansancio, entrecortada por golpes de tos; el temblor de la mano era tan fuerte que movía los folios que leía. Los muchachos le escucharon en silencio, con la atención y la tensión que se presta al símbolo de la esperanza que para ellos representaba este Papa frágil, pero capaz de predicar el Evangelio con “la buena nueva de hoy”.

Y fue, entonces, cuando pudieron escucharse estas palabras: “Queridos jóvenes, vuestro camino no se debe detener en París. El tiempo no se para hoy. Id por los caminos del mundo, sobre las vías de la humanidad, para transmitir el Evangelio. Continuad contemplando la gloria de Dios, el amor de Dios para construir la ‘civilizacion del amor’, para ayudar al hombre a ver un mundo transfigurado por la sabiduría y el amor eterno”.

Pliego íntegro, en el nº 2.750 de Vida Nueva.

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