El Prado descubre al “joven Ribera”

'La resurrección de Lázaro' (José de Ribera, siglo XVII). Museo del Prado.

La pinacoteca dedica una extraordinaria exposición a la etapa de formación del pintor

'Cristo flagelado'

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | Indudablemente, José de Ribera (Játiva, 1591-Nápoles, 1652) es uno de los grandes maestros de la pintura del Siglo de Oro y de la historia del arte occidental. También era uno de los más misteriosos. Especialmente, en su primera etapa, los años de formación que le llevaron a Roma y Parma antes de establecerse, definitivamente, en Nápoles en 1616 y ser reconocido como el gran pintor de la Italia española. En la última década, algunos importantes descubrimientos, sobre todo por la aportación historiográfica de Gianni Papi, han revelado los sitios donde vivió en Roma, los clientes que lo contrataron, su situación económica y las personas que trató y con quien mantuvo una relación más estrecha desde que en 1609 viajó a Roma.

Estas investigaciones han llevado a incluir en su catálogo obras atribuidas a otros pintores y, especialmente, han permitido identificar al “joven Ribera” –de ahí el título de la muestra recién inaugurada en el Museo del Prado– con el llamado Maestro del Juicio de Salomón.

“El Museo del Prado ha pretendido hacerse eco de esos descubrimientos poniendo al alcance del público obras procedentes de destacadas colecciones españolas y extranjeras y, además, favorecer la comparación entre algunas de las que han sido atribuidas recientemente al joven Ribera y que, como quedará patente en la exposición, pueden considerarse como una manifestación temprana de su genio.

Entre ellas, La resurrección de Lázaro, que forma parte de las colecciones del Museo desde 2001, es un hito clave en ese recorrido”, explica Miguel Zugaza, director del Prado. El reconocimiento de ese “genio temprano” de Ribera ha llevado a demostrar que este pintor no solo fue un máximo exponente de la escuela de Caravaggio, sino “uno de sus principales renovadores”, según Zugaza, tanto que sentó las bases de lo que se denominaría “pintura napolitana” e influyó en pintores como Velázquez.

'El juicio de Salomón'

El Prado expone, hasta el 31 de julio, 32 obras maestras, fechadas entre 1610 y 1622, la gran mayoría nunca vistas en España, y procedentes de museos y colecciones privadas de Italia, Francia, Gran Bretaña, México, Suiza, Hungría, Estados Unidos y España, y que incluyen cuadros de las dos principales series recientemente adscritos a la autoría de Ribera, como son su “Apostolado” (de los que se pueden ver cuatro muestras extraordinarias: los retratos de San Bartolomé. San Matías, Santo Tomás y San Pablo) y “Los cinco sentidos” (de la que se presentan tres cuadros: El Olfato, El Gusto y La Vista). Con ellos comienza la muestra, comisariada por Javier Portús, jefe de Conservación del Pintura Española del Museo del Prado, y José Milicua, catedrático emérito de Historia del Arte de la Universidad de Barcelona.

La evolución del pintor

“El montaje de la muestra permite establecer relaciones y comparaciones entre los cuadros que ponen en evidencia las direcciones hacia las que se fue moviendo el arte de Ribera –explica Portús–, lo que sirve también para advertir su extraordinaria capacidad de cambio desde los inicios de su producción, aspecto que explica que muchas de sus obras tempranas se hayan atribuido al anónimo ‘Maestro del Juicio de Salomón’ durante años”.

De ahí, que junto a los cuadros de reciente atribución, se hayan incluido en esta primera sección otros, como el Santo Tomás del Szépmuvészeti Múzeum de Budapest y el Mendigo de la Galleria Borghese, ya identificados como producidos por Ribera. El “Apostolado” (Colección de la Fondazione Roberto Longhi, Florencia) era tenido, hasta hace una década, por la obra principal del autor anónimo calificado como ‘Maestro del Juicio de Salomón’, que Papi ha identificado como el “joven Ribera” durante su etapa romana.

De ahí que también exhiba ese cuadro, El juicio de Salomón, que Portús define como experimental y que, por su celebridad en la Galleria Borghese de Roma, dio nombre a partir de 1943 –gracias a Roberto Longhi– a todo un corpus que, en su mayoría, se puede ver ahora en el Prado.

A partir de esta sala introductoria, denominada “José de Ribera versus Maestro del Juicio de Salomón”, Portus y Milicua intentan reproducir cronológicamente los pasos en Roma y Nápoles del Spagnoletto –como fue y es conocido Ribera en Italia–, con distintos ámbitos dedicados a su grandes temas: “Ribera en Roma: los cuadros de historia” (composiciones complejas con varios personajes cuyos asuntos procedían de diversos repertorios narrativos, especialmente la Biblia); “Entre Roma y Nápoles: medias figuras” (figuras aisladas o en pareja, generalmente de medio cuerpo y con frecuencia ante una mesa, que en su mayoría eran santos del Nuevo Testamento); y “Ribera en Nápoles”, que finalmente acoge al Ribera de naturaleza devocional y con un predominio de temas relacionados con la Pasión.

Entre estos tres ámbitos bien diferenciados, no obstante, trasciende la imagen de un pintor en busca de la originalidad, más allá del naturalismo caravaggista o de la tendencia hispana a representar la crueldad y la sangre en la pintura. Algunos cuadros hablan por sí solos, como los magníficos Jesús entre los doctores, La negación de san Pedro o La resurrección de Lázaro –los tres, “cuadros de historia” de su etapa romana–, especialmente este último, el único en propiedad del Prado de esta época, adquirido en 2001.

'La resurrección de Lázaro'

Como también lo es El martirio de San Lorenzo, procedente de la Basílica del Pilar de Zaragoza, que acaba de ser atribuido a Ribera: “Su recuperación permite concluir que se trata, seguramente, de una obra romana, en la que se despliega una composición con marcadas referencias al mundo clásico y que, si por una parte deja un poco estupefacto, de otra confirma la riqueza de Ribera”, afirma Papi, quien ve en él semejanzas con El juicio de Salomón.

Es interesante atravesar, sin embargo, ese otro Ribera de los retratos pintados entre Roma y Nápoles con poco más de 20 años, que denotan la evolución del artista. Es el Ribera que ya comienza a representar filósofos –Orígenes, Demócrito–, acercándose a esa asociación posterior entre pobreza y filosofía, característica en su última etapa. También es el Ribera que pinta una y otra vez a San Pedro y San Pablo –cinco versiones se pueden comparar en el Prado, juntos y separados–, que ocupan casi todo el campo pictórico dando lugar a imágenes llenas de fuerza y rigor.

“Quedamos admirados ante la monumentalidad fuerte, casi violenta, de estas dos figuras –dice Papi del San Pedro y San Pablo datado hacia 1612 (Inglaterra, Colección particular)– que no tiene parangón en lo que se podía ver en Roma a principios de la década de 1610”. Y que anticipan la genialidad del Ribera posterior, el del San Sebastián asistido por las santas mujeres, Lamentación sobre el cuerpo de Cristo muerto o Preparativos para la Crucifixión, procedente, por cierto, de la Parroquia de Nuestra Señora de los Remedios de Cogolludo (Guadalajara).

En el nº 2.750 de Vida Nueva

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