Nico Montero: “Cruzar la mirada con el público no tiene precio”

MAITE LÓPEZ | Pocos artistas cristianos en nuestro país son tan conocidos como Nico Montero. Le gusta definirse como “trovador”, esos poetas cantautores que surgieron en la Edad Media y que viajaban grandes distancias, ayudando así a la transmisión de noticias. Este licenciado en Teología, doctor en Filosofía y miembro del Ateneo Literario, Artístico y Científico de Cádiz, es capaz de compaginar la vida laboral, académica y familiar con una creciente actividad musical. Con esta riqueza de perfiles, tan variados como complementarios, cabe preguntarse por el hilo conductor y el motor de una vida que también entraña y lleva por doquier buena noticia en obras, acordes y palabras.

Su “primera novia” fue la vocación salesiana y educadora. Desde muy pronto le cautivó el carisma salesiano y la experiencia vital de Don Bosco, a la que se entregó con 13 años, edad a la que dejó casa, padres, hermanos y amigos de su Huelva natal y se marchó a Cádiz, por propia iniciativa, a la casa Don Bosco. El estilo de este santo, hombre audaz donde los haya, hicieron que madurara una vocación que sigue siendo la columna vertebral de su vida y que actualmente desarrolla como educador y jefe de Estudios en un instituto.

En el día a día, vive de su familia. Pilar, su mujer, y sus cuatro hijos son “el impulso y el océano en el que me muevo, y, gracias a ellos, abrazo la vida con tanta vitalidad y optimismo”.

Desde esa marcada identidad de cooperador salesiano, Nico Montero ha desarrollado una impresionante actividad musical, la faceta que le ha hecho más popular. Él lo vive como “una cruzada personal plena de sentido, de motivaciones purificadas día a día que me ocupa gran parte del tiempo y de mis energías”. A través de la música “me expreso, me encuentro, mastico mis sentires y mis pensares, me acerco a Dios y a los demás, sobrevuelo la rutina y traduzco la realidad en poesía, arte y fe, que se entremezclan y se funden en forma de canción, que deja de ser mía y es de todos cuando la canto. Estoy profundamente convencido del bien que se hace a través de la música”.

Lo nuevo ha comenzado, Diferente, El reverso de mi piel… son algunos sugerentes títulos de los varios discos que tiene en su haber. De todos ellos, destaca Lo Nuevo ha comenzado (2002): “Fue una grabación muy especial. En dos tardes inspiradísimas, en un ambiente de mucha intimidad, sin más herramienta que una guitarra, brotaron 21 canciones”, entre las que está quizás la más famosa: El Señor es mi pastor. “Los temas salieron enteros”.

Una comunión vital

A pesar de toda esta discografía, Nico no es un hombre al que le gusten los estudios de grabación. Afirma que lo más satisfactorio de su carrera musica son los cientos de conciertos ofrecidos gratuitamente. Los directos son su espacio vital, su hábitat natural: “El calor de la gente, cruzar la mirada con el público… esa química especial cuando cantas un tema y alguien se emociona, y tú con él o ella, y la asamblea canta contigo en una comunión improvisada y vital… Eso no tiene precio.”

Nico ha sido pionero en la difusión de su música a través de Internet. Su web (www.nicomontero.com) está siempre al día. La JMJ Madrid 2011 es el reto más próximo al que se enfrenta. Y lo está haciendo con una impresionante profesionalidad y no menos entusiasmo: “Es una magnífica plataforma en la que todos los esfuerzos deben ir encaminados a que no se convierta en un macromontaje, sino en un encuentro personal y comunitario con el Dios de la Vida”.

Convencido de que “los momentos festivos y los actos eclesiales multitudinarios son pedagógicamente necesarios porque hacen crecer el sentido de pertenencia a la Iglesia y renuevan energía”, prepara un intenso programa de participación con conciertos multitudinarios en varias diócesis.

EN ESENCIA

Una película: El golpe.

Un libro: San Manuel Bueno Mártir.

Una canción: Final del camino, de Hilario Camacho.

Un rincón del mundo: el mirador de San Nicolás, en Granada.

Un deseo frustrado: no haber estudiado piano y guitarra en profundidad.

Un recuerdo de la infancia: los domingos jugando con mi padre al futbolín.

Una aspiración: ver a mis cuatro hijos encauzar sus vidas felizmente.

Una persona: Pilar, mi mujer.

La última alegría: el nacimiento de mi hija Valeria.

La mayor tristeza: la muerte de mi padre.

Un sueño: la erradicación del hambre y la pobreza.

Un regalo: el tiempo.

Un valor: la honestidad.

Me gustaría que me recordasen por… pasar haciendo el bien.

En el nº 2.749 de Vida Nueva.

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