Editorial

El mundo del Mediterráneo está cambiando

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EDITORIAL VIDA NUEVA | El Mediterráneo anda revuelto. El viejo Mare Nostrum romano, con identidad propia, problemática común y con viejas rencillas a las que no ha sido ajena la religión, ha incubado en los últimos años un giro destacado que marcará, sin duda, el inicio de este nuevo milenio en su propia vida y abrirá un nuevo capítulo en la historia de estos pueblos. Una nueva geopolítica se va creando en el espacio mediterráneo y las claves no debieran ser trazadas desde el exterior con intereses ajenos. Un nuevo panorama está empezando a dibujarse. A lo largo de este nuevo siglo, el mar de mares tendrá su propio protagonismo, tanto para los países meridionales de Europa como para los que coronan el septentrión africano.

Habría que cuidar que las protestas que se vienen produciendo a modo de efecto dominó en los países islámicos del Mediterráneo no se vayan cerrando en falso. Tras el boom mediático que rodea a la revuelta o a la intervención armada, va quedando un silencio de noticias preocupante que pudiera dejar las manos libres a los muñidores de los cambios con intereses creados. Se fraguan nuevos horizontes, pero se esconden los verdaderos guionistas de los mismos. La sociedad se va acostumbrando al efecto de la noticia rápida, dejando la intervención posterior fuera de la observación para hacerla, así, más controlable.

Túnez, Egipto, Libia, Siria, Marruecos… vienen experimentando, bien es verdad que con escalas distintas, una sacudida de su suelo político, social, religioso y económico. A países a los que aún no ha llegado la modernidad, se les quiere meter en la posmodernidad. Son tan pobres estos ricos, que en estos países el manto de la pobreza es cada vez mayor, mientras la altura de la riqueza es más elitista. La riqueza de estos países no redunda en sus ciudadanos, como sería de desear en países ricos en cultura, en historia y en recursos. Es la justicia el primer asunto que hay que ventilar. Lo demás, irá llegando en un ámbito de libertad cada vez más urgente.

Estas revueltas sociales son la respuesta airada a una situación insostenible. Países títeres de otras potencias, países amordazados por una religión de silencio, países en los que pensar es delito y cuyas cárceles están llenas de disidentes. Las decisiones en muchas de esas naciones se trazan en el corazón financiero de grandes ciudades occidentales. Sus recursos esquilmados son la moneda con la que negocian con sus riquezas. El resto, todo es pobreza. Su situación estratégica, lejos de concederles un lugar privilegiado, los ha arrinconado al interés de otros poderes ajenos y lejanos.

Las redes sociales han venido en apoyo de este movimiento ciudadano, que ha encontrado en Internet la voz para los que no tienen voz. Es la hora de no quedarse quietos, pero es también la hora de la reflexión serena, sin pasión y sin que la consigna de “a mar revuelto, ganancia de pescadores”, se imponga como línea de actuación principal. El Mediterráneo está revuelto y los pescadores echan las redes a distancia, dejando los caladeros vacíos. Este mar, con una extensión de cerca de dos millones y medio de kilómetros cuadrados y una longitud cercana a los cuatro mil kilómetros, bordea una quincena de países. No es un problema menor. Es un problema de envergadura.

En esta situación, la religión tiene un papel destacado, como lo tuvo en el pasado, si sirve para la cordura, la paz y el desarrollo. Si contribuye a la libertad y al progreso, la religión se convertirá en un arma poderosa para que la dignidad de las personas y de los pueblos adquieran el lugar que les corresponde en un mundo en el que se fraguaron las tres grandes religiones del Libro.

En el nº 2.749 de Vida Nueva.

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