Libros

El esplendor de amar. El Padre, el Hijo y la Alegría de Dios


Un libro de Eloy Bueno de la Fuente (Monte Carmelo, 2010). La recensión es de Josep M. Rovira Belloso.

El esplendor de amar. El Padre, el Hijo y la Alegría de Dios

Autor: Eloy Bueno de la Fuente

Editorial: Monte Carmelo

Ciudad: Madrid

Páginas: 392

JOSEP M. ROVIRA BELLOSO | Hermoso libro. Sobre todo por su contenido, que se lee con fruto y apasionamiento de la primera a la última página, gracias a que su autor persevera en la práctica del estilo narrativo que fluye de la estructura de su libro: una historia narrada, vivida y pensada.

Escribir sobre la Trinidad hoy es muy diferente que escribir cuando Rahner desencalló los estudios trinitarios hacia 1950. Hoy, como en la larga época de los Padres de la Iglesia, los textos sobre Dios, Padre, Hijo y Espíritu han de tener una dimensión religiosa clara: han de ser teología espiritual. Eso es este libro.

Cuando digo “teología espiritual”, no me refiero al campo “devocional”, “piadoso”, como si rebajara con el adjetivo “espiritual” el rigor teológico del escrito en cuestión. Eloy Bueno es teólogo riguroso. El adjetivo “espiritual” apunta al origen y al centro vivo de toda la vida cristiana. Dice Boulgakof: “No hay vida cristiana fuera del conocimiento de la santa Trinidad” (p. 20).

Quien lea atentamente el prólogo y el capítulo primero conocerá los propósitos del autor, expresados con gran claridad. Al adentrarse en la lectura, entenderá que la “teología espiritual” supone estos puntos clave:

  1. El teólogo está centrado en Cristo: “La fe cristiana llega a hablar de la Trinidad a causa de Jesucristo, es decir, para precisar la relación que le une al Padre y al Espíritu” (p. 21). Esta relación nos lleva a conocer la infinita “anchura” del amar de Dios mismo. La humanidad de Jesucristo nos lleva a lo más íntimo de Dios: Padre, Hijo y Espíritu.
  2. El teólogo entiende a fondo textos de la Escritura que pasan inadvertidos. Así el texto de Colosenses: “Nos ha llevado al Reino del Hijo de Su Amor” (Col 1, 13), ya que en él se indica que Jesús no solo procede del Padre por “vía de entendimiento”, sino por vía de Amor. Conocimiento y amor se identifican en Dios mismo. Por eso, se identifican en la obra de Bueno. El Hijo y el Espíritu son iguales aunque distintos: el Hijo es engendrado por el Padre como tal Hijo; mientras el Espíritu, Alegría de Dios, es unitivo y extático: es Don indefinible; lo más imposible de encerrar en un concepto.
  3. El teólogo está inmerso en el mundo de los Padres de la Iglesia. Ellos prepararon los concilios del primer milenio o escriben en su luz: pensaron y amaron la Trinidad divina. Padres de Oriente (Orígenes, Basilio, Gregorio, Atanasio y Juan Damasceno) y de Occidente (Hilario y Agustín) prolongan su huella en los siglos XII y XIII, con Ricardo de San Víctor, Abelardo, Guillermo de Saint Thierry y Tomás de Aquino. Eloy Bueno transita a través de esta historia, perseverando en el método narrativo: su inmersión en cada uno de estos autores es una joya. Las exposiciones de Guillermo o de Ricardo son dos cumbres que hacen honor a estos grandes autores.
  4. El teólogo está también inmerso en la cultura actual, y de ahí saca los interrogantes críticos preñados de intuiciones teológicas, que le llevarán a pensar y escribir una teología “con” y “para” sus conciudadanos, creyentes o no.
  5. Dios es Padre, Hijo y Espíritu porque es Amor. Eloy Bueno precisa: porque es el acto infinito de AMAR. Un amor que conoce; un pensamiento lleno de amor, es la esencia de la Trinidad y la esencia de nuestro conocimiento de Dios. Así, bajan las barreras que impiden “una cierta inteligencia de la fe” en la Trinidad.

La estructura del libro no es ningún cinturón que oprima. Es una regulación sosegada del oleaje de variaciones teológicas y filosóficas del autor, que despliega una auténtica metafísica de la caridad (capítulos 7, 8 y, principalmente, 11). Y esa regulación tiene su cumbre en la segunda parte, con la presentación de la mayor historia de amor narrada, vivida y pensada.

El mensaje propuesto de principio a fin es sencillo: Dios es el acto de amar. Esto supone “el que ama” (el Padre), “el que es amado” (el Hijo del Amor) y el “Espíritu” de la Verdad y del Amor o –como gusta decir el mismo Bueno– la Alegría de amar. Todo esto aparece muy claro en uno de los más logrados capítulos finales, el 11: “El acontecimiento originario de amar”. En él aparece lo más original de Eloy Bueno (Alguien amó primero; Dios es la acción de amar, lo que necesita tres protagonistas, en el surco de Ricardo) y también lo más tradicional: el fondo muy trabajado de las procesiones y las relaciones subsistentes según Tomás de Aquino.

Nota final: san Agustín no solo no frena con su tendencia a volver una y otra vez a la tríada “mente, verbo y amor”, frenada, a su vez, por cierta primacía del conocimiento sobre el amor.

Agustín navega en pleno océano, en el que hay peces muy diversos. Es preciso comprobar, en el último libro De Trinitate, la importancia que da a otra tríada: el Amante, el Amado y el Amor (XV, 6, 10). Esta tríada es para Agustín la “luz inefable” de la fe (Ibid). Aquí no dice más, pero remite al libro VIII. Efectivamente, es al final del libro VIII y al principio del IX donde la tríada amans, amatum, amor” brilla al máximo, porque también se halla en el nivel antropológico, como un espejo de la Trinidad en sí misma. Agustín llega a decir: “Ves la Trinidad si ves el amor” (Vides Trinitatem si charitatem vides, VIII, 8, 12). Agustín no frena: es el mejor valedor del libro de Eloy Bueno.

Agustín piensa la Trinidad como el infinito acto de amar. Esta es la esencia de Dios. Luego al Don del Espíritu se le atribuye también el nombre de Amor porque realiza esa función omnipresente y viva.

Pero también se le puede llamar Alegría, que abre un amplísimo escenario: “La alegría es una irradiación de la vida divina en un alma que el Amor ha inflamado de su belleza” (p. 379).

En el nº 2.749 de Vida Nueva.

Actualizado
08/04/2011 | 09:27
Compartir