Comunión y Adoración

PABLO d’ORS | Sacerdote y escritor

“‘¡Mediante la adoración del Santísimo celebro, es decir, recreo, la situación espiritual de alejamiento de Dios por parte del hombre contemporáneo. Se la recuerdo al mundo, se la recuerdo a Dios.[…] Cuando me pongo de rodillas ante el Santísimo, no solo miro la Hostia –allá a lo lejos–; miro también la distancia misma que hay entra Ella y yo”

Como el de todo cristiano, mi culto a la Eucaristía ha estado conformado por la comunión y la adoración. Mediante la comunión, celebro que Dios está cerca (más cerca imposible, pues entra en mí hasta confundirse conmigo); mediante la adoración, en cambio, celebro que está lejos. Sí, la adoración del Santísimo no es más que la celebración de la distancia de Dios.

Prefiero con mucho la adoración a la comunión, porque esta es un estado excepcional (raramente siente el hombre a Dios tan cerca), mientras que aquella es la situación habitual (a Dios solemos sentirlo lejos). Adorando el Santísimo aprendemos que el hombre es hombre y Dios, Dios: que se juntan en ocasiones, pero que Dios no se deja atrapar. Mediante la adoración del Santísimo celebro, es decir, recreo, la situación espiritual de alejamiento de Dios por parte del hombre contemporáneo. Se la recuerdo al mundo, se la recuerdo a Dios.

Cuando me pongo de rodillas ante el Santísimo, no solo miro la Hostia –allá a lo lejos–; miro también la distancia misma que hay entra Ella y yo, y esa distancia –no solo la Hostia, repito– me parece también digna de veneración.

Mediante la comunión, nos divinizamos; mediante la adoración, nos humanizamos. Quien adora el misterio termina por convertirse él mismo en un misterio. Dios no es evidente, sino que está oculto: se ha manifestado ocultándose. La más luminosa revelación del misterio es la de su ocultación.

En el nº 2.748 de Vida Nueva.

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