Benedicto XVI exige el fin del uso de las armas en Libia

En el monumento a víctimas del nazismo, el Papa recuerda que “hay que decir sí al bien”

ANTONIO PELAYO | ROMA En el complejo entramado político-militar en que se ha convertido la intervención internacional en Libia, la voz de la Santa Sede quiere conservar la independencia de sus posiciones, que es la que le confiere una cierta autoridad en la esfera mundial. Después de haber clamado, el domingo 20 de marzo, por la incolumidad de la población civil y la apertura de corredores humanitarios, Benedicto XVI, sin corregirse ni dar marcha atrás, ha formulado un principio que es básico en toda la acción diplomática de la Santa Sede: el diálogo y la búsqueda de soluciones pacíficas.

Lo dijo con las siguientes palabras el domingo 27, después del rezo del Angelus: “Frente a las noticias cada vez más dramáticas que provienen de Libia, crece mi ansiedad por la incolumidad y la seguridad de la población civil y mi aprensión por los desarrollos de la situación, actualmente marcada por el uso de las armas.

En los momentos de mayor tensión se hace más urgente la exigencia de recurrir a todos los medios de que dispone la acción diplomática y de sostener también la más débil señal de apertura y de voluntad de reconciliación entre todas las partes involucradas en la búsqueda de soluciones pacíficas y duraderas”.

“Desde esta perspectiva –prosiguió Joseph Ratzinger–, mientras elevo al Señor mi oración por un retorno a la concordia en Libia y en toda la región del norte de África, dirijo un ardiente llamamiento a los organismos internacionales y a cuantos tienen responsabilidades políticas y militares para una inmediata puesta en marcha del diálogo que suspenda el uso de las armas”.

Como las manifestaciones populares y su represión por parte de gobiernos totalitarios se multiplican en diversos países, el Pontífice añadió: “Mi pensamiento se dirige a las autoridades y a los ciudadanos de Oriente Medio, donde en los días pasados se han producido diversos episodios de violencia, para que también se privilegie el camino del diálogo y de la reconciliación en la búsqueda de una convivencia justa y fraterna”.

Prueba del interés con que Roma sigue la evolución de la situación en Libia es la participación de la Santa Sede como observador en la Conferencia Internacional que se celebró en Londres el martes 29, siendo representada por el nuncio en Gran Bretaña, Antonio Mennini.

Antes de dirigirse a los fieles que le escuchaban en la Plaza de San Pedro (algunos con pancartas ensalzando la paz y la concordia), Benedicto XVI había visitado las llamadas Fosas Ardeatinas, un impresionante monumento funerario erigido en la primera periferia de Roma a las 335 víctimas inocentes ejecutadas el 24 de marzo de 1944 por los alemanes como represalia a un atentado contra el ejército del III Reich en la romana Via Rasella. De esas víctimas, 76 eran judíos, algunos de apenas 15 años. Ya Pablo VI y Juan Pablo II habían honrado con su presencia este mausoleo, pero revestía un significado muy especial el que la visita la realizase un papa nacido en Alemania.

Recibiéndole, se encontraban, además de autoridades militares y políticas, su vicario para la diócesis de Roma, cardenal Agostino Vallini; el cardenal Andrea Cordero Lanza di Montezemolo (cuyo padre, entonces coronel del Ejército italiano, fue uno de los fusilados por los alemanes después de haber sido torturado en las sórdidas celdas de Via Tasso); y el rabino de Roma, Riccardo di Segni.

Un futuro libre del odio

El Papa, conmovido, depositó una corona de flores ante la lápida que recuerda a las víctimas y oró ante las tumbas mientras el rabino recitaba en hebreo el salmo 129. “Lo que sucedió aquí el 24 de marzo de 1944 –dijo en su discurso, escuchado por algunos parientes de las víctimas– es una ofensa gravísima contra Dios, porque es la violencia deliberada del hombre contra el hombre. Es el efecto más execrable de la guerra, de todas las guerras, mientras Dios es vida, paz, comunión”.

Benedicto XVI, en las Fosas Ardeatinas

Benedicto XVI evocó una frase escrita en la pared por uno de los presos en las Fosas Ardeatinas, “Dios mío, gran Padre, te rezamos para que protejas a los judíos de las bárbaras persecuciones”.

“En ese nombre, Padre –dijo–, está la garantía segura de la esperanza, la posibilidad de un futuro distinto, libre del odio y de la venganza, un futuro de libertad y fraternidad para Roma, Italia, Europa y el mundo. Sí, en donde sea, en cualquier continente, pertenezca al pueblo que sea, el hombre es hijo de ese Padre que está en el cielo y hermano de todos en humanidad. Pero el ser hijo y hermano no es algo que se da por descontado. Lo demuestran, por desgracia, las Fosas Ardeatinas. Hay que quererlo, hay que decir sí al bien y no al mal. Hay que creer en el Dios del amor y de la vida y rechazar cualquier falsa imagen divina que traiciona su santo Nombre y traiciona en consecuencia al hombre hecho a su imagen y semejanza”.

En el Vaticano, mientras, se vive atmósfera de Cuaresma. El predicador de la Casa Pontificia, P. Raniero Cantalamessa, tuvo su primera charla el viernes 25 en la Capilla Redemptoris Mater (la misma utilizada para los Ejercicios Espirituales), y a ella asistió el Santo Padre. El tema de las cuatro meditaciones (las sucesivas tendrán lugar el 1, el 8 y el 15 de abril) es la frase de san Pablo a los Colosenses, “Por encima de todo esté la caridad”.

El calendario de la Semana Santa no contiene novedades respecto a años anteriores. Las meditaciones para el Vía Crucis del Viernes Santo en el Coliseo las ha escrito, por invitación del Papa, la religiosa agustina María Rita Piccione. También serán obra de una agustina, sor Elena Manganelli, las ilustraciones del libreto que edita el maestro para las Ceremonias Litúrgicas, Guido Marini.

El 22 de marzo, la plana mayor de la Congregación para la Educación Católica presentó su Decreto de Reforma de los Estudios Eclesiásticos de Filosofía, fechado el 28 de enero de 2011. En su presentación, el cardenal Zenon Grocholewski subrayó como origen de esta reforma, por una parte,“la debilidad de la formación filosófica en muchas instituciones eclesiásticas”, y por otra, la “convicción de la importancia de la filosofía en su componente metafísica para superar la situación de crisis que invade hoy grandes sectores de la filosofía”. Dos afirmaciones que es difícil no compartir.

Baste recordar que Benedicto XVI dijo en su día que “la crisis de la teología posconciliar es en gran parte la crisis de sus fundamentos filosóficos”. El purpurado añadió que la filosofía de que se trata es una filosofía “que rechaza una separación indebida entre la razón y la fe, proyectando una apertura de la primera a la segunda, y la necesidad que tiene la segunda de acudir al apoyo de la primera”.

El documento contiene dos partes: el preámbulo, que ilustra las razones y el espíritu de la reforma, y la que contiene las nuevas normas que deben sustituir las hasta ahora vigentes, de la Sapientia christiana y de sus “Normas aplicativas”, que datan de los ya lejanos años 70-80.

Vida Nueva propondrá próximamente las reflexiones de un experto (ver artículo aquí). Solo digamos que el espíritu del texto es “ratzingeriano” al cien por cien y que la dificultad mayor que nos parece encontrar es un cuerpo docente que pueda asumir la responsabilidad de esta reforma de los estudios eclesiásticos, muy resentidos en las últimas décadas por la “intrusión” de otras materias, muy necesarias, desde luego, pero que no podían sustituir la base filosófica esencial para introducirse en la teología. Y quisiera añadir que nadie aspira a refundar una neo-escolástica expresión de aquella que uno de mis viejos profesores de Comillas calificaba así: “¿Filosofía? La nuestra, la de siempre, la perenne”.

En el nº 2.748 de Vida Nueva

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