Mística en tiempos convulsos

(Francisco M. Carriscondo Esquivel– Profesor de la Universidad de Málaga)

“La obra [de Alda Merini] constituye uno de los escasos y últimos reductos de una poesía que busca la sublimación con Dios: amor a la divinidad; indolencia ante la muerte si es para encontrarse con Él; catarsis, trance, elevación sobre lo físico y, consecuentemente, renuncia, desapego hacia todo lo material.”

Fueron los grandes místicos de nuestro Siglo de Oro la cúspide de una literatura que, después de ellos, ha venido transcurriendo por un camino en franco declive, incluso de retroceso. Es la poesía que comunica ese algo que envuelve a las cosas y que, como el éter en las esferas superiores, las mantiene entre sí conectadas. Santa Teresa o san Juan de la Cruz nos hablan de dicha experiencia, por lo general inefable para el resto de los mortales, y que en un sentido más preciso puede llamarse comunión.

Traigo aquí este breve pensamiento tras mi lectura del hermoso poemario de la italiana Alda Merini: Cuerpo de amor (trad. de Jeannette L. Clariond. Barcelona – México: Vaso Roto, 2010). La obra constituye uno de los escasos y últimos reductos de una poesía que busca la sublimación con Dios, como en aquellos místicos: amor a la divinidad; indolencia ante la muerte si es para encontrarse con Él; catarsis, trance, elevación sobre lo físico y, consecuentemente, renuncia, desapego hacia todo lo material.

Qué extraño que se hable, en los tiempos que corren, de estas conmociones, ¿verdad? Frente a un arte, el literario, y el resto de sus órdenes, que comparten en esta hora actual la desvinculación con lo trascendente, obras como la de Alda Marini pueden servir para confiar en el renacer de un maridaje histórico, incluso ancestral: el de las creaciones humanas que surgen de una experiencia mística, por encima de modas pasajeras que ni siquiera dejan una micra de poso en nuestras conciencias.

fcarriscondo@vidanueva.es

En el nº 2.746 de Vida Nueva.

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