La librería de autor, resistencia e innovación

Un nuevo concepto de librerías se abre paso ante la crisis y la revolución de Internet

(Juan Carlos Rodríguez. Fotos: Luis Medina) La librería se transforma. En la medida que el libro trasmuta de objeto a archivo digital, mientras el ocio se diversifica hacia lo visual, la librería aprende a renovarse. Una librería independiente es, debe ser, hoy mucho más que vender un libro. “Estamos sufriendo un cambio de la librería tradicional. Cada vez se busca más la experiencia de compra, un lugar especializado con un fondo determinado (el nuestro es narrativa) con personal cualificado (reivindicamos el oficio de librero).

Un espacio diferente y agradable que gire en torno al libro y que permita disfrutar de este mientras se toma un café, un buen vino o se visita una exposición”, afirman Alfonso Tordesillas, Curro Llorca y Gonzalo Queipo, al frente de Tipos infames (San Joaquín, 3. Madrid), un nuevo modelo de librería que combina selectos libros, vinos, café y obras de arte nacida hace tan solo cuatro meses. El concepto, definido como librería de autor, no es nuevo. Pero con la doble crisis de la librería tradicional –la económica y la aparición del libro electrónico– ha emergido con fuerza.

Es el caso de La buena vida (Vergara, 10. Madrid), otro ejemplo de librería que ofrece cenas y pasión por la lectura. “Cada vez más, nuestra clientela huye de la literatura comercial y busca una oferta y asesoramiento que le permita encontrar ‘su lectura’ ideal. Por nuestra parte, intentamos que la relación con los clientes no sea unidireccional y sentimos que la clientela tiene un peso enorme en el tipo de selección literaria que llevamos a cabo”, explica su mentor, Jesús Rodríguez, quien hace tres años concibió La buena vida: “Nuestra librería abrió en plena crisis, por lo que desconocemos el efecto seguro que está teniendo en la marcha de la librería. Por otro lado, nuestro crecimiento es sostenido en estos tres años y estamos felices de seguir descubriendo nuevas cosas cada mes”.

En el fondo, estas librerías pequeñas, accesibles y acogedoras, buscan combinar una oferta literaria muy personal –“apostamos por una selección de fondo de calidad haciendo más visibles los títulos editoriales que a nuestro juicio, por su calidad, deben llegar al lector”, según describen Tordesillas, Llorca y Queipo– con la revalorización de la figura del librero y la creación de un espacio en donde el lector sabe que se sentirá cómodo bajo la reivindicación de conceptos como la cercanía, el trato personal y el sentimiento de comunidad.

“Nosotros acabamos de abrir –afirman en Tipos infames–, llevamos solo cuatro meses y por suerte no podemos quejarnos. Somos optimistas moderados. A la gente le gusta el espacio, la fusión de la librería con la parte de café, la sala de exposiciones o la bodega con una selección de vinos no muy habituales”.

Y así lo confirma también Jesús Rodríguez. “Las grandes cadenas apuestan por los valores consagrados; es decir, van a lo seguro.Mientras en la librerías de autor hay una tendencia a la diversificación y a la especialización. En nuestro caso, la diversificación se aplica a las actividades que ofrecemos: presentaciones, exposiciones, catas de vino…, para superar la mera acumulación de libros de la librería tradicional. Al tiempo que revindicamos la especialización, tanto en el fondo como en el conocimiento del librero”.

Un modo de vida

Más que un negocio, estas librerías de autor son un modo de vida: “Para nosotros, la librería es un lugar de encuentro de un tipo de persona. El amor por la lectura se extiende al cine, la música y el disfrute de un tiempo libre con una mayor calidad y consciencia”, como lo describe el creador de La buena vida. Pero también es una respuesta a tiempos de crisis, de prisas y de perplejidad.

En este interregno hacia no se sabe dónde, han surgido experiencias que combinan música soul, psicodelia y folk con libros de editoriales independientes como Bajo el volcán (Ave María, 12. Madrid) o que reclaman la lectura con un buen café con bollos como La fugitiva (Santa Isabel, 7. Madrid).

“Estos fenómenos suponen una opción para enfrentarse a la nueva situación pero será perjudicial si acaba dejando las estanterías de libros como mero decorado”, advierte Rodríguez, quien, como en Tipos infames, sabe que “no queremos convertirnos en un bar con música de fondo”.

Intentos similares, como El bandido doblemente armado, se han quedado por el camino; por eso insisten en que, ante todo, la fórmula pasa por cuidar al lector y ser cada vez más rigurosos y personales en la selección de la oferta literaria.

“Recurriendo a la experiencia de un infame que lleva en el sector del libro desde hace cinco años, el lector es cada vez más exigente a la par que cuidadoso con las ediciones, traducciones… Igualmente con el espacio y el asesoramiento”, señala Alfonso Tordesillas. “Vivimos tiempos de cambios y de amenazas apocalípticas, pero lo que intentamos hacer es innovar cada día y escuchar e intentar satisfacer a nuestros clientes y no tanto a los medios”, dictamina Jesús Rodríguez.

El marco es un escenario en el que las ventas de libros han descendido en los últimos dos años y en el que la lenta y progresiva aparición del libro digital –y de su venta a través de Internet– amenaza con la desaparición o la renovación.

Jesús Rodríguez resume que “la situación es crítica en el caso de las librerías independientes”, a la vez que añade nuevos parámetros al debate: “El precio del suelo en las grandes ciudades es el elemento más determinante a la hora de dificultar la viabilidad de una librería, y a esto hay que añadir que los libros más rentables ya pueden ser adquiridos en cualquier lugar, algo que limita la oferta de estas librerías a la literatura de nicho, la ideal, pero necesitada de los márgenes de la otra para subsistir”.

Pilar Gil, cabeza visible de un negocio familiar, tradicional e independiente, como es la librería Gil (Vargas, 69. Santander) ofrece una visión más amplia con semejantes conclusiones: “Cuando hablo con otros libreros, tengo la sensación que se cierne sobre nosotros una nube muy negra. Todo el mundo está expectante, no sabe lo que va a pasar y el miedo a lo desconocido ha paralizado el sector. Tendremos que especializarnos y quizá dar el mejor café de la ciudad rodeados de libros”.

Entre tanto, Gil ha asumido que se ha transformado en un centro cultural, con convocatorias y actos alrededor del libro.

Lo saben Tordesillas, Llorca y Queipo: “Para sobrevivir, la librería debe adaptarse. Creemos que debe estar en contacto con la sociedad y con el enclave en el que se sitúa. La librería de barrio modificada, que conoce el gusto de sus lectores y ofrece un plus como tomarse un vino, ver una exposición…, con el asesoramiento del librero”. Las librerías especializadas, como las religiosas, resisten, pero deberán afrontar una adaptación a estas nuevas fórmulas de convivir con el lector.

En el nº 2.746 de Vida Nueva

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