El Parlamento y el cura (I)

(Carlos Amigo Vallejo– Cardenal arzobispo emérito de Sevilla)

“Están el Parlamento de la nación, el alcalde del municipio, la Conferencia Episcopal y el cura del pueblo. Por supuesto, los buenos son el alcalde y el cura. El Parlamento y la Conferencia Episcopal, no voy a decir que los perversos, pero juzgados frecuentemente como organismos menos apreciados”.

Hay argumentos literarios y peliculeros que no pasan de actualidad. Son los de los enfrentamientos entre buenos y malos. Aunque ahora se ha puesto de moda esa especie de transfuguismo moral donde el bueno es quien se burla del orden, de la ley y de la ética, y el malo un tontorrón de aquí te espero, intransigente y de una doble vida de ensueño. Al final, la apoteosis de una paradisíaca ambigüedad, donde lo que parece importante es ser libre y feliz, aunque sea a costa de pasar por encima de cualquier norma ante la satisfacción egoísta de cualquier tipo de sentimiento.

Bien, pues en esta nueva película de malos y de buenos están el Parlamento de la nación, el alcalde del municipio, la Conferencia Episcopal y el cura del pueblo. Por supuesto, los buenos son el alcalde y el cura. El Parlamento y la Conferencia Episcopal, no voy a decir que los perversos, pero juzgados frecuentemente como organismos menos apreciados.

Se alaba, y con toda razón del mundo, a los militantes de Greenpeace, a los miembros de esta o aquella ONG, a los cooperantes que llevan a cabo encomiables proyectos para el desarrollo, a los grupos sin fronteras que proliferan y colaboran…

De lo gubernamental, se sospecha. Se ven casi exclusivamente intereses políticos, de partido, de hacerlo casi y porque no hay más remedio que hacerlo. Parlamento, Senado, Gobierno, ministerios y demás organismos y oficinas se hacen poco menos que innecesarios y cargados de funcionarios con poca dedicación laboral. Todo esto es una generalización tan superficial como injusta.

Bueno es el alcalde del municipio, que se ocupa de que las calles estén limpias, los niños tengan escuela, los parados encuentren trabajo y las fiestas del pueblo sean la envidia y la atracción de toda la comarca.

El reparto de buenos y de malos está presentado. El veredicto no puede ser más injusto y menos inteligente, pues una sociedad sin estructuras políticas adecuadas, sin gobernantes, sin Parlamento y oficinas es impensable. Y la experiencia de los países sin estos instrumentos de gobierno y de gestión, no puede ser más lamentable. En el caso de la Iglesia, es mejor servirse del texto de san Pablo: hay distintos y variados carismas, ministerios, funciones y servicios, pero todo viene de la mano de Dios para servir al bien común, al provecho de toda la comunidad.

Decía Benedicto XVI: “No se puede crear la justicia en el mundo solo con modelos económicos buenos, aunque son necesarios. La justicia solo se realiza si hay justos. Y no hay justos si no existe el trabajo humilde, diario, de convertir los corazones, y de crear justicia en los corazones. Solo así se extiende también la justicia correctiva. Por eso, el trabajo del párroco es tan fundamental, no solo para la parroquia, sino también para toda la humanidad. Porque, como he dicho, si no hay justos, la justicia sería solo abstracta. Y las estructuras buenas no se realizan si se opone el egoísmo incluso de personas competentes”.

En el nº 2.746 de Vida Nueva

Compartir