“Incendies”: vidas en ascuas

Una extraordinaria película que zarandea al espectador en su butaca

(J. L. Celada) Un testamento, dos sobres y una última voluntad de la difunta: entregar a sus destinatarios (un padre al que creían muerto y un hermano del que ignoraban su existencia) las cartas que contienen. Solo entonces nuestra protagonista podrá descansar en paz, y sus desconcertados hijos obtendrán la respuesta a tantas preguntas y misterios. Así arranca Incendies, nuevo trabajo de Denis Villeneuve, una dolorosa travesía por los infiernos humanos en busca de esa verdad que disponga a la necesaria reconciliación para seguir adelante.

Como sucede en la obra teatral del libanés Wajdi Mouawad que le sirve de inspiración, el director de esta cinta sitúa los hechos en un lugar cualquiera de Oriente Medio (aunque bien podría ser en pleno conflicto civil del Líbano), cruel escenario de no pocos odios y fuegos cruzados que dejan a su paso miles de muertos y desplazados, infancias rotas, mujeres violadas y un sinfín de aberraciones cometidas en nombre de las causas más bajas.

Sin embargo, aquí no caben buenos ni malos; este relato de alcance universal no entiende de maniqueísmos, sino de seres heridos que imploran curación.

Con descarnado realismo y una narración que combina hábilmente las imágenes más impactantes con inquietantes elipsis y silencios, Villeneuve va tirando del hilo de esta sobrecogedora madeja hasta dar con la llama que un día prendió la hoguera que hoy todavía quema por dentro.

Porque los personajes principales de Incendies comparten mucho más que los lazos de sangre. Todos ellos son vidas en ascuas, abrasadas por la desesperación y/o la incertidumbre de quienes sienten que están a punto de tropezar con un hallazgo terrible, pero que no desisten en su empeño de iluminar tan peligroso y solitario viaje por los desiertos –geográficos e interiores– que se interponen en el camino.

Una extraordinaria película, una primorosa lección de cine que roba el aliento y zarandea al espectador en su butaca, mientras oxigena una cartelera secuestrada por el Torrente de turno. Nunca es tarde para aprender a valorar en su justa medida las atrocidades de una guerra.

Más información, en el próximo número (nº 2.746) de Vida Nueva.

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