Retroceder nunca, rendirse jamás

¿Cuánto costó esta aclaración en la edición dominical de El Tiempo? ¿Qué costo pastoral tiene una retractación?

Los lectores del diario El Tiempo nos desayunamos el pasado domingo 20 de febrero leyendo dos cartas, una de unos quejosos y otra de un pastor disculpándose. Se quejaban los notarios del país por unas declaraciones del arzobispo de Bogotá en las que dijo que una de las causas de la pérdida de tierras por parte de los desplazados radica en la corrupción que hay en algunos sectores notariales del país. ¿Quién lo duda? ¿O si no cómo se hacen escrituras falsas o cómo se despoja legalmente a los débiles de sus parcelas y pequeñas fincas? No dijo el prelado que todos los notarios, ni siquiera uno, sean corruptos. Pero sí, que en ese medio suceden cosas no tranparentes. Entonces el colegio de notarios le dirige una carta, entre firme y amenazante, para que se retracte y el pastor, en efecto, parece retroceder. En todo caso, los notarios, al final de su carta, insinúan que en su medio puede haber personas corruptas, pero no es así la institución. ¿Cuánto costó esta aclaración de media página en la edición dominical de El Tiempo? ¿Qué costo pastoral tiene una retractación, cuando lo denunciado es cierto?

Respecto de las acciones proféticas de la Iglesia y en concreto de sus obispos y sacerdotes, hay cosas que no se pueden soslayar.  En primer lugar, ese aspecto de la misión es ineludible. Los sacerdotes y los obispos tienen que ser capaces de denunciar el mal, doquiera se encuentre. En segundo lugar, deben tener la suficiente fortaleza para afrontar las consecuencias del profetismo. Con frecuencia son dolorosas y costosas, en bienes y aun con la vida. En tercer lugar, el profetismo es más fuerte si es personal. Aquí vale la pena preguntarse si el estilo de emitir comunicados que también ha arraigado en las oficinas eclesiásticas no termina por quitarle voz y fuerza a los mismos pastores en su misión individual, en sus comunidades concretas, en su contexto particular. En cuarto lugar, que debería ser el primero, el profeta, una vez ha pronunciado su voz de alarma y justicia, no puede ni debe salir a recoger sus palabras pues ya fueron dichas y seguramente tras ellas está también la inspiración del Espíritu de Dios. Retroceder o rendirse no están en el diccionario del profetismo.

Volviendo a los notarios y a sus argumentos, no es tan fácil creerlos, al menos en parte. ¿No acabamos de salir de una etapa histórica en la cual las notarías se volvieron moneda de cambio para pagar favores políticos, como sucede también con los puestos diplomáticos? ¿No están muchas de las notarías en manos de familiares de políticos o de gentes adictas al gobierno de turno? ¿No hubo necesidad de aplazar el pasado concurso de notarios varias veces por la falta de transparencia en lo que allí sucedía? No puede nadie que tenga sentido de justicia decir que es una institución inmaculada, como tampoco se puede afirmar que allí reine la corrupción por encima de la ética y el servicio. La carta de los notarios al primado lleva un tufillo de legalismo que en el fondo podría traducirse en demandas o pagos de indemnizaciones. Es una rama del poder que también se muestra feroz cuando alguien la cuestiona y se ve, por lo escrito, que estarían dispuestos a cosas muy duras frente a quien cuestionen sus procedimientos.

La Iglesia en Colombia tiene, entre sus muchos retos actuales, levantar más duro la voz contra la inmoralidad y la corrupción reinantes. Recientemente los obispos italianos llamaron a una vida con más moral en ese país, empezando por la del Primer Ministro, el voluptuoso Berlusconi. Puede suceder y seguramente sucederá que apenas la Iglesia se ponga firme en Colombia le saquen sus trapitos sucios al aire, pero no hay más remedio. Y esto servirá también para que los pastores entendamos que si queremos ser profetas, nos corresponde primero que  a nadie tener una solidez ética y moral  a toda prueba. En conclusión diríamos que el arzobispo Salazar salió a torear por primera vez en la plaza mayor, Bogotá, puso banderillas en su punto preciso, el toro se embraveció y el prelado se metió tras el tablado. La corrida promete.

Rafael de Brigard Merchán, Pbro

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