Los innumerables mundos

ARTURO GUERRERO

No hay un único mundo. Hay tantos mundos como visiones particulares del mundo. Cada persona habita un planeta distinto, y el abigarrado conjunto de estos astros conforma constelaciones. Un hombre, un niño, la señora de la tienda, el policía del parque, cada uno de ellos fabrica su personal universo.

Es en la cabeza de la gente donde se produce la creación constante de la realidad. No todos los seres miden las mismas calles ni aspiran el mismo olor. A unos les parece rojo el rojo, para otros este color es más bien un grado alto de temperatura. Al despertarse del sueño nocturno, un ciudadano compone los ingredientes de la ciudad del día.

Por eso es tan decisivo el arte. Gracias a historias contadas con misterio, a canciones que toquen esquinas del alma, a películas que hagan llorar, gracias a este conjunto de ficciones encantatorias las gentes cambian o refuerzan sus apreciaciones sobre los aspectos fundamentales de la existencia.

Se dice que los versos de Virgilio agregan gramos al peso del globo. Sin La Eneida, pues, la Tierra sufriría modificación en su composición molecular. Y todo debido al suspiro de la adolescente que se lamenta con Eneas. Una sonata de Beethoven inunda de luz la muerte de un anciano, de modo que este hombre se lleva al otro lado una serenidad de último momento.

La furia de los genios árabes, leída en Las mil y una noches, configura un especial sentido del horror en la mente de un niño cuyo mundo vestirá humos inconmensurables. La Victoria de Samotracia, desde lo alto de las escaleras interiores del Louvre, sigue infundiendo rectos corajes de piedra entre visitantes que se sienten hermanos de guerreros desuetos.

Las vidas no serían las mismas si desaparecieran obras portentosas que han modelado por generaciones los innumerables cosmos de este cosmos que suponemos único.

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