El hambre derrota a la sociedad mundial

“La mitad de la humanidad no come, y la otra mitad no  duerme por miedo a los que no comen”, José de Castro

La imagen del niño y el buitre acaba de revivir. Había aparecido en la primera plana del New York Times en marzo de 1993. Le mereció a su autor, el fotógrafo Kevin Carter, el premio Pulitzer en 1994. Esta se convirtió en un símbolo de la mala conciencia de la sociedad mundial que le cobró cara al fotógrafo su supuesta indiferencia ante la agonía del pequeño, amenazado por un buitre y por el hambre. A ese reproche de la opinión se le atribuyó el suicidio del fotógrafo, a quien habría perseguido el pensamiento de que no había hecho nada por el pequeño.

Pero esa imagen se había convertido en un dedo acusador: no era solo el fotógrafo Carter quien se hacía preguntas, en la conciencia de la humanidad también las hubo: ¿qué clase de sociedad es la que ha hecho posible que un niño, sea este sudanés de la aldea de Ayod, o sea la pequeña bogotana que murió en un hospital en donde no pudieron hacer nada para salvarla de los destrozos que le había hecho la desnutrición? Que un niño muera por una bala perdida es cruel pero explicable, lo mismo habría que decir del que muere por un tratamiento médico equivocado o por un accidente casero o aplastado por un vehículo, pero cuando la muerte se produce por hambre, el hecho se convierte en una notificación de fracaso para el mundo porque existe la convicción humana  de que un niño no puede morir de hambre.

Esta semana hubo cierto alivio porque 18 años después de la aparición de aquella imagen del niño y el buitre, se supo que ese niño había sobrevivido al buitre y al hambre.

Cuando en el 2000, los jefes de estado de 191 países trazaron en la ONU los objetivos del milenio, como quien conjura un remordimiento, los presidentes incluyeron la eliminación del hambre como una meta para el 2015; pero a cinco años del vencimiento de ese plazo, la certeza de que 60 millones de niños en el mundo están marcados por la desnutrición, es una notificación de fracaso. La miseria no ha dejado de crecer y con ella las condiciones propicias para el hambre. CEPAL subrayó el impacto de las crisis financieras, que aumentaron el ejército de los miserables del mundo de 180 a 189 millones.

En Colombia se unieron la Universidad Industrial de Santander y los investigadores del Observatorio de Seguridad Alimentaria de la Universidad Nacional, para averiguar los niveles del hambre en el país, y encontraron que en el 85% de los hogares se aguanta hambre.

En las reuniones convocadas para examinar la situación y analizar lo que se está haciendo mal dentro del cumplimiento de los objetivos del milenio, ya no se hicieron las cuentas alegres del año 2000, pero sí se están tomando en serio características del problema, tan graves como el hecho de que el hambre no resulta de una falta de alimentos, sino de su carestía. La lógica económica impuesta al suministro de alimentos es brutal y está condenado a morir de hambre quien no tenga dinero para pagar sus alimentos.

Así como en Colombia los arroceros agremiados protestaron porque el gobierno nacional afectaba sus intereses cuando dispuso importaciones de arroz, en previsión de la escasez causada por las inundaciones, en el mundo el comercio de alimentos se mantiene indiferente frente al fenómeno del hambre. La práctica de botar la leche a un río, o de quemar cosechas de maíz o de arroz para evitar la caída de los precios, en nuestros tiempos no ha desaparecido.

Anota la FAO que América Latina produce alimentos más que suficientes para satisfacer las necesidades de su población, y sin embargo, hay hambre. A comienzos de este año el organismo lanzó una alerta mundial por los altos precios de los alimentos, tendencia que en el mes de enero marcó 231 puntos en el índice de la FAO, el más alto desde 1990.

El Banco de la República en su informe de febrero prevé que la ola invernal mantendrá altos los precios en Colombia durante los dos próximos trimestres; pero alimentos hay, aunque sometidos a la ley de la oferta y la demanda.

Podría haber más alimentos disponibles en el mundo, anotan los investigadores de la FAO, si se diversificara la dieta, que hoy se reduce a 18 alimentos esenciales. “Hay miles de especies más, que nunca llegan a las mesas y que podrían perderse”, informan con aire de conspiradores, porque saben que esa diversificación afectaría los poderosos intereses de la industria mundial de alimentos.

Sin embargo, es un hecho que el cambio climático impondrá el recurso a estos alimentos no utilizados, que son de igual o de mejor calidad nutricional. Hay hambre a pesar de que una rica variedad de alimentos aún no llega a los platos.

Pero aún con las mismas cuatro especies vegetales que se sirven en los comedores del mundo y con la docena de especies animales que figuran en el menú de los humanos, la inseguridad alimentaria es posible porque gran parte de la población del mundo no sabe comer.

Con una fuerte dosis de sentido común, el sacerdote capuchino Juan Guinart en los comedores que mantiene, no se limita a servirles el almuerzo a los niños y a los ancianos que atiende en Valledupar y en la Sierra; además les enseña a comer, a saborear con gusto la carne y la leche y la verdura, a no botar la comida y hasta a manejar el tenedor y la cuchara. El hambre adquiere otra apariencia siniestra en la bulimia y la anorexia, y en los hábitos de comida chatarra sin valor nutricional. La campaña contra el hambre asume la forma de un proceso pedagógico y de reencauzamiento de las costumbres cuando también enseña a comer.

Pero este, parece un problema menor frente al hecho social del hambre de vastos sectores de la población.

Los informes de la FAO y de las ONG dedicadas al estudio y la lucha contra el hambre, advierten su incidencia en la falta de libertad para participar en las jornadas electorales en que, con tal de comer, los  ciudadanos votan por cualquiera que les ofrezca un mercado. Las largas filas de votantes indígenas que en la Guajira reciben en las elecciones, junto con su cédula y un voto marcado, un bono para reclamar un mercado, no son un caso único en Colombia. El hambre afecta así los votos y la democracia.

En los millones de niños que crecen con hambre en Colombia y en el mundo, está quedando la marca indeleble de un atraso que los mantendrá durante su vida como ciudadanos de tercera categoría, incapaces para desarrollar su potencial como personas. La comunidad mundial y las comunidades nacionales, al poner sobre la mesa el problema del hambre, buscan afanosamente una solución que les permita cumplir su objetivo del milenio en los  años que les quedan hasta el 2015.

Las soluciones caritativas y de beneficencia, como los comedores del padre Guinart, o los bancos de alimentos como el que impulsa la arquidiócesis de Bogotá, o los  comedores comunitarios de la alcaldía de Bogotá, son respuestas necesarias para atender la emergencia del momento, pero son insuficientes y dejan intactas las raíces del mal.

De mayor alcance son las medidas  para hacer una economía más justa, como las que contempla el gobierno nacional al proponer el desmonte de los privilegios tributarios para empresarios, entre ellos la deducción del 30 por ciento. Aún más importante la devolución de tierras a los campesinos desplazados, la generación de empleo formal y medidas de fondo como las que se debaten en el mundo: el control de precios de los alimentos, los estímulos a la diversificación de los alimentos y asegurar existencias de alimentos, abundantes y estables. Son medidas que solo podrán mantenerse y fortalecerse si crece la conciencia de que un niño con hambre -igual si es un adulto, un viejo o una mujer embarazada-cualquier ser humano con hambre, es un fracaso de la civilización. ¿De qué le sirven a la humanidad las bases espaciales en las estrellas, si es incapaz de alimentar a los habitantes del planeta? VNC

En el nº 22 de Vida Nueva Colombia.

El país de la desigualdad

A nivel regional Colombia se ubica como uno de los países con peores indicadores de desigualdad en la distribución del ingreso, superado apenas por países con problemas históricos en este  sentido como Brasil. Para el 2005 se estimaba que en el país el 10% de los hogares más ricos percibía ingresos 30 veces superiores al 10% de los hogares más pobres.

La pobreza tiene enormes connotaciones sociales y en la medida en que las oportunidades en el mercado laboral y en general en el contexto económico y social son escasas, muchas más personas son lanzadas a la informalidad y a la ilegalidad, convirtiéndose en un factor que alimenta otros fenómenos como el narcotráfico, el contrabando y el mismo conflicto armado. Dentro de las estrategias de reclutamiento de los grupos delincuenciales y de los movimientos armados al margen de la ley, el factor económico figura como uno de los principales elementos para atraer nuevos miembros a sus filas.

Conferencia Episcopal Colombiana en La Realidad que nos interpela.

El reto de los hambrientos

En muchos países pobres persiste y amenaza con acentuarse la extrema inseguridad de la vida a causa de la falta de alimentación: el hambre causa todavía víctimas entre tantos Lázaros a los que no se les consiente sentarse a la mesa del rico Epulón. Dar de comer a los hambrientos es un imperativo ético para la Iglesia universal, que responde a las enseñanzas de su Fundador, el señor Jesús, sobre la solidaridad y el compartir.

En la era de la globalización eliminar el hambre en el mundo se ha convertido en una meta que se ha de lograr para salvaguardar la paz y la estabilidad del planeta. El hambre no depende tanto de la escasez material, cuanto de la insuficiencia de recursos sociales, el más importante de los cuales es de tipo institucional.

El problema de la inseguridad alimentaria debe ser planteado en una perspectiva de largo plazo, eliminando las causas estructurales que lo provocan y promoviendo el desarrollo agrícola de los países más pobres mediante inversiones en infraestructuras rurales, sistemas de riego, transportes, organización de los mercados, formación y difusión de técnicas agrícolas apropiadas, capaces de utilizar del mejor modo los recursos humanos, naturales y socioeconómicos…

Al mismo tiempo no se debería descuidar una reforma agraria ecuánime en los países en desarrollo. El derecho a la alimentación y al agua tiene un papel importante para conseguir otros derechos, comenzando ante todo por el derecho primario a la vida…

Benedicto XVI, Caritas in Veritate # 27.

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