Abrazo samaritano

(Juan Rubio– Director de Vida Nueva España)

Siempre, desde el corazón mismo de la misión, la Iglesia ha estado junto a los que más sufren. El Buen Samaritano se acerca, toca, cura las heridas y renueva la confianza de quien ha sido escupido en la cuneta de la vida. Son los voluntarios que han jalonado la Historia de la Iglesia y a los que no les ha importado ni la raza, ni el color, ni la piel, ni la religión. El voluntariado en la Iglesia ha recibido muchos nombres. A mí me gusta hablar de “Samaritanos”. En la parábola de Jesús quedan perfectamente definidos. Su perfil está claro.

Pasan por la vida y encuentran a hombres y mujeres a los que diversas situaciones pone al borde del camino. Tienen el corazón herido y el cuerpo lacerado por el hambre y la miseria. Necesitan, antes que nada, de una mirada cargada de misericordia entrañable y una mano que les cure las heridas con el bálsamo del consuelo y el vino de la esperanza. Están en cualquier rincón de este planeta que se desangra por falta de fraternidad.

Junto a ellos trabajan otros muchos, con sus manos, su boca, su aliento, su vida entregada. Ellos, los voluntarios cristianos ponen un “plus” que es el de la trascendencia, porque no se conforman con lo que hay; porque miran a un mundo nuevo que está por venir, porque con su actitud samaritana están adelantando el reino de Paz y de Justicia Universal. Porque no se conforman con lo que tienen, se echan en brazos de la solidaridad que en los cristianos recibe el nombre de fraternidad. No estarán tranquilos hasta que todos no estén sentados a la mesa en donde se parte el pan y se reparte el vino con gozo y alegría. Es el amor que se multiplica en gestos, caricias, tiempo sin reloj, prioridades, incluso por encima de las legítimas. Pierden vida para dar. Cuando la Iglesia es vituperada por su poder, por sus pecados, por su estilo demasiado mundano ellos se levantan con claridad para anunciar un evangelio que sabe de ternura.

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