José Leonardo Rincón: “Formamos personas responsables y auténticas, no clones”

Presidente de la Confederación Nacional Católica de Educación de Colombia

(Texto: Miguel Ángel Malavia. Fotos: S. Cuesta) Tras dos décadas en las aulas, el jesuita José Leonardo Rincón fue designado hace año y medio como presidente de la Confederación Nacional Católica de Educación de Colombia (CONACED). Desde hace poco más de un mes, ocupa también la secretaría general de la Confederación Interamericana de Educación Católica (CIEC).

Es un referente en la enseñanza colombiana. Ha recibido más de 40 premios, entre otros, el más alto del Ministerio de Educación. ¿Cuál es el secreto?

La gestión. El texto del Juicio Final que leemos en Mateo me ha inspirado bastante: lo que cuenta es lo que hacemos y no tanto las buenas intenciones, los títulos o los años de experiencia. Y también la recomendación de Ignacio de Loyola al final de los Ejercicios: el amor hay que ponerlo más en las obras que en las palabras.

La identidad jesuita y la escuela conforman un binomio histórico. ¿Qué supone y cómo se aplica la pedagogía ignaciana en la realidad actual de Colombia y, en general, de América Latina?

La pedagogía jesuita se enmarca dentro de la identidad de la escuela católica: su objetivo primero, lo que le da sentido, es ser evangelizadora. Esto lo hacemos formando integralmente a nuestros estudiantes para que desarrollen armónicamente todas sus dimensiones, sirvan a su contexto social y político, estén comprometidos con la justicia y con los más débiles, insertos en una cultura y en diálogo con ella, con un sentido de construcción de comunidad.

Estos principios, que forman parte de la identidad de la escuela católica, no son ajenos a la Compañía de Jesús. Vibramos con ellos, poniendo nuestro acento específico en buscar siempre la excelencia, el bienestar del ser humano y su calidad de vida; en breve expresión: la mayor gloria de Dios. Se trata de que no nos conformamos con lo tradicional, lo de siempre. Queremos ser precursores, continuamente insatisfechos por encontrar caminos nuevos.

¿Cómo conjuntan en el mismo proceso educación integral y evangelización?

Una escuela que evangeliza lo hace integralmente. Sería lamentable tener una escuela católica excelente académicamente, pero deficiente en excelencia humana. Con la excelencia integral desarrollamos ambas dentro de un proceso armónico compuesto, al menos, por ocho dimensiones: cognitiva, ética, espiritual, afectiva, comunicativa, corporal, estética y sociopolítica. Esto está claro en nuestro proyecto. La mejor evangelización es educar personas integrales e íntegras.

Ciertos colectivos eclesiales consideran que la escuela católica pierde su esencia, precisamente, por potenciar la conciencia crítica…

Todo lo contrario. La formación de la conciencia crítica potencia la esencia de la escuela católica. Formar en la libertad y en la autonomía es uno de nuestros grandes desafíos, porque se trata de formar personas responsables y auténticas, no clones que repitan lo que uno quiere que se repita. La apertura, la diversidad, la inclusión y el pluralismo están en la esencia de la escuela católica. Por eso, personalidades tan divergentes en pensamiento como Pablo VI y Fidel Castro se formaron con nosotros y, libremente, optaron por caminos distintos.

Por otro lado, sería lamentable que nuestros estudiantes consiguieran excelentes resultados académicos, pero salieran apocados y poco formados en su vivencia cristiana. Sería un vacío muy importante y a revisar. Esta es una crítica que se nos hace y que, también, obedece a un contexto bastante secularizado, por el cual parece asustarnos reconocer nuestra identidad cristiana y sentirnos orgullosos de ella. Hoy, mucha gente se avergüenza de decirse católico, como si esto fuese sinónimo de retrógrado, cuando en realidad significa ser abierto, universal, plural. Eso es ser católico. Y esa es la escuela católica. Las escuelas católicas que carecen de estos rasgos no lo son en la práctica.

Ha dicho que su “gran sueño” es “trabajar mucho más en la educación pública”, superando “las odiosas diferencias” que la separan de la privada.

Efectivamente, la separación entre educación estatal y privada resulta odiosa. La educación es un derecho y también un servicio público cuyo principal garante es el Estado, que debe ofrecerla para todos. Pero el Estado no puede ser totalitario, de ahí que el principio de libertad de enseñanza, consagrado por los derechos humanos, afirme que los padres tienen el derecho de escoger la educación que consideren mejor para sus hijos.

El Estado ofrece una alternativa excelente, pero no es el único modelo, habiendo particulares con otros proyectos igualmente válidos.  Ambos modelos pueden complementarse y enriquecerse. Tengo experiencias gratas en este sentido. Si la estatal tiene una mayor cobertura en número de centros, la privada tiene mejores resultados. Lo triste es que, en la mayoría de nuestros países, los Estados no ofrecen ningún tipo de ayuda a la educación privada a sabiendas de que la privada cuenta con elementos que elevan el nivel de la educación del país.

Escuela inclusiva

¿Cómo se ve en Colombia a la educación católica? Como en otros países de su entorno, ¿se la tacha de “elitista”?

La educación católica ha jugado un rol muy importante en nuestro país. Antes que la estatal, estuvo la católica. Fueron los misioneros y las grandes órdenes religiosas quienes contribuyeron a la formación de nuestras gentes durante siglos. Ahora, aunque la mayoría de los colombianos son católicos, el porcentaje de colegios confesionales es reducido. De 25.000, sólo 1.000 se reconocen oficialmente católicos, aunque muchos lo sean en la práctica.

Respecto a lo segundo, tristemente se nos asocia con la educación de élites. Pero la realidad es que el 80% de nuestros centros están en estratos sociales bajos, un 16% en medio-altos y sólo un 4% en altos. Se nos ve así porque muchos que quisieran acceder a nuestros centros, no pueden hacerlo por no contar con recursos suficientes. Y todo porque el Estado no favorece la equidad al no dar subsidios.

Usted colabora con instituciones por la paz. Ante el problema de terrorismo que sufre Colombia, ¿cómo se puede trabajar por la paz desde la educación?

La escuela católica educa para la paz. En contextos inequitativos como el nuestro, el buscar la justicia se constituye en el presupuesto necesario para poder vivir en paz. La historia de violencia que vivimos en Colombia se ha generado, en gran parte, por las desigualdades existentes. Cuando hay hambre, falta el trabajo digno, se dan atropellos y explotaciones o no se respetan los derechos de los trabajadores, se genera un caldo de cultivo violento. La escuela católica no debe predicar solo la paz y el amor, sino también la justicia social. Ha de ser solidaria y sentir el dolor de su gente. Hemos de ser la voz de los sin voz, formando personas que trabajen por esa sociedad más justa y más humana.

Desde la CIEC, trabajan en un Proyecto Educativo Pastoral que constituya “un nuevo modo de ser persona, de ser sociedad, de ser Iglesia”. ¿Cómo aplican este ambicioso plan en su país?

Como con todo proyecto utópico, apostamos por él conscientes de que en nuestras manos no está cambiar todo, pues hay otras instituciones que luchan por lo mismo. No somos los redentores que van a cambiar radicalmente el mundo, pero sí vamos a contribuir a conseguir ese objetivo. Cada institución, con su carisma, pone su grano de arena. Son tantos los problemas y desafíos que parece que gritamos en el desierto, mas tenemos esperanza de alcanzar una realidad mejor.

En el nº 2.745 de Vida Nueva

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