Editorial

Una cúpula episcopal de transición

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(Editorial Vida Nueva) Comienza un nuevo período en la Conferencia Episcopal Española (CEE). Los obispos han optado por el continuismo, manteniendo en sus cargos tanto al presidente, el cardenal arzobispo de Madrid, Antonio Mª Rouco Varela, como al vicepresidente, el arzobispo de Valladolid, Ricardo Blázquez. El sujeto de estos comicios no es el elegido, sino el colectivo que lo ha elegido. De este colectivo es la responsabilidad y, desde ella, se ha de trabajar para hacer de este órgano conciliar algo más vivo y participativo, ahuyentando el fantasma, cada vez más presente, de minusvalorar las conferencias episcopales y sus trabajos de conjunto.

Se ha votado continuismo en el tándem presidencia-vicepresidencia, pero no en el resto de cargos elegidos, como es el caso de las presidencias de comisiones. En algunas de ellas ha habido relevos significativos que denotan un sentido común que aún no se ha perdido entre los prelados. Optar por un relevo ha sido lo más sensato. Más que perdedores o ganadores, hay que hablar de una transición tranquila y sosegada, de cara a la visita del Papa y a los cambios que en Roma también se vienen produciendo. Otras claves de cuño político no se dan aquí y, por eso, han sido desbaratadas en sus planteamientos en el curso de estas elecciones.

Es una nueva etapa, con caras nuevas y viejas a la vez. Y, todo ello, para encarar el nuevo trienio, que estrenará un nuevo plan pastoral y que abordará, sin duda , importantes trabajos que van desde la próxima visita del Papa a España con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud (pese a que en esto la Archidiócesis de Madrid es la anfitriona y poca participación se le ha dado al resto de diócesis, a excepción de la acogida), hasta las próximas elecciones generales, ante las cuales la Iglesia seguirá defendiendo la doctrina sobre la vida y la libertad religiosa, y haciendo oír su voz en esta época histórica en la que estamos asistiendo a un cambio de ciclo socio-político, cultural y económico.

No cabe duda de que este trienio, aunque sea el último de un ciclo, es también el intermedio para un nuevo tiempo en el que, quienes ahora se han sentado en el Ejecutivo, puedan asumir responsabilidades para el futuro. Se está diseñando hoy la sala de mandos de mañana y habrá que estar atentos a las figuras emergentes: Del Río, Asenjo, Osoro.

Con la elección del nuevo presidente del colectivo episcopal español, se hará también la aprobación de un nuevo plan pastoral para el próximo trienio, que marcará el ritmo de los trabajos de la CEE, organismo que tiene como misión principal la coordinación del trabajo pastoral en una determinada zona geográfica. No se trata de una instancia jerárquica en el colegio episcopal. Cada obispo tiene jurisdicción propia en su diócesis y está unido al obispo de Roma.

Las conferencias episcopales trabajaran en común para ir respondiendo pastoralmente a retos conjuntos. Es fundamental conocer esta misión y no hacer que el organismo oculte la responsabilidad de cada obispo diocesano, ni tampoco que cada obispo diocesano trabaje al margen de lo que se planea en conjunto. Puede ser un magnífico ejemplo de trabajo colegial.

Perder de vista este aspecto lleva a muchos a creer que la Conferencia Episcopal es un órgano superior que está por encima de la responsabilidad de cada prelado en la porción del pueblo de Dios a él encomendado por el Papa. Es verdad que ha de hacerlo en comunión con sus hermanos obispos de la provincia eclesiástica y de la CEE, pero tanto en uno como en otro ámbito, el trabajo es de coordinación pastoral para mejor hacer frente a los retos. Parece importante en esta nueva etapa que comienza retomar la función de las conferencias, diluida en algunos aspectos. La aprobación de los Estatutos en 2008 supuso un impasse que merece ser revisado.

Cuando se habla de un excesivo presidencialismo en su configuración y de una merma de la colegialidad, no es un asunto baladí. La prueba de ello ha estado en las elecciones últimas, en donde han primado más los nombres que los perfiles, oponiéndose unos a otros en una carrera de personalismos. Los mismos prelados han caído en la trampa del dualismo personalista. No se trata de Rouco sí o Rouco no, sino del modelo y perfil de quienes han de coordinar los trabajos conjuntos de la Iglesia en España, que ha de estar en comunión afectiva y efectiva con Roma, pero atenta a las realidades que emergen hoy en la sociedad española, rica y plural, y con una vieja tradición cristiana.

El nuevo equipo elegido tiene ante sí retos importantes. El primero ha de ser el de ilusionar al episcopado. Un mayor trabajo por parte de las comisiones, sin injerencias extrañas, sino con una sana apertura y colegialidad en la elaboración de documentos e intervenciones públicas que ofrezcan luz a los cristianos en una sociedad que cada día pide una mayor voz desde la Iglesia. Esta ilusión solo se puede llevar a cabo desde la confianza y el diálogo. De lo contrario, los obispos darán la espalda a la Conferencia Episcopal.

Por otro lado, tienen el reto de ofrecer una propuesta de fe a la sociedad en consonancia con el mensaje del Papa ante las sociedades secularizadas. El magisterio de Benedicto XVI en este sentido es un auténtico programa de trabajo que los obispos tienen sobre la mesa para seguir ofreciendo el Evangelio de Jesucristo con firmeza, alegría, esperanza y, sobre todo, con mucho amor, “que es el ceñidor de la unidad consumada”.

Esta etapa que se abre debiera incidir en aspectos abandonados colegialmente, como el de la presencia de la Iglesia en el mundo de la cultura y en los campos que el nuevo Consejo Pontificio para la Nueva Evangelización ha abierto para el futuro. Son tiempos bellos, cargados de esperanza. El trabajo no faltará a los obispos.

Publicado en el nº 2.744 de Vida Nueva (5-11 de marzo de 2011).

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