LA CULTURA DEL MALTRATO A LA MUJER

Investigadora dice que el fenómeno ocurre en una sociedad androcéntrica y machista

El estudio de Elizabeth Castillo sobre mujeres que mueren por violencia intrafamiliar en Colombia, es un hecho cultural positivo sobre otro hecho cultural vergonzoso, la violencia contra la mujer, inducida por arraigados patrones culturales de inferiorización y cosificación de la mujer.

Refiriéndose a un reciente episodio de muerte de  18 mujeres en Medellín, anotó Diana Gutiérrez, Defensora de los Derechos Humanos de la Mujeres: (esas muertes) “tienen en común en la mente de los asesinos que las mujeres somos objetos usables, prescindibles, maltratables, desechables, violables.”

Al estudio de Castillo se acaba de agregar el libro de Amparo Beltrán “Violencias contra las mujeres” que recoge otras investigaciones sobre el tema.

Es, pues, una cultura; ese sedimento que deja en las conciencias  todo lo que, generación tras generación se acepta como correcto. Así se ha gestado una actitud que ha convertido la condición de mujer en un peligro mortal.

La investigación de Elizabeth deja en evidencia que la sociedad – amaestrada por los medios de comunicación, por la imaginería de la propaganda y por las nuevas costumbres familiares, ve a la mujer como un objeto de disfrute que le pertenece a alguien: es mi novia, es mi mujer, es mi amante, es mi secretaria, es mi empleada, es mi hija… siempre el posesivo en el lenguaje y en la conciencia.

Después de numerosas y graves agresiones contra ella,  Marina, una de las entrevistadas para el estudio, veía regresar a su agresor porque “él era una persona que quería que yo solo estuviera para atenderlo”. “Te necesito”, le decía, porque quería volver con ella a la cama. Ese objeto de placer es lo que el reportero sensacionalista ve ante todo, cuando contempla el cadáver de una muchacha de 20 años, violada y asesinada: “un cuerpazo que pareció atractivo a quienes la violaron y la asesinaron”, escribió. Otro reportero, informa sobre el asesinato de otra mujer y reflexiona: “dio el papayazo para que pudieran hacer de todo con ella”,

Concluye la investigadora que todo esto ocurre “en una sociedad androcéntrica y machista que impulsa y valida la cosificación del cuerpo de las mujeres”.

Las usuales explicaciones de las autoridades judiciales y de los reporteros sobre las causas de esa violencia: el crimen pasional, las venganzas entre grupos delincuenciales, limpieza social o asesinatos en serie, son expresiones de jerga que  no logran descubrir ese hilo conductor que la autora hala hasta encontrar que “social y culturalmente es una violencia legitimada”. La prensa solo ve casos aislados en un proceso que tiene hondas raíces culturales. Alude la autora a la expresión corriente cuando asesinan, maltratan o hieren a una mujer: “se lo estaba buscando”, con lo que el peso de la culpa recae sobre la víctima por ser mujer.

La investigadora trae a cuento como caso de análisis la absolución de un abuelo que abusó sexualmente de su nieta de 9 años. El argumento del Tribunal se basó en un hecho anterior: la niña había sido abusada antes por un tío. De ahí concluyó que esta niña es “una mujer de mundo con capacidad para pervertir adultos y por ello carece del derecho a la tutela frente a actos contra su dignidad sexual”.

En el hecho Elizabeth ve  otra prueba de cómo “el maltrato, el abuso sexual y el uso del cuerpo de la mujer están profundamente arraigados en nuestras formas de pensar y en nuestro imaginario social y cultural”.

Contribuyen eficazmente a la creación y consolidación de esas formas de pensamiento, los medios de comunicación. Aludiendo a periódicos populares, el equipo investigador recogió titulares: “No tuvo dulce muerte”, fue el título de una nota sobre un asesinato; “Le dieron en la cabeza a Francia”, fue otro encabezado; “Joven, bonita y maniatada”, banalizó otro vespertino; “Asesinada bella universitaria”, anunció el mismo vespertino; y un diario matutino resumió en titular: “Encuentran a joven muerta con señales de violación”. Son hechos que por obra y gracia de los periodistas se convierten en parte de una rutina, ni buena ni mala, pretendidamente neutral, que nada reprueba, de donde se infiere una posición del periodista frente al suceso a través de la burla o la banalización”, concluye la autora.

Cuando el autor del crimen ha tenido alguna clase de relación sentimental con la víctima “inmediatamente se clasifica como crimen pasional”. Elizabeth cita a la investigadora Myriam Jimeno, autora de un libro sobre el crimen pasional: “es un acto de exceso de amor, lo que lo convierte en un acto poético, romántico, hasta cubrirlo de sentimentalismo y achacarlo a una enfermedad del sentimiento que llega a la teoría de que tiene algo de heroico quitarle la vida a otro”. Así desaparecen los responsables, lo que para Elizabeth explica por qué las informaciones sobre violencia contra la mujer aparecen “como una sumatoria de casos aislados de violencia y no como un problema social cuya magnitud sigue creciendo día a día”.

Hay, finalmente en este estudio, un dato revelador: el del silencio de las mujeres que son agredidas por un hombre.

¿Es acaso parte de su herencia cultural de total sometimiento? ¿Consideran que el hombre está en su derecho como dueño de la mujer? ¿Es miedo ante la presumible reacción violenta del hombre? ¿Es desconfianza ante unas autoridades presuntamente incapaces  e insensibles ante las ofensas a la mujer?

Según la investigación los maltratos que se denuncian son sólo el 30% del total. Según Marina, una de las víctimas investigadas, “siempre que le decía  que lo iba a denunciar, me decía las mismas palabras: si usted abre la boca yo la mato”.

Y Ana María, otra de las entrevistadas,  fue al médico por las puñaladas en la espalda con que el hombre la había castigado cuando lo sorprendió robando en casa de los padres de él: “yo no dije que había sido él, no sé, había algo que no me dejaba hacerlo”.

Al concluir la investigación, la autora ha establecido con claridad:

  • Que hay impunidad propiciada por el silencio de las víctimas y por la insensibilidad de legisladores y funcionarios frente al fenómeno.
  • Que no se trata de casos aislados, sino de hechos que tienen un hilo conductor de violencia generalizada contra la mujer, propiciada y legitimada por patrones culturales.
  • Las muertes de mujeres han sido precedidas por largos períodos de maltrato físico y sicológico.
  • La violencia contra la mujer está relacionada con la tolerancia social y la difusión permanente de estereotipos sobre la mujer, a través de los medios de comunicación.
  • Serán importantes las leyes, pero antes que las leyes será necesario inscribir en la conciencia de las personas -hombres y mujeres-otra actitud hacia la mujer, hecha de respeto y de reconocimiento de su dignidad como personas. VNC

J. D. RESTREPO

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