¿Cómo estamos de agresividad?

La agresividad, que de por sí  es muy  alta en la familia, se salió a  la  ciudad como nunca. No es extraño que hoy día por cualquier asunto se responda con “palabrotas” o se llegue a los golpes para solucionar asuntos triviales. Claro que todos nos estresamos, que el tráfico es terrible en la ciudad y podemos  gastarnos hasta dos horas en llegar de un sitio al otro, pero es necesario preguntarnos si arremetiendo violentamente contra todo solucionaremos el serio problema de convivencia que trae consigo la agresividad.

Somos parte del problema y también somos parte de la solución. Es necesario reflexionar acerca de: ¿cómo está cada uno  frente a la agresividad? Nos “prendemos fácilmente” por nada: un comentario, un carro que nos cierra o una equivocación de un  familiar; consciente o inconscientemente con nuestras actitudes, podemos ser también detonantes que produzcan malestar e incomodidad a los otros: por eso somos parte del problema y de la solución. Existen algunas herramientas que podrían ayudarnos en el  manejo de la agresividad. La primera y  más importante, destinar tiempos diarios a la meditación y a la oración silenciosa; el silencio sagrado reconstruye nuestra personalidad lesionada por el estrés y el activismo diario, el cual muchas veces desemboca en agresión y violencia con los otros. También es importante adquirir cierto grado de frustración, “las cosas no siempre salen como lo pensamos”, ni a la velocidad e inmediatez que las queremos, aprender a ser pacientes, la Carta a los Hebreos 12,1 nos invita a “recorrer el camino con paciencia”; es necesario aprender a tener serenidad y a no deshacernos por cualquier contratiempo, ya que estos nunca van a faltar. Por último, es muy conveniente aprender a reírnos de nosotros mismos, estoy seguro que bajarían inmediatamente nuestros grados de violencia y agresividad. Si pudiéramos vernos, cómo nos comportamos y actuamos, por qué bobadas armamos pleitos todos los días y lo payasos que somos cuando deseamos asustar a los otros con nuestra cara, nuestros ojos abiertos, la subida de voz y demás gestos intimidatorios, dejaríamos de ser tan agresivos.

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