Josefa Arcones Sancho: “Busco dar una oportunidad a quien no tiene futuro”

Religiosa jesuitina en Arganda del Rey (Madrid)

(Texto: Miguel Á. Malavia. Foto: Elisa Gª Anderson) En tiempos de crisis, la gente busca, más que nunca, testigos. Ella lo es. Se ha dado el caso de quien ha ido a misa sólo para ver allí a “la monja que te encuentra trabajo”. El hecho es que en Arganda del Rey (Madrid), donde ejerce esta labor desde hace nueve años, es conocida por casi todos. Huye de cifras, pero ha ayudado a muchísimas personas. Y todos saben que hará lo que esté en su mano por ayudarles: “Cuando veo a alguien sin futuro, siento que al menos debo tratar de darle una oportunidad”. Aunque ésa sólo sea una parte de su compromiso con los demás. A sus 70 años, Josefa Arcones mantiene la misma inquietud por la justicia que, junto a la humildad –nos recibe con un “no tengo mucho que contar”– y su fuerte carácter, marcan su forma de ser.

Originaria de Aldealengua de Pedraza (Segovia), de sus padres aprendió casi todo. Pero “el deseo de Dios” le llegó al recibir la Primera Comunión. Aunque no sería sino tiempo después, al conocer a las jesuitinas de Segovia, cuando supo que quería ser monja, como ellas y con ellas.

Corrían los tiempos del Concilio. Tiempos nuevos en medio de una vida nueva. Y éstos terminaron de perfilar su vocación: “Entonces, en plena etapa de cambios, descubrí la Vida Religiosa como yo la concibo: fraterna, abierta, ágil, vivencial y comprometida con la justicia social”. En esos primeros años, en varias de las casas que las jesuitinas disponían por toda España, tenía como misión principal la de formarse intelectual y espiritualmente. Lo que también forjaría, y mucho, su vocación.

El gran cambio vino cuando fue destinada a Noya (La Coruña). Allí pasaría casi 30 años. Desempeñando una triple función: daba clases de Formación Profesional, coordinaba la catequesis parroquial y colaboraba activamente en Cáritas. Como siempre, su carácter inquieto la llevó a implicarse en todo y con todas sus fuerzas.

En lo formativo, estaba muy relacionada con el Secretariado de Catequesis de Santiago, “uno de los más pioneros de la época”. En estrecha relación con la revista Encrucillada, organizaban con su director, Torres Queiruga, jornadas de Teología por los que pasaron profesores como Ignacio Ellacuría, Luis Otero o los luego obispos Luis Quinteiro (Tui-Vigo) y Eugenio Romero Pose (auxiliar de Madrid).

Recordando aquellos años 80, siente que “hoy en la vida de la Iglesia se aprecia una marcha atrás. Nos fijamos en detalles secundarios y dejamos a un lado el Evangelio. Jesús nos enseñó a luchar por la justicia. Pero no entendiendo ésta desde un punto de vista político o por simple acción, sino desde su esencia cristiana. Yo trabajo en lo social desde el Evangelio. Además, si no estás llena de Dios, los pobres te acaban quemando. En la lucha diaria te encuentras también con muchos sinsabores. La fe es necesaria”.

Acción desde la fe

Por eso, apoyada en la fe, ha desarrollado ésta ayudando a muchas personas a punto de caer en la droga o la prostitución, a gente en situaciones de fuerte crisis personal, a jóvenes sin trabajo… Esto último es lo que la hace muy reconocida en su último destino, Arganda, adonde llegó enviada por su congregación para atender a la numerosa comunidad inmigrante del municipio (principalmente, rumanos y paquistaníes).

Aquí también ayuda en la catequesis y colabora con Cáritas y Manos Unidas, dedicándose a la coordinación de clases de Lengua y Cultura para extranjeros. Son muchos los que la buscan. No solo parados, inmigrantes sin papeles o mujeres maltratadas. También quienes, “simplemente, quieren ser escuchados o sentirse acogidos”..

En esencia

Una película: La Misión.

Un libro: Las palabras calladas de María, de Pedro Miguel Lamet.

Una canción: Que canten los niños, de José Luis Perales.

Un deporte: de niña, el balonmano.

Un rincón del mundo: El chorro de Navafría (Segovia).

Un deseo frustrado: tener buen oído para la música.

Un recuerdo de la infancia: el buen ambiente familiar.

Una aspiración: llenar mi vocación para la que he sido preparada.

Una persona: mi madre.

La última alegría: la canonización de Cándida María de Jesús, la fundadora de mi congregación.

La mayor tristeza: la muerte de mi madre.

Un sueño: ser persona de paz.

Un regalo: la amistad.

Un valor: la honradez, heredada de mi padre.

Que me recuerden por… ser coherente con mis principios.

En el nº 2.743 de Vida Nueva

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