“Cisne negro”: demonios en danza

Natalie Portman opta al Oscar por esta interpretación

(J. L. Celada) El Oscar llama de nuevo a su puerta (ya lo hizo en 2005 por Closer), y todo apunta a que en esta ocasión Natalie Portman sí deberá buscar un hueco a la preciada estatuilla en su galería de “trofeos de guerra”. Será el merecido reconocimiento al combate interpretativo de esta treintañera, que se deja jirones de talento en su empeño por enfundarse el plumaje de aquel Cisne negro que un día Chaikovski sacó a bailar.

Ahora ese personaje ideado por el compositor ruso para uno de sus ballets más clásicos da nombre al último trabajo del siempre atrevido Darren Aronofsky. Conocíamos por El luchador el compromiso extremo al que este realizador somete a algunos de sus actores, una entrega que aquí Portman devuelve amplificada y elevada a la altura de este hipnótico ejercicio cinematográfico. Porque lo que menos importa quizás es la historia que se nos narra, sin demasiadas novedades argumentales ni giros en el guión.

La auténtica “vuelta de tuerca” de esta cinta se la debemos a unas poderosas imágenes (juegos de espejos, rostros que acechan, cámara en mano…), capaces de arrastrarnos hacia donde las palabras no llegan.

Con la música como inevitable (y oportuna) pareja de baile, Aronofsky hurga sin piedad en las heridas de esta disciplinada profesional atrapada entre sus temores y devorada por su excesivo celo sobre el escenario, víctima de una legión de demonios en danza que acaban transformando el musical en drama, y este en tragedia.

En el nº 2.743 de Vida Nueva. Si es usted suscriptor, lea la crítica íntegra.

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