Paro juvenil (I)

(Carlos Amigo Vallejo– Cardenal arzobispo emérito de Sevilla)

“Ahí están esos millones de jóvenes parados. Algo tendrá que decir y hacer la sociedad ante un asunto tan importante, del presente y de cara al futuro. Se ha adueñado de muchos jóvenes el triste convencimiento de que, antes de trabajar, ya perteneces a una clase pasiva, necesitada de ayudas sociales”

A niveles históricos. Así lo dice la Organización Internacional del Trabajo. Nunca se había conocido una situación parecida. Más de 80 millones de jóvenes están actualmente desempleados, y con no muy buenas perspectivas para el futuro. En España, más del cuarenta por ciento de ellos están en paro.

Que la situación, desde el punto de vista laboral, social y económico sea grave, no hace falta esforzarse mucho para comprenderlo. Pero a ello hay que añadir el estado personal del joven sin trabajo, las frustraciones de todo tipo que ello supone, las presiones familiares, la falta de recursos para organizar libremente su vida, formar una familia y vivir con algo de dignidad…

Junto a esta lacra del desempleo, hay otras también metidas en la persona, del joven, que no sé si también son efecto de esa penuria laboral. Tienen sus espacios, sus noches y movidas, sus galas y sus happening, pero en la vida cultural, política, social y religiosa tienen poca presencia. Están en la sociedad casi, y nada más, que como visitantes ocasionales. Para una campaña de esto o de lo otro, para un encuentro particular y para un programa de voluntariado, pero que dure poco tiempo.

¿Se han automarginado los jóvenes? ¿No les gusta esa sociedad o la sociedad se encuentra a disgusto con ellos? ¿Prefieren sus noches y sus movidas, porque son suyas? ¿Huyen porque no pueden competir? ¿En esta comedia de la vida no aceptan ser comparsa porque se creen los únicos protagonistas? ¿No aceptan el tener que ser minutantes antes que llegar a jefes de despacho? ¿Se creen ser libres y no son conscientes de que están siendo llevados y traídos, no precisamente por gente joven?

Las generalizaciones son tan equivocadas como injustas. Pero ahí están esos millones de jóvenes parados. Algo tendrá que decir y hacer la sociedad ante un asunto tan importante, del presente y de cara al futuro. Se ha adueñado de muchos jóvenes el triste convencimiento de que, antes de trabajar, ya perteneces a una clase pasiva, necesitada de ayudas sociales.

De los 620 millones de jóvenes económicamente activos, más de 80 millones están en paro. Algo más que preocupante y escandaloso. Pero conformarse simplemente con recoger estos alarmantes números tampoco resuelve nada. Habría que buscar las causas y las responsabilidades, asumiendo cada uno la carga que le pertenece.

El joven no puede esperar, sin más, que le llegue un empleo; tiene que buscarlo, prepararse dura y conscientemente para desempeñar el oficio con la competencia necesaria y las obligaciones y responsabilidades que lleva consigo.

Decía el papa Benedicto XVI hace unas semanas que se necesita una verdadera “escuela de formación y crecimiento social, cultural, moral y espiritual (…). Éste es el camino que se ha de recorrer con sabiduría para construir un tejido social sólido y solidario, y preparar a los jóvenes para que, con un espíritu de comprensión y de paz, asuman su propia responsabilidad en la vida, en una sociedad libre” (Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, 1-1-2011).

En el nº 2.742 de Vida Nueva.

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