MÉXICO LLORA A SAMUEL RUIZ, EL OBISPO DE LOS INDÍGENAS

Defensor de los más pobres e impulsor de acuerdos de paz, Hillary Clinton le califica de “ejemplo a seguir”

Hace 51 años, un 25 de enero, Samuel Ruiz García era ordenado obispo en la Diócesis de San Cristóbal de Las Casas. Llegó un día antes con gran pompa, como se acostumbraba en aquel tiempo a recibir a un obispo y, en esa ocasión, con mayor razón por ser el primer prelado que decidió ser ordenado en la que fuera sede de Fray Bartolomé de Las Casas. El pasado 24 de enero, a la una de la mañana, descendió de un pequeño avión el féretro de Don Samuel para ser enterrado a los pies del altar de la que fue su catedral durante 40 años, lugar de muchos acontecimientos, como los primeros diálogos de paz entre el Ejercito Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y la representación presidencial mexicana.

¿Quién fue ese hombre que lo mismo la Secretaria de Estado Hillary Clinton lo califica de “ejemplo a seguir” y que los indígenas lo llaman “Nuestro padre” jTatik? ¿Quién fue ese obispo que fue candidato al premio Nobel de la Paz y, también, acusado de incitar a la violencia? Nació el 3 de noviembre de 1924 en Irapuato, hijo de padres migrantes. De muy joven ingresó en el seminario de la diócesis de León, Guanajuato –una de las regiones más conservadoras del país–, del que muy pronto fue nombrado rector. A los 35 años fue nombrado obispo por el papa Juan XXIII.

Muchos años después, se convirtió en el obispo más controvertido del país. Se le acusó de querer generar un cisma en la Iglesia, de ordenar diáconos indígenas “absurdamente”, de ser el causante de un levantamiento armado, de llamar a la subversión. De las acusaciones se siguieron los atentados contra él y su diócesis, como el Centro de Derechos Humanos “Fray Bartolomé de Las Casas”, instancia que fundó el propio Don Samuel para defender los derechos de los más pobres, y documentó entre 1994 y 1997 más de 251 casos de ataques a los agentes de pastoral. Es decir, un promedio de uno cada seis días, y que iban desde la expulsión de alguno de los sacerdotes extranjeros que trabajaban en la diócesis hasta ataques físicos.

Recuerdo cuando atacaron a la hermana de Don Samuel, Doña Luchita. El padre Gonzalo Ituarte, OP, vicario general en aquel tiempo, estaba en la oficina de la curia, que era la misma casa donde habitaba Don Samuel. Escuchó ruidos y, cuando salió de la oficina, yacía en el piso, la cabeza ensangrentada, la hermana del obispo. Había recibido tres martillazos de un presunto demente que la atacó cuando abrió la puerta en plena luz del día. Doña Luchita sobrevivió a ese atentado.

Don Samuel es ampliamente conocido en el mundo eclesial, y más allá. Fue un hombre sencillo, un pastor cercano a su pueblo; un obispo al lado de los pobres; un creyente ferviente en Jesús. Un religioso orante y caminante. Un profeta que supo interpretar los signos de los tiempos, de sus tiempos y de los que estaban por venir. Un hombre de Iglesia a carta cabal. A pesar de todo, y muchas veces con vientos encontrados: un hombre fiel. Congruente: lo que pensaba lo vivía ya hacía tiempo; lo que predicaba lo hacía vida. Un hombre de trabajo: despertaba temprano, oraba las Horas estuviera donde estuviera, de sol a sol trabajaba, convivía con la gente, disfrutaba el descanso con una buena película. Compartía la vida con todos, y a todos y todas los hacía importantes; les otorgaba su tiempo y su caminar con ellos, y así crecíamos, así crecimos. De una memoria prodigiosa, recordaba nombres de personas que había encontrado en alguna conferencia en algún lugar del mundo. Un viajero incansable, tanto en su diócesis como por el mundo, un caminante articulado con una radio de onda corta: el caminante trascendía fronteras con su radio, sus amigos de la onda corta lo nombraron miembro distinguido. Jamás se le vio enojado, preocupado muchas veces, y la diabetes lo delataba por el fino sudor y la sequedad de su boca. Un hombre que usaba de la política para tejer amistad y relaciones: mediador de conflictos, pacificador de guerras: “¿Por qué esperar a que haya miles de muertos y miles de desplazados para iniciar los diálogos de paz? Iniciémoslos ahora”. Y así empezó el proceso de mediación entre el Gobierno, que festejaba el “salto al primer mundo”, y un ejército de indios que con su ¡ya basta! hizo salir de las grietas de la historia el dolor de los pueblos indios marginados y segregados: el “México profundo”.

Don Samuel impulsó la Iglesia como lo dice el Concilio Vaticano II, procurando inculturar el Evangelio en las diferentes culturas. Otorgó el poder que da la Palabra de Dios a los indios impulsando las traducciones al tzotzil, tzeltal, tojolabal y c’hol. La Palabra de Dios se hizo carne en el pueblo indio de su diócesis, abrió los ojos a los ciegos e hizo andar a los que esperaban que otros los acarrearan. Don Samuel impulsó el diaconado de hombres casados, como lo establece el Vaticano II, en una cultura donde el celibato es una expresión de falta de madurez.

Don Samuel, contra viento y marea, fue el hombre de paz que el pasado 25 de enero acompañó a su pueblo en su resurrección. Descanse en paz el amigo jTatik. VNC

Pablo Romo Cedano. San Cristóbal de las Casas

EL LEGADO DE UN PASTOR QUE HA DEJADO HUELLA

El 26 de enero, dos días después de su muerte en México DF, en donde había estado ingresado las dos últimas semanas debido a su delicado estado de salud, Samuel Ruiz recibió sepultura en la catedral de San Cristóbal de las Casas, acompañado por centenares de fieles que quisieron brindarle el último adiós.

Su vida y ministerio pastoral al frente de esa diócesis fue glosada por su sustituto, Felipe Arizmendi Esquivel. Éste, junto con su auxiliar, Enrique Díaz Díaz, firmó una carta en la que, además del recorrido vital de Don Samuel, destaca, en varios puntos, como parte de su legado, su esfuerzo por: la promoción integral de los indígenas, para que sean sujetos en la Iglesia y en la sociedad; la opción preferencial por los pobres y la liberación de los oprimidos, como signo del Reino de Dios; la libertad para denunciar las injusticias ante cualquier poder arbitrario; la defensa de los derechos humanos; la inserción pastoral en la realidad social y en la historia; la inculturación de la Iglesia, promoviendo lo exigido por el Concilio Vaticano II, para que haya iglesias autóctonas, encarnadas en las diferentes culturas, indígenas y mestizas; la promoción de la dignidad de la mujer y de su corresponsabilidad en la Iglesia y en la sociedad; su apuesta por una Iglesia abierta al mundo y servidora del pueblo; la referencia al ecumenismo no sólo con otras confesiones cristianas, sino con toda religión; el impulso a una pastoral de conjunto, con responsabilidades compartidas; el fomento de una teología india, como búsqueda de la presencia de Dios en las culturas originarias; el impulso al diaconado permanente, con un proceso específico entre los indígenas; la reconciliación en las comunidades; la promoción de la unidad en la diversidad; y la promoción de la comunión afectiva y efectiva con el Sucesor de Pedro y con la Iglesia universal.

F. N. C.

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