Alfredo Molano. Sociólogo y periodista

Corría el mes de febrero de 2010, en la pequeña sala de audiencias había más gente de la que podía caber. Pero poco importaban el apretujamiento, el calor, la falta de aire cuando el juez, desde lo alto de su estrado y de su toga negra, anunció su conclusión al cabo de unas audiencias en que los acusadores, cuatro jóvenes miembros de la poderosa familia Araujo de Valledupar, a través de sus abogados habían atribuido a una columna escrita por el periodista Alfredo Molano, los males que padecían: malos negocios, el aplazamiento de una distinción universitaria, torcidos comentarios en la calle. A su vez, la defensa había acudido a los testimonios de un exmagistrado de la corte constitucional, al presidente de una organización de abogados, un abogado columnista y hasta un experto semiólogo argentino para demostrar que el título de la columna “Araujos et al” no significaba todo lo que se moviera en Valledupar con el nombre Araujo sino Araujos y otros, es decir, todos los que en razón de su apellido tradicional y poderoso se convierten en los mandamases de sus regiones y en dueños de fincas, ganados, propiedades, vidas y votos.

Mientras tanto, Molano, ojos vivos, sobre una nariz delgada y aguda, frondosa cabellera cana terminada en cola, delgado y de huesos fuertes, agresivamente sencillo en su indumentaria y en su trato, sentado frente al sitial del juez, parecía un viejo caminante en reposo. Uno echaba de menos la mochila que ha cargado por los rincones más alejados y desconocidos de Colombia en busca de las voces y las  historias de una parte silenciada del país: los pobres, los indios, los negros, los campesinos, combatientes, desplazados y colonos que han proporcionado la materia prima con que este sociólogo, escritor y periodista le ha dado al país una visión que los sociólogos desde sus gabinetes, los escritores desde sus estudios y los periodistas desde sus mesas de redacción les están debiendo a los colombianos. “Siempre tengo que ver con los pobres y los desplazados”, admite cuando se le enumeran los nombres de sus libros: desde “Tierra Adentro”, “Los del Tropel” hasta el último: “Ahí les dejo esos fierros”.

En todos ellos predomina el habla sencilla de los de abajo, junto con la precisión del sociólogo y la agilidad del relato periodístico. Lo que un sociólogo convierte en una densa visión teórica de los hechos, Molano lo transforma en testimonios contundentes de la realidad humana del país. Casi como un lamento fue su respuesta cuando se le planteó la hipótesis de una sentencia condenatoria: “me obligarían a no publicar durante años”.

El de la escritura fue  el camino que escogió cuando se le puso delante el dilema duro: o irse al monte con compañeros de estudios de universidad como Jaime Arenas o el sacerdote Camilo Torres, o la vía gris y silenciosa del estudio, la escritura y la movilización por la vía de la inteligencia, que seguía un maestro como Orlando Fals Borda. En adelante se convertiría en el traductor de lo que tenían para decir esos inmensos sectores de colombianos silenciados. Para él la historia de hoy que hace posibles los falsos positivos (asesinatos cometidos por militares que quieren exhibirlos como triunfos sobre la guerrilla) “es algo asqueroso”.

Sobre su ejercicio periodístico no tiene dudas: “se ha vuelto un ejercicio peligroso”. Y sobre la absolución pregonada hace ya un año por el juez: “quedó demostrado que la opinión pública defendió su derecho”.

En la sala hubo un estallido de alegría. Sobre él se precipitaron los abrazos, los besos, las palmadas de felicitación. En el otro extremo de la sala, los Araujo et al, anunciaron indignados una apelación.

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