ONU, religiones y cultura de la paz

(Lucía Ramón Carbonell– Profesora de la Cátedra de las Tres Religiones de la Universidad de Valencia)

“Más allá del escepticismo, la indiferencia o el rechazo de muchos, estamos de enhorabuena, ya que Naciones Unidas ha asumido oficialmente nuestra convicción de que el diálogo interreligioso es de interés público porque es una dimensión esencial de una cultura de la paz”

El diálogo interreligioso va tejiendo vínculos de paz sin hacer ruido pero con paso firme e irreversible. Así se producen los grandes cambios. Los que trabajamos en este campo sabemos que no es un instrumento para resolver instantáneamente los problemas.

Pero también sabemos que las relaciones cultivadas mediante un diálogo paciente en tiempo de paz pueden impedir que la religión sea utilizada como un arma en período de conflicto. Y que pueden allanar el camino del entendimiento y la reconciliación. Y más allá del escepticismo, la indiferencia o el rechazo de muchos, estamos de enhorabuena, ya que Naciones Unidas ha asumido oficialmente nuestra convicción de que el diálogo interreligioso es de interés público porque es una dimensión esencial de una cultura de la paz.

Del 1 al 7 de febrero de 2011 se ha celebrado la I Semana Mundial de la Armonía Interconfesional, iniciativa aprobada por la Asamblea General de la ONU que será anual. Su objetivo es reconocer “la necesidad imperiosa de que las distintas confesiones y religiones dialoguen para que aumente la comprensión mutua, la armonía y la cooperación entre las personas”. Y para ello pide a los estados que le presten apoyo (http://worldinterfaithharmonyweek.com).

Instaurando esta semana a través de la oración, las declaraciones conjuntas y otras expresiones, las comunidades de fe tenemos la oportunidad de expresar públicamente el amor a Dios y el amor al prójimo. También es una oportunidad única de mostrar que el fanatismo es una forma degradada e inaceptable de vivir la religión y de convertirnos en agentes de paz y signo de esperanza para toda la humanidad.

En el nº 2.741 de Vida Nueva.

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