Libertad virtual

(Carlos Amigo Vallejo– Cardenal arzobispo emérito de Sevilla)

“Cuando a la libertad se le hizo un monumento y se la proclamó diosa, y como a tal se le prestaba adoración, flaco servicio es el que se le hizo al ciudadano de a pie. Le dejó a la intemperie y desnudo de cualquier razón objetiva de comportamiento. La libertad no es diosa para adorar, sino la coherencia entre el razonamiento y la conducta”

En todo esto de las libertades perdidas y rescatadas, según se nos dice continuamente, la verdad es que estamos un poco confundidos. Ese plural de “las libertades” tiene más acento del liberalismo que de ejercicio del derecho fundamental de ser libre.

Por efecto de los vientos liberacionistas, se arrancan principios y normas, criterios y virtudes. La moral queda por los suelos y las costumbres se rigen por aquello que place. El subjetivismo y el gusto del acomodo suplen a los dictados de la ética objetiva y de las llamadas buenas costumbres. Se da valor a lo que apetece. Más que contrariada, es que la conciencia no responde, pues ha quedado atrofiada por el egoísmo, que no tiene más principio de comportamiento que el yo egocéntrico y presuntuoso.

Cuando a la libertad se le hizo un monumento y se la proclamó diosa, y como a tal se le prestaba adoración, flaco servicio es el que se le hizo al ciudadano de a pie. Le dejó a la intemperie y desnudo de cualquier razón objetiva de comportamiento. La libertad no es diosa para adorar, sino la coherencia entre el razonamiento y la conducta. Hacer lo que quiero, es decir, lo que me exige la razón y la ley. Conciencia y sindéresis que Dios ha puesto en lo más hondo de la naturaleza humana.

Ni puede ampararse la libertad en un derecho inexistente –el de ser un títere esclavo de gustos, sensaciones, filias y fobias– ni ese omnipresente relativismo que le quita objetividad y dimensión social y trascendente a la conducta del hombre.

Hablamos sin parar de las libertades. Menos de la auténtica libertad, esa que puede que esté secuestrada por decreto del antojo del poderoso.

Ésta es la forma sutil y engañosa que quiero llamar “libertad virtual”. La que se ofrece todos los días y que nunca acabamos de alcanzar. Otra cosa es la esperanza, en el sentido cristiano, que es pensar vivir en coherencia con una forma de ser, la evangélica, que tendrá su culmen y perfección en el encuentro definitivo con Dios. Mientras tanto, vivimos lo que esperamos, lo que se nos anuncia y ofrece en el Evangelio. “Por él estoy sufriendo hasta llevar cadenas como un malhechor; pero la Palabra de Dios no está encadenada” (2Tim. 2, 9).

Nos decía muy recientemente el papa Benedicto XVI: “La libertad no puede ser absoluta, ya que el hombre no es Dios, sino imagen de Dios, su criatura. Para el hombre, el rumbo a seguir no puede ser fijado por la arbitrariedad o el deseo, sino que debe más bien consistir en la correspondencia con la estructura querida por el Creador” (Al Cuerpo Diplomático, 11-1-2010).

En el nº 2.740 de Vida Nueva.

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