Espiritualidad y religión: hacia una nueva vivencia evangélica

(Ramon Prat i Pons, profesor de la Facultad de Teología de Cataluña) La sociedad occidental está viviendo en la actualidad un doble movimiento sociocultural a primera vista contradictorio, pero que, en realidad, es complementario. Efectivamente, por una parte, está creciendo un ambiente de increencia y de crítica a la religión; al mismo tiempo, va emergiendo entre nuestros coetáneos una necesidad de espiritualidad. Esta situación, no exenta de tensiones, supone una oportunidad histórica para la misión de la Iglesia.

La increencia y la crítica a la religión se manifiestan en el descenso de la práctica religiosa. Aunque alguna tradición religiosa no vive este fenómeno –como, por ejemplo, la religión musulmana–, esta situación en parte se explica porque no ha recibido todavía el impacto duro de la secularización.

Este clima de increencia y de crítica a la religión está generando en mucha gente una división interior, una confusión en la búsqueda del sentido de la vida y, a veces, una pérdida de la paz.

En contraposición a este fenómeno, la necesidad de espiritualidad se manifiesta en la cantidad de personas, grupos, centros, ambientes y congresos que van emergiendo en la sociedad, y que ofrecen un camino y unas prácticas para recuperar el sentido de la vida, la unidad interior y la paz.

Ante este doble fenómeno de la increencia y la necesidad de una espiritualidad, hay diversas reacciones en la sociedad.

  • En un sector de la sociedad se da una actitud de rechazo de la secularización y, también, de la religiosidad procedente de otras culturas. Sin embargo, es una actitud que no da respuesta a la situación. Por otra parte, conlleva el peligro de un cierto integrismo e, incluso, de un conflicto intercultural e interreligioso de consecuencias imprevisibles.
  • Otro sector de la sociedad, vive esta situación con una gran confusión. Son personas que se dan cuenta de que algunas formas religiosas del pasado no responden a las necesidades de las personas y al profundo cambio del mundo actual, pero todavía no pueden comprender, ni imaginar, ni elaborar las nuevas formas que van surgiendo en este proceso de cambio, que estamos viviendo en la actualidad.
  • Otro sector social, ha optado por la lógica pura y el racionalismo, pero eliminando la dimensión contemplativa e intuitiva de la búsqueda de la verdad. De momento, esta actitud simplifica la mirada a la realidad y, a primera vista, elimina la tensión. Sin embargo, cuando la realidad nos enfrenta con las situaciones límite de la vida, también se manifiestan las carencias de esta opción, porque está muy limitada. Hay muchas preguntas humanas a las que la ciencia no puede responder, y que la razón solamente puede formular con más o menos precisión, pero que no puede resolver en plenitud.
  • También se da otra actitud que consiste en relativizar todo y limitarse a vivir el presente, pero sin referencia al pasado, ni al futuro. Tampoco es posible mantener esta actitud por un largo periodo de tiempo, porque no da respuesta a la necesidad de integración interior anímica, ni a la necesidad de una relación social satisfactoria.
  • Todavía se percibe otra actitud, que consiste en optar por una confianza ciega en el progreso técnico y económico, en el consumo hedonista, y afirmar que con el paso del tiempo todo irá funcionando mejor. Por supuesto, esta actitud no siempre se refiere a cultivar solamente un progreso material, sino también mental, emocional y social. Sin embargo, esta confianza ciega en el progreso de la humanidad, choca frontalmente con muchas situaciones reales de la vida humana, como por ejemplo, el problema del hambre en el mundo, de la violencia, de la falta de respeto a la naturaleza, de las carencias para construir una democracia real, etc. Esta opción, a primera vista tecnocientífica y humanista, en el fondo es un acto de fe que, por su consistencia débil, deriva hacia el escepticismo.
  • Sin embargo, la mayoría de la gente vive la vida diaria con una cierta armonía y tranquilidad, porque son personas responsables en su trabajo, en la vida familiar, en las opciones de vida que van tomando, en la relación social, en sus aficiones y en el gozo de la vivencia del presente. Son personas que ni viven de espaldas al pasado, ni miran con excesiva tensión hacia el futuro, sino que viven el presente con realismo y sentido común. Hay más personas que viven con esta sencillez de vida de lo que parece a primera vista.

Esta diversidad de posiciones coexistentes en la sociedad, aunque a menudo se viven de manera no consciente, explica que, al mismo tiempo que se da una crítica a la religión establecida, la mayoría de las personas valora la necesidad de una espiritualidad que ayude a encontrar un sentido de la vida, que genere la luz y la fuerza para afrontar con serenidad los problemas y expectativas de la cotidianidad.

La entraña del malestar actual y la nueva frontera de la Iglesia en el mundo

La comunidad cristiana, también, vive estos movimientos sociales con tensión y preocupación, porque muchos cristianos no comprenden que, al mismo tiempo que se observa un rechazo de la religión establecida por parte de un sector de la sociedad, especialmente entre los jóvenes, al mismo tiempo muchas de estas personas que se manifiestan como no creyentes o agnósticos cultivan otras formas de espiritualidad con interés y dedicación.

Ante este contraste y esta tensión, en la comunidad cristiana también se dan diversas reacciones, todas ellas comprensibles.

  • Un sector de la Iglesia tiene una actitud de rechazo de la situación e intenta reconstruir las formas religiosas del pasado, como solución al problema. Además, atribuye la crisis actual a la renovación y aggiornamento iniciado por el Concilio Ecuménico Vaticano II.
  • Otro sector, por el contrario, relativiza tanto las formas religiosas del pasado (las “tradiciones” o formas particulares de vivencia de la religiosidad) que corre el peligro de perder las verdaderas las raíces cristianas (la “Tradición” o tesoro de la fe recibido de Jesucristo a través de la Iglesia, por la acción del Espíritu). Este sector afirma que el Concilio Vaticano II se quedó corto y que hay promover un cambio mucho más global y radical.
  • Todavía hay otro sector importante de la comunidad cristiana que vive el momento presente con una resignación pasiva, acompañada de una cierta tristeza. O bien no saben lo que hay que hacer, o no se ven con fuerzas ni capacidad para continuar la renovación profunda de la Iglesia promovida por el Concilio Ecuménico Vaticano II.

En mi opinión, ni los intentos de restaurar al pasado, ni la disolución de la fe en la cultura actual, ni la resignación pasiva y triste ante el reto histórico presente, no pueden ofrecer una respuesta adecuada a la solución de la tensión entre religiosidad y espiritualidad.

Ante esta aparente contradicción del abandono de la religión y el cultivo alternativo de una espiritualidad humanista, no se trata ni de perder el tiempo en lamentaciones, ni en vivirla como una confrontación ideológica, o como una lucha de poder.

La clave para penetrar en el malestar actual de la humanidad consiste en seguir explorando el misterio de la persona, de su relación con la naturaleza y con las demás personas y, en definitiva, en la elaboración de una escala de valores y prácticas cotidianas, que permitan vivir el presente con serenidad y afrontar el futuro con esperanza.

Pistas para caminar

Para avanzar en el camino de la experiencia de la calidad espiritual de la religiosidad cristiana, entre otras, son necesarias tres tareas urgentes.

  • En primer lugar es urgente presentar con sencillez y de manera plausible la calidad del modelo de vida evangélico, de manera que se pueda experimentar en la vida de cada día.
  • En segundo lugar, también es urgente mostrar que este modelo evangélico funciona de verdad y que está verificado en la vida real de muchas personas.
  • En tercer lugar, necesitamos una metodología que fortalezca la vida de los cristianos en el mundo y que permita experimentar esta experiencia evangélica a los que lo deseen.

Para dar una respuesta adecuada a estas necesidades urgentes del presente necesitamos unos medios y puntos de referencia que nos permitan seguir caminando con sencillez. Estos puntos de referencia, entre otros, básicamente son los siguientes: ofrecer a la comunidad humana una antropología según el evangelio de manera clara y sencilla,
cultivar una teología narrativa y practicar la metodología de la lectura creyente de la realidad en la vida cotidiana.

Una oportunidad histórica para la misión eclesial

La Iglesia ha de asumir esta nueva situación de la humanidad con sentido crítico, pero también con serenidad, con paz y esperanza. Es cierto que no es cómodo asumir estas dos otras opciones, aparentemente contradictorias. Sin embargo, en realidad, si lo miramos con más atención, veremos que las dos opciones no son tan contradictorias como parece, porque aunque son divergentes en su planteamiento y diversas en su resolución, en el camino hay muchos puentes que pueden converger en el futuro.

Esta tensión entre espiritualidad y religión, canalizada con serenidad y asumida críticamente, ofrece una nueva oportunidad histórica a la misión de la Iglesia en el mundo, porque la espiritualidad y la vivencia religiosa son dos dimensiones básicas de la vida humana, que se fermentan la una a la otra.

Se acercan tiempos “recios”, pero que son una gran oportunidad para la vivencia de la fe cristiana en el mundo: ser testigos de un estilo de vida creativo en el servicio fraterno y la renovación social, haciendo de la vida personal una escuela de aprendizaje de la experiencia evangélica.

Más información, en el nº 2.740 de Vida Nueva. Si es usted suscriptor, puede acceder al Pliego íntegro aquí.

Compartir