LA MEMORIA DE UN MÉDICO COLOMBIANO LUEGO DE UN AÑO DE LA TRAGEDIA EN HAITÍ

Su fe lo llevó a rescatar una vida en peligro

Texto : DIEGO ORLANDO ORTÍZ   Fotos: VNC

Al cabo de un año de ocurrida la tragedia en Haití, Diego Orlando Ortiz, un médico colombiano, residente hoy en Bucaramanga y por aquel entonces  rescatista de la Defensa Civil, recuerda para los lectores de Vida Nueva Colombia aquella  experiencia e impresiones del impacto inmediato que tuvo el terremoto sobre esta nación caribeña, la cual todavía sigue tan sumida en la desgracia como en los primeros días del suceso.


Ansiedad. Una cosa es lo que uno ve por televisión y otra la realidad, el panorama desde el aire era de incendios,  miles de personas caminando y estructuras colapsadas. En el Aeropuerto Internacional, que es una estructura larga y con una sola pista, no se veía destrucción evidente, pero adentro sí. Queríamos llegar rápido, no retrasar la espera y empezar. Vimos cientos de personas tratando de abordar aviones para abandonar Haití, todo el checking funcionaba afuera.

Nos recogieron y nos alojaron en la ONU, que era un campo improvisado al lado del aeropuerto. Estando ya bajo ordenes de la ONU, nos mandaron al Hotel La Montana. El panorama era desolador: cadáveres por las calles, gente quemando cuerpos, cuerpos arrumados en andenes. Ya la gente pasaba como si nada.

El Hotel La Montana era donde se tomaban decisiones importantes, se reunían líderes. Era punto de encuentro internacional y de comunicaciones, también de negocios. Los personajes se hospedaban allí. Sobre aquel importante lugar, se hablaba de 60 muertos. Después supimos que eran 250 cuerpos los desaparecidos.

En Haití no hay ejercito y en el caso de la policía, la mayoría de sus agentes desertó y se llevaron las armas, se fueron a buscar a sus familias, salvo unos cuantos, no había seguridad. Se formaron entonces  pandillas y grupos  armados para defender sus cosas, y como seguridad sólo estaban los cascos azules de la ONU. La justicia operaba espontáneamente y en manos de la gente, por ejemplo al que encontraban robando, lo mataban y lo que había de policía, si no le obedecían, disparaba.

La temperatura en el día alcanza los 38 grados y en la noche podía ser de 12 grados. Dormíamos a la intemperie, pero en uno de los salones que más o menos quedó en pie del hotel, había manteles de los comedores. Con éstos nos abrigábamos en la noche. Quince grados no era muy bajo, pero temblábamos, llevábamos ración militar, el agua escaseaba y con el uniforme nos deshidratábamos en el día. Pero vimos la mano de Dios, la cocina quedó parcialmente destruida y el administrador nos dijo que lo que encontráramos, lo cogiéramos.

Organizamos dos tipos de búsqueda, uno para vivos y otro para  muertos. Con los perros buscábamos vivos, nos movimos, hicimos marcaciones, hicimos llamado y escucha, “somos de la DC, ¿hay vida?”, gritábamos en inglés, francés y creolle, una mezcla idiomática haitiana. Esa noche, sólo se detectaron cuerpos, sin luz y en una estructura en riesgo.  Al otro día, uno de los caninos marcó positivo un punto del área, un experto francés lo corroboró y se detectó una voz, así fue que encontramos a Nadyne y 18 horas más tarde la sacamos. Era la esposa del dueño del hotel, una francesa muy querida por todo el mundo. Medios internacionales y embajadores nos agradecieron por encontrarla.

También buscábamos a Sandra Riveros, una joven que era de la Iglesia que yo frecuento en Bogotá, ella trabajaba hacía poco en Haití con Delta Airlines y se hospedaba allí. El esposo había estado el mismo día del terremoto, pero ese día viajó a Colombia y tan pronto llegó a Bogotá ocurrió el desastre. Parte de la misión era encontrarla,  todo el grupo dio lo que pudo, pero no encontramos más.

Un grupo francés y otro estadounidense estuvieron allí antes. Rescataron cinco sobrevivientes. Los estadounidenses llegaron con una misión muy específica, una sola persona. Llegaron, la sacaron y se fueron, no más, igual los franceses, sacaron unas personas y se fueron. Pero, regresaron cuando se enteraron que habíamos encontrado a Nadyne. Estuvimos también en la sede destruida de la ONU. Ahí, ya estaban 300 hombres trabajando, estuvimos en otro hotel haciendo búsqueda, no encontramos nada. Yo hice consultas médicas alrededor, colaboramos en el hospital, había muchas manos pero pocos recursos. No disponíamos de transporte y tampoco seguridad. Cuando la lográbamos, nuestro paso por algunos tramos aun así era dramático, la gente se lanzaba contra el vehículo a tomar el agua o lo que lleváramos.

Estando en el Hotel La Montana, ocurrió una replica de 4.5 grados. Fue el susto de la vida, sucedió cuando estábamos tres pisos por debajo de la estructura del hotel la primera noche y todo se movía. Escuchamos gritos y tiros, y era que en el hotel existía un comercio importante. Por supuesto, los saqueadores merodeaban, entonces el grupo del ejercito filipino de la ONU que nos protegía disparó al aire. En Haití se advierte un problema muy serio y es que se construye sin el suficiente conocimiento y con material de pésima calidad. Las estructuras se remueven y se hacen polvo, casi no vimos vigas.

La llegada de los militares estadounidenses se notó de inmediato, fue un día antes de regresarnos que llegaron con toda. Empezaron a llegar los aviones Galaxy, helicópteros de la US Navy, y sólo bajaban marines. De los Galaxy bajaban vehículos Hummer, bajaban de a siete Jeeps militares. El desembarque fue impresionante. Desembarcaban equipo, armamento, parecía una invasión, comentábamos. Fue  nuestro último día y apenas empezaban a armar sus campamentos, con sus supercarpas y sus equipos.

Estar en un desastre no es algo común. Como médico, como socorrista, sentí impotencia por no poder hacer más, pero también me sentí feliz por rescatar una vida.

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