EL DERECHO A LA RISA

ERNESTO OCHOA MORENO


La vida se carga, cada día, de tensiones y amarguras. Como si nunca amaneciera limpiamente, la jornada se cubre, desde su albor, de malas noticias, de oscuros presagios, de situaciones difíciles. Cada amanecer es una grieta que se le abre a la alegría. Vamos por el camino con la cara fruncida, cansados desde dentro. Somos un zoológico de seres enjaulados en la desesperanza, haciendo muecas tras las rejas del desencanto.

Hemos perdido el sentido de la risa. Dedicados a trascendentalizarlo todo, a magnificarlo todo, no tenemos tiempo para el ridículo (para lo que hace reír) y si acaso, disimulamos a carcajada limpia (o sucia, mejor) los pequeños placeres de la vida.

Hemos olvidado el placer del ridículo, ese saber descubrir bajo la piel de las cosas y las situaciones un aspecto risible que lo reconcilie a uno con la serenidad. Encontrar la posibilidad de sonrisa en el mundo que nos rodea es una forma de sabiduría. O de ternura, que es casi lo mismo.

Tiene la risa un aspecto iluminador. No se aprecia en la raíz latina del vocablo (“ridere”, “risus”), pero es claro para los griegos. El verbo griego “guelao”, que es reír, burlarse, tiene también la connotación de brillar. Así las cosas, la risa produce en el rostro la misma serenidad y el juego de la luz en la superficie del mar, de forma que se asocia con el vocablo “galene”, que es la calma del mar. De ahí vienen también la palabra española “galena” (mineral compuesto de plomo y azufre) y el adjetivo “galeno”, que se aplica a la brisa suave y apacible del mar.

Supongo que el lector habrá sonreído compasivamente ante este inesperado viaje por la etimología para demostrar que la risa es un estado anímico que ilumina y serena el espíritu. La risa  es la afloración del alma frente a los aspectos risibles de la vida. Defiendo, pues, el derecho a la risa. Aunque suene ridículo.

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