Editorial

Vida Consagrada que se renueva en la comunión

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Publicado en el nº 2.739 de Vida Nueva (del 29 de enero al 4 de febrero de 2011)

Desde el año 1997, por iniciativa del papa Juan Pablo II, se celebra la Jornada Mundial de la Vida Consagrada el día 2 de febrero, fiesta de la Presentación del Señor en el templo. El fin de la misma es ayudar a toda la Iglesia a valorar cada día más el testimonio de quienes han elegido seguir a Cristo de cerca por el camino de los consejos evangélicos y, al mismo tiempo, quiere ser para las personas consagradas una ocasión propicia para renovar su vocación y reavivar los sentimientos que deben inspirar su entrega al Señor. Todos somos conscientes de la riqueza que para la comunidad eclesial y para la sociedad constituye el don de la Vida Consagrada en la variedad de sus carismas e instituciones.

En primer lugar cabe un agradecimiento a los religiosos, religiosas y personas que, en las distintas modalidades de la Vida Consagrada, trabajan en el corazón mismo de la Iglesia y del mundo para testimoniar su fe. Son muchos los lugares y las realidades en las que, como avanzadilla, están sembrando a lo largo y ancho del mundo: escuelas, hospitales, casas de acogida, universidades, mundo de la marginación… con espacios en los que su presencia simboliza el rostro de Jesucristo.

Su misión en estos lugares y en esta época histórica señala un camino excelso de adelanto del Reino de Dios. En lugares a los que nadie va, en aquellos otros en los que se ha perdido la esperanza, los religiosos y religiosas alientan la fe, devuelven la esperanza y avivan la caridad con derroche de energías, aun en medio de los problemas y con una brillante ilusión capaz de devolver la alegría a los tristes, la libertad a los cautivos y la bondad en medio de un mundo envilecido por una cultura del tener.

Su entrega es una bandera del despojo. Y no sólo en la avanzadilla. También en los claustros silenciosos de la clausura. La Vida Consagrada tiene sentido hoy, y la primera reacción de la Iglesia ha de ser el agradecimiento puro a estas vidas entregadas a la misión.

En segundo lugar, hay que alentar a la renovación de la Vida Consagrada. Como tantas otras realidades eclesiales, también aquí es necesaria una renovación. El Evangelio y el Vaticano II, además de la rica tradición que el Magisterio ha recogido, son referencias que orientan a esa necesaria renovación que nace en el corazón de cada consagrado y se expande a la institución o carisma en donde desarrollan su labor.

La Iglesia siempre tiene en su interior el pulso de la renovación. No puede estancarse para ser fiel a la llamada del Señor y fiel a los hombres y mujeres a los que ha de evangelizar. Renovarse en las aguas de la Palabra de Dios y de la renovación conciliar, dejando algunos lastres que la historia o la naturaleza humana ha dejado en su rico decurso.

Y en tercer lugar, junto al agradecimiento y renovación, la Vida Religiosa ha de continuar trabajando por la comunión eclesial, aportando todos sus valores, sus riquezas y sus bondades para vivir esa comunión afectiva y efectiva desde el diálogo sincero, el discernimiento profundo y la colaboración abierta, sin perder la audacia que a la Vida Consagrada le es propia. No hay otro camino. Vivir de espaldas a la comunión eclesial es hacer proyectos personales que pueden ser dignos, pero que están alejados de la gran misión que la Iglesia tiene en el mundo hoy. Unificar fuerzas es tarea urgente, no siempre fácil, pero cada vez más necesaria.

Desde las páginas de Vida Nueva continuamos apoyando a la Vida Consagrada como un proyecto válido, de presente y futuro, en la Iglesia, como lo es el ministerio sacerdotal y laical, reunido en torno a la mesa del Pan y de la Palabra. La Vida Consagrada tiene aquí su marco de referencia.

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