Túnez: la revolución del jazmín

¿Comienza una nueva etapa en el Magreb?


(Miguel Larburu, Padre Blanco) Los que hemos conocido Túnez durante tantos años, no acabamos de creer a nuestros ojos. Nos preguntamos muy castizamente: ¿quién te ha visto y quién te ve? Pero, ¿qué pasa en Túnez? ¿Estoy soñando? ¿Qué es lo que ha provocado estos levantamientos? Perdonen los lectores el tono de espontaneidad y desenfado. Sólo he querido mostrar un sentimiento y una convicción que es omnipresente en los que hemos sido testigos de las evoluciones de Túnez. Estamos ante uno de los acontecimientos más grandes de la historia moderna del mundo árabe. Es la primera vez que un dictador árabe es depuesto por la presión de la calle. Y esto, para nosotros, era impensable que pudiera suceder en Túnez.

Sin embargo, Túnez poseía los dos ingredientes que me parecen esenciales para que una revolución tuviera éxito: una situación social explosiva bajo las apariencias de estabilidad que engendra un régimen policial, y una clase media suficientemente amplia y formada para preparar el explosivo. Faltaba el detonante, y llegó.

Túnez ha aparecido por mucho tiempo como ejemplo de éxito y ejemplo económico a los ojos de todas las instancias mundiales, y goza de una relativa buena salud. Su renta per cápita anual se eleva a 7.200 dólares (por 6.000 en Argelia o 3.800 en Marruecos). Se podía vanagloriar de un sistema educativo relativamente bueno y de un aparato estatal fuerte.

Detalle importante: la condición de la mujer, incomparablemente superior al de cualquier país árabe, fruto del que fue padre de la independencia de Túnez, Habib Burguiba, y de su clarividencia.

Estabilidad y longevidad eran las características del régimen. Su mostrador más agradecido e iluso era el turismo, asequible prácticamente a todos los bolsillos europeos.

Estado policial

Sin embargo esa calma chicha estaba asegurada por un aparato policial que se eleva a 110.000 elementos (por un ejército de 30.000 soldados, y que ha sabido mantenerse garante del pueblo); más los entre 10.000 y 13.000 incondicionales del presidente, especie de guardia pretoriana, donde el chivatazo era práctica generalizada y, los taxistas, colaboradores sumisos.

Así, la sociedad vivía resignada, y los derechos humanos y las libertades, sobre todo de la prensa, vapuleados. En fin, una economía clientelista, sin nada que ver con el liberalismo.

El detonante fue el joven de 26 años Mohammed Buazizi, diplomado en Informática y vendedor eventual de frutas y legumbre, que se inmoló rociándose con gasolina, el 17 de diciembre del 2010. Un joven sin ninguna vocación de mártir ni de revolucionario que nunca soñó que con su cuerpo en fuego iba a poner todo el país en llamas.

En su honor, no podemos pasar por alto el papel que ha jugado esta juventud creativa que, a través de las redes sociales (blogs, WikiLeaks, Facebook…), han sabido, por estos caminos que nos son tan misteriosos a los mayores, dar formas a una revolución de nuevo cuño. Una revolución que no pide pan, sino libertad; una revolución sin reivindicaciones sociales, sino un nuevo régimen; no sólo reformas, sino una nueva constitución. ¡Ben Ali! ¡Basta, vete!

El papel del islamismo radical

Después de dos décadas de islamismo más o menos radical y de corte terrorista que hemos conocido en la orilla sur del Mediterráneo, la gran pregunta que nos planteamos en el norte es: ¿qué papel puede jugar el islamismo radical en Túnez?

En Túnez, esta corriente está representada tradicionalmente por el partido En-Nahda (el Resurgimiento). Fue fundado en 1981, y tolerado en los primeros años del régimen de Ben Ali después de la toma de poder en 1987. Pero, en las primeras elecciones de su mandato, en 1989, este partido consiguió el 15% de los votos, provocando una amplia represión del poder central hacia sus militantes, siendo éstos perseguidos y encarcelados (se habla de hasta 30.000).

En 1990, fueron liberados después de haber purgado la casi totalidad de las penas, siendo totalmente amnistiados durante estos últimos acontecimientos. Es cierto que el partido islamista está roto y el movimiento desorganizado. Pero su líder, Rached Ghennuchi (no confundir con su homónimo, el primer ministro actual), a estas horas, supongo que habrá vuelto de su exilio londinense.

Hoy, existe una sensibilidad islamista muy fuerte en la población: un discurso religioso de colorido moralista, que se nutre de denuncias de la corrupción y de los comportamientos económicos mafiosos. Esta situación constituye un humus muy favorable, como ocurre con todos los demás países de la zona, y está abonado por la ideología que propagan los grandes medios de comunicación del Golfo.

Semillas de democracia

La sociedad tunecina es cada vez más adicta a la práctica religiosa. Todo esto no significa, necesariamente, amenaza. Nadie desea en Túnez vivir la tragedia que ha vivido su vecina Argelia. Los tunecinos no quieren pasar de la dictadura política al fanatismo. Quieren la libertad.

El islamismo tunecino, en este momento de la revolución del jazmín, como se le viene llamando ya, ha sido muy discreto en las manifestaciones. Pero algunos líderes consideran que su presencia en la escena política podría ser positiva para facilitar la integración del islamismo en el juego democrático, no en el terrorismo.

Creo que tenemos derecho a ser optimistas. Y sus frutos se serán muy pronto y abrirán camino a sus hermanos cuyos regímenes se tambalean ya.

Más información, en el nº 2.739 de Vida Nueva. Si es usted suscriptor, puede leer el artículo completo aquí.

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