Tarde de invierno

(Luis A. Gonzalo-Díez, cmf – Director de la revista Vida Religiosa)

“El invierno eclesial necesita primavera. Los jóvenes no perciben el calor que necesitan para vivir la fe en nuestra oferta. Conocemos datos, estadísticas y estudios de cómo son. Engordamos con sociología que serena. Mientras tanto, el invierno se recrudece y nos distanciamos más del presente”

No sé qué habrá sido de él. Al acabar el colegio, nos enviaban a sus clases particulares. Ciertamente, eran particulares, muy especiales. Aquel viejo profesor unía la física y la trigonometría con lecciones de vida. Sobre todo, se empleaba a fondo en una materia árida: la paciencia. Él fue el primero que me habló, con entusiasmo, del invierno. Entonces me sonaba extraño porque los pocos años, como las bicicletas, son para el verano.

Me he ido familiarizando con el invierno. Eclesialmente, por estos paraderos, casi no conocemos otra estación. He ido escuchando a maestros que el invierno tiene su encanto. Saber esperar, pensar en la persona más que en la masa, minoría, debilidad. Una clave evangélica que, ante todo, pretende ayudarnos a abrazar la realidad sin nostalgia. Pero no es fácil.

Con la misma valentía que admitimos que los tiempos son recios, seguimos luchando por los números. Es la herejía de la cantidad. Movimientos y grupos eclesiales que “manejan” cifras, frente a quienes viven la crudeza de la estación invernal. Instituciones que viven la debilidad, sospechando de aquellas otras que creen tener éxito. Unos y otros, preparándonos más para acontecimientos y concentraciones sonoras que para cuidar el día a día. Quizá este “vivir soñando” tenga que ver mucho con las tardes de invierno, con poca luz, frío y nadie en las calles, donde se anhela el verano, el sol y el ruido de la vida. Está permitido soñar, aunque “los sueños, sueños son”.

El invierno eclesial necesita primavera. Los jóvenes no perciben el calor que necesitan para vivir la fe en nuestra oferta. Conocemos datos, estadísticas y estudios de cómo son. Engordamos con sociología que serena. Mientras tanto, el invierno se recrudece y nos distanciamos más del presente. En estas tardes de invierno, el “templo” necesita tener abiertas las puertas. Es un riesgo, pero también la posibilidad real de que entren las voces y el aire templado de la vida.

lagonzalez@vidanueva.es

En el nº 2.739 de Vida Nueva.

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