“La búsqueda de la unidad es un imperativo moral”

El Papa clausura la Semana de Oración ante representantes de las Iglesias cristianas

Un momento de la celebración en la Basílica de San Pablo Extramuros

(Antonio Pelayo. Roma) A algunos vaticanistas españoles, distraídos o poco informados, habrá que recordarles que la unidad de los cristianos es uno de los ejes de este pontificado. Nada tiene de extraño, pues, que Benedicto XVI subraye con sus palabras y sus gestos cada año la celebración de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, que se ha desarrollado del 18 al 25 de enero.

Que no se trata de apuntarse tantos fáciles o de acumular gestos para la galería lo había recordado ya en su alocución durante la audiencia del miércoles 19 de enero comentando el lema de este año, Eran asiduos en escuchar la enseñanza de los Apóstoles y en la unión fraterna, en la fracción del pan y en la oración (Hechos 2, 42).

“Según san Lucas –dijo Benedicto XVI–, cuatro características deben constituir la vida de la Iglesia. Primera característica, estar unida y firme en la escucha de las enseñanzas de los Apóstoles, después en la comunión fraterna, en la fracción del pan y en la oración. Estos cuatro elementos son todavía hoy los pilares de la vida de toda comunidad cristiana y constituyen también el único sólido fundamento para proseguir en la búsqueda de la unidad visible de la Iglesia”.

“Es muy significativo –dijo el domingo 23 a la hora del Angelus– que el tema de la Semana de la Unidad de este año haya sido propuesto por las Iglesias y las comunidades cristianas de Jerusalén reunidas en espíritu ecuménico. Conocemos cuántas pruebas tienen que afrontar los hermanos y hermanas de Tierra Santa y de Oriente Medio. Su servicio es, por eso mismo, muy precioso, avalado por el testimonio que, en algunos casos, ha llegado hasta el sacrificio de la vida. Por eso, al acoger con alegría los motivos de reflexión ofrecidos por las comunidades que viven en Jerusalén, nos unimos a ellas, y esto se convierte para todos en un nuevo factor de comunión. También hoy, para ser en el mundo signo e instrumento de íntima unión con Dios y de unidad entre los hombres, nosotros los cristianos tenemos que fundar nuestra vida sobre estos cuatro ‘puntos cardinales’: la vida fundada sobre la fe de los Apóstoles trasmitida en la viva Tradición de la Iglesia, la comunión fraterna, la Eucaristía y la oración”.

Audiencia con los delegados de la Iglesia Evangélica Luterana de Alemania, el lunes 24 de enero

Ideas muy similares fueron repetidas por el Pontífice al recibir, el lunes 24 de enero, a una delegación de la Iglesia Evangélica Luterana de Alemania: “El diálogo ecuménico no puede separarse de la veracidad y la vida de la fe en nuestras Iglesias sin que produzca daños para todos. Por eso nuestra mirada se dirige conjuntamente hacia el año 2017, que nos recordará la publicación de la tesis de Martín Lutero hace 500 años. Con esta ocasión, luteranos y católicos tendrán la posibilidad de vivir, dentro de una conmemoración ecuménica conjunta, este acontecimiento, no de forma triunfalista, sino como una experiencia de nuestra fe en el Dios Trino”.

En una entrevista publicada el 19 de enero por L’Osservatore Romano –inteligentemente dirigido por Gian Maria Vian–, monseñor Brian Farrel, secretario de Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, recordaba los 50 años de la fundación de este organismo conciliar y consideraba “casi un milagro de la Providencia que los más de dos mil obispos llegados a Roma para dar comienzo al Concilio en 1962, muchos de ellos formados en una teología de la ‘exclusión’, según la cual ortodoxos y protestantes –cismáticos y herejes, según la terminología de la época–  estaban sencillamente fuera de la Iglesia, tres años después produjeran el decreto Unitatis Redintegratio, que reconoce una real aunque incompleta comunión eclesial entre todos los bautizados y entre sus Iglesias y comunidades eclesiales”.

El periódico vaticano publicaba en días sucesivos sendos artículos en la misma línea escritos por responsables del ya citado Pontificio Consejo; uno de Mark Langham titulado “Una nueva fase de diálogo con anglicanos y metodistas”, y otro del jesuita Milan Zust sobre los pasos de acercamiento producidos en los últimos meses con las Iglesias ortodoxas, de modo especial con el Patriarcado de Moscú y con el Patriarcado de la Iglesia Ortodoxa Serbia.

“Una llamada del Señor”

Como todos los años, Benedicto XVI presidió una solemne celebración ecuménica en la Basílica de San Pablo Extramuros para clausurar la Semana de Oración. “Sabemos bien que estamos aún lejos de esa unidad por la que Cristo rezó –reconoció el Papa en la homilía, quien, más adelante, animó–: La búsqueda del restablecimiento de la unidad entre los cristianos divididos no puede reducirse a un reconocimiento de las diferencias recíprocas y a la consecución de una convivencia pacífica: lo que anhelamos es esa unidad por la que Cristo mismo rezó (…) El camino hacia esta unidad debe ser advertido como imperativo moral, respuesta a una llamada precisa del Señor”.

Encuentro con los miembros del Alto Tribunal de la Rota Romana

El sábado 22 de enero tuvo lugar en la Sala Clementina del Palacio Apostólico la anual audiencia al Tribunal de la Rota Romana, a la que asistieron, con sus vistosas togas, su decano, el polaco monseñor Antoni Stankiewicz, los prelados auditores y los abogados. Ya es sabido que ésta es la ocasión para pasar revista a algunos problemas que afectan a la legislación sobre el matrimonio católico, especialidad de esta alta jurisdicción.

Benedicto XVI inició su discurso con una cita de Juan Pablo II en su discurso de 1990 al alto tribunal: “La dimensión jurídica y la pastoral –dijo entonces Karol Wojtyla– están inseparablemente unidas en la Iglesia que peregrina en esta tierra. Sobre todo existe una armonía que se deriva de su común finalidad: la salvación de las almas”.

En su discurso de este año, el Pontífice ha querido insistir en la preparación y admisión al matrimonio católico, que tienen, observó, una dimensión canónica no inmediatamente perceptible, “ya que en los cursos de preparación al matrimonio las cuestiones canónicas ocupan un lugar muy modesto, algunas veces insignificante, ya que se tiende a pensar que los futuros esposos tienen un interés muy reducido por estos problemas reservados a los especialistas”.

El Papa pidió a sus oyentes y a todos los pastores que reaccionen contra esta tendencia, argumentado así: “No existe un matrimonio de la vida y otro del derecho: sólo existe un único matrimonio que es constitutivamente un vínculo jurídico real entre el hombre y la mujer, un vínculo sobre el que se apoya la auténtica dinámica conyugal de vida y de amor. El matrimonio celebrado por los esposos, del que se ocupa la pastoral y es objeto de estudio por la doctrina canónica, es una única realidad natural y salvífica, cuya riqueza da ciertamente lugar a una variedad de criterios, sin que por ello disminuya su identidad esencial. Su aspecto jurídico está intrínsicamente ligado a la esencia del matrimonio. Esto se entiende a la luz de una noción no positivista del derecho, sino considerada en la óptica de una relación basada en la justicia”.

Benedicto XVI urge, por estas y otras razones expuestas en su discurso, a actuar con seriedad en los llamados “cursos prematrimoniales “y en los interrogatorios que deben preceder a la celebración del sacramento: “Éstos tienen un fin principalmente jurídico: certificar que nada se opone a la celebración válida y lícita del matrimonio. Jurídico no quiere decir formalista, como si se tratase de una fase burocrática consistente en rellenar un formulario con preguntas rituales. Se trata, por el contrario, de una ocasión pastoral única –que debe ser valorada con la seriedad y la atención que merece– en la que, a través de un diálogo muy respetuoso y cordial, el pastor busca ayudar a la persona a situarse seriamente ante la verdad sobre sí misma y sobre la propia vocación humana y cristiana al matrimonio”.

El primer ministro Berlusconi con el subsecretario de Presidencia, Gianni Letta (centro), y cardenal Bagnasco (izq.)

Para los que vivimos en Italia desde hace ya algún tiempo, las últimas noticias sobre la vida privada de Silvio Berlusconi han sobrepasado con creces los límites de la decencia y del respeto a las instituciones. No vamos a entrar en cuestiones políticas ni jurídicas. Nos atenemos al plano ético y moral. Desde que salieron a la luz las escuchas telefónicas relativas a las francachelas del presidente del Gobierno italiano –que deberán ser analizadas y valoradas por la magistratura–, muchos se preguntaron qué pronunciamiento debería hacer sobre estos presuntos hechos –y en algún caso auténticos delitos– la Iglesia y, en particular, la Santa Sede. Las primeras respuestas llegaron con un editorial del diario de la Conferencia Episcopal Italiana, Avvenire (18 de enero), en el que su director, Marco Tarquinio, pedía claridad sobre el “tornado devastador” que se ha abatido sobre toda Italia.

Días antes, L’Osservatore Romano había publicado íntegra en primera página una nota del Palacio del Quirinal en la que el presidente Giorgio Napolitano expresaba la turbación del país sobre las noticias traspapeladas. Por fin, el 20 de enero el secretario de Estado afirmaba que la Santa Sede compartía este mismo sentimiento de turbación y añadía: “La Iglesia impulsa a todos, especialmente a los que tienen responsabilidades públicas de cualquier tipo y en todos los sectores administrativos, políticos y judiciales, a asumir el compromiso de un sentido de justicia y de legalidad”.

El Papa no se ha referido explícitamente a tan delicada cuestión, pero se sabe que le ha entristecido profundamente el bochornoso espectáculo de esas revelaciones. Algunas frases de Joseph Ratzinger pronunciadas estos días sobre las “actitudes morales personales” de los servidores de la cosa pública no dejan de ser pronunciamientos generales, aplicables, por supuesto, al caso concreto de Berlusconi.

Bagnasco frente a Berlusconi

Abriendo, en la ciudad de Ancona, los trabajos de la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Italiana, su presidente, el cardenal Angelo Bagnasco, abordó este tema con delicadeza, evitando el enfrentamiento directo pero con una claridad que no deja tampoco lugar a dudas: “Es necesario que nuestro país supere, de modo rápido y definitivo, esta fase convulsa en la que se mezclan, cada vez de forma más amenazadora, la debilidad ética con la fibrilación política e institucional, con la cual los poderes no sólo se miran con desconfianza, sino que extienden trampas en una lógica conflictiva que dura ya demasiados años. (…) La colectividad mira desconcertada a los actores de la escena pública y respira un evidente malestar moral”.

Luego recordó unas palabras suyas perfectamente aplicables a la situación actual: “Todo el que acepta un mandato político debe ser consciente de la medida y de la sobriedad, de la disciplina y del honor que eso lleva consigo, como recuerda nuestra Constitución”.

Mons. Santos Abril

Para la Santa Sede el problema es complejo. No puede ser aceptada como suya esta síntesis de Vittorio Messori en una entrevista mantenida con Andrea Tornielli (Il Giornale del 19 de enero): “Mejor un político que se va de putas pero que hace buenas leyes, que un notable catolicísimo que después hace leyes contra la Iglesia”.

VICECAMARLENGO, por Antonio Pelayo

Monseñor Santos Abril y Castelló ha sido nombrado, por un trienio, vicecamarlengo de la Santa Iglesia Romana. Desde abril de 2003, este diplomático vaticano nacido en Alfambra (Teruel) en 1935 era nuncio apostólico en Eslovenia y antes había ejercido idénticas funciones en Argentina, ex Yugoslavia, Camerún y Bolivia. Es la culminación de una larga carrera comenzada en la sección española de la Secretaría de Estado al lado de otros paisanos que han dado su contribución al buen hacer de la diplomacia de la Santa Sede, reconocido casi universalmente, menos en algunos sectores ignorantes de nuestro país.

apelayo@vidanueva.es

En el nº 2.739 de Vida Nueva.

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