¡Ni Dios! Con perdón

(Carlos Amigo Vallejo– Cardenal arzobispo emérito de Sevilla)

“Dios sí que puede mandar en la conciencia de cada una de las personas. Nadie le pone barreras, ni limitación alguna. Dios es muy libre de hablar allí donde quiera hacerlo. Y de una manera muy clara y elocuente, como lo ha realizado en la conciencia, en la inteligencia, en esa ley natural inscrita en todo cuanto ha sido creado”

Dicho así, de esta manera, y sin más explicaciones, la expresión suena a blasfemia, a deshonra y exclusión de Dios de cualquier aspecto de la vida. Nada más lejos de aquello que queremos decir, precisamente para que sea respetado el nombre de Dios y, también, el de los creyentes, que tienen todo el derecho del mundo a vivir y manifestar su creencia, tanto en la intimidad personal como en el ámbito público.

Pero mira por dónde, las corrientes laicistas a ultranza se empeñan en dominar y querer que este poderío llegue a todas las esferas, las que conocemos y aquellas que se puedan inventar. Nosotros somos los que mandamos y nosotros somos los que decidimos. Los dueños de vidas y haciendas, pensamiento, creencias, tradiciones, sentimientos… En fin, en todo lo habido y por haber.

¡Hasta ahí podíamos llegar! Que alguien se atreviera a pensar y a vivir de una manera distinta a la que los gobernantes imponen. Una cosa es acatar las leyes justas que demanda el poder judicial, y que aplica el ejecutivo, y otra muy distinta que se pueda coaccionar la libertad del ciudadano, y en tal manera, que no pueda vivir al dictado de su conciencia y de aquello que sus maestros espirituales le recomienden, siempre que no se oponga ni a la conciencia ni al respeto a las leyes legítimas que un Estado ofrece a sus ciudadanos como garantía del derecho y de una buena convivencia.

Dios sí que puede mandar en la conciencia de cada una de las personas. Nadie le pone barreras, ni limitación alguna. Dios es muy libre de hablar allí donde quiera hacerlo. Y de una manera muy clara y elocuente, como lo ha realizado en la conciencia, en la inteligencia, en esa ley natural inscrita en todo cuanto ha sido creado.

El creyente ni puede ni debe renunciar a seguir los dictados que la voluntad de Dios, expresada en la palabra viva que es Jesucristo, ha querido manifestar. El Papa, y los obispos, son los maestros de nuestra fe. La garantía de la fidelidad a lo que Dios ha dicho. Hablan de la fe y de las costumbres preferentemente, pero tampoco se les puede obligar a callarse cuando se trata del bien de la sociedad, de los individuos y de los pueblos.

Como es evidente, nada pueden ni deben imponer, pero nadie les ha de sustraer el derecho a ofrecer aquello que tienen. Esto va más allá incluso de la simple libertad religiosa codificada, pues siempre se trata de dar primacía absoluta a lo que Dios puede decirle a cada uno, y para eso está el magisterio de la Iglesia, para verificar la autenticidad de la fe, lejos de cualquier subjetivismo y simple imaginación.

Decía Benedicto XVI: “Pero también es verdad que en España ha nacido una laicidad, un anticlericalismo, un laicismo fuerte y agresivo, como lo vimos precisamente en los años treinta, y esta disputa, más aún, este enfrentamiento entre fe y modernidad, ambos muy vivaces, se realiza hoy nuevamente en España: por eso, para el futuro de la fe y del encuentro –no desencuentro, sino encuentro– entre fe y laicidad, tiene un foco central también en la cultura española. En este sentido, he pensado en todos los grandes países de Occidente, pero sobre todo también en España” (A los periodistas, 6-11-2010).

En el nº 2.739 de Vida Nueva.

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