OBLIGACIÓN CON EL TIEMPO

Arturo Guerrero

Las vacaciones no son un lujo. Son la obligación con el tiempo. Hay personas que nunca toman vacaciones, que no rinden tregua a la acumulación de cargas sobre los hombros o entre las cejas. Muchas de ellas alardean y se sienten campeonas de la eficiencia. Multiplican por tres el infinitivo ‘trabajar’, para que los demás las admiren. ¡Pobres! Más les valiera mirarse al espejo de los espasmos congelados en su cara.

Es que el tiempo es un cobrador exigente y atroz. Medra en la epidermis la hendidura de su hoz, cala entre las neuronas la herrumbre de su cuchillo. Un cuerpo ceñido a la pertinacia laboriosa gana en muecas y rigidez lo que pierde en gracilidad. Un espíritu acogotado bajo la viga de la productividad malgasta la elasticidad necesaria para hacer dulce la vida. Las vacaciones llegan para interrumpir la noria de la ganancia y demostrar que el ser humano ha sido arrojado sobre el planeta con la consigna de reencantarlo y cantarlo, pues los tornillos de esta maquinaria fueron apretados por fuerzas que saben bien lo que hacen. Querer sustituirlas o, peor, pugnar con ellas, es a la vez torpeza y jactancia.

A nadie se le exigen oficios superiores a sus fuerzas. Y todos los hombres son tacaños de fuerzas, briznas bajo el viento. Atlas, encorvado por el inconmensurable globo, es una caricatura de la vanidad. Les arrebató a las deidades el sostén del mundo, solo para experimentar suplicio.

Una sociedad más descansada, con prolongados períodos de abandono de los brazos, les pondría punto final a avaricia, guerra, atesoramiento e inequidad. Un pueblo dado al sol, al mar, al ocio, no destruiría el aire ni el agua. Sería un conglomerado pausado, un coro de admiradores del orbe, un respetuoso inventor de metáforas.

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