"También la lluvia": la voz en el desierto

(A. J. Rivera) Trece nominaciones a los Goya, incluyendo Mejor Película, Dirección y Actor (Luis Tosar), más la designación de la Academia para representar a España en los Oscar, avalan la calidad de este filme, y aquí no hay sospechas de amiguismo, seguidismo o falta de competencia. También la lluvia es espectacular en casi todos los sentidos: no sólo lo recurrente y evidente (fotografía, sonido, música –grande Alberto Iglesias–), sino en el ritmo narrativo, el desarrollo de la historia y la construcción de los personajes.

Un equipo de rodaje llega a Cochabamba, Bolivia, en el año 2000 para filmar una película sobre ‘la otra cara’ de la colonización española: Colón no es ningún filántropo, la Iglesia denuncia los abusos, los indígenas lucharán hasta el final.

Al productor, Costa (Tosar), apenas le importa nada más que ajustar los costes; el joven y apasionado director, Sebastián (García Bernal), exuda arte y ganas de denunciar por cada poro, en principio cercano a las preocupaciones reales de los indígenas que le sirven de extras baratos; hacia el final, un poco más desorientado. El protagonista de ambas películas, la de Bollaín y la de Sebastián, es Daniel, un padre nada estúpido que tampoco está dispuesto a vender su dignidad ni a dejar que se la robe el gobierno.

El agua que las autoridades pretenden privatizar (la Guerra del Agua fue un hecho real) es una suerte de oro moderno. Y ésa es una de las claves conmovedoras de la película: 500 años después, el expolio es el mismo, los perros cazadores son los mismos, las lágrimas, los hijos, la lucha, las heridas… todo es igual… aunque unos personajes nada maniqueos (se agradece no haber caído en la tentación) sean lo suficientemente contradictorios para no darse cuenta.

En su quinta película, la directora madrileña (que ha deja el guión en manos de Paul Laverty, habitual colaborador de Ken Loach) se sube al carro de otros realizadores españoles que en los últimos años construyen historias grandes, globales, universales, demostrando que nuestro cine no tiene por qué albergar complejos y que sabe contar y llegar.

En este caso, sin un afán moralizante, pero con una clara invitación a reflexionar: “¿Acaso no son hombres?, ¿no tienen conciencia?” (exhorta fray Montesinos “en el desierto de esta isla”, encarnado en apenas cuatro escenas por un –como siempre– excelente Raúl Arévalo). “Hay cosas más importantes que una película”. “Nuestra película permanecerá”. “Sobrevivir. Es lo que mejor hacemos”.