Fernando Sebastián: “La evangelización es la verdadera rebeldía ante la situación actual”

Fernando Sebastián, nuevo cardenal, arzobispo emérito de Pamplona y obispo de Tudela

El arzobispo emérito de Pamplona publica ‘Evangelizar’

Entrevista con Fernando Sebastián [extracto]

(Juan Rubio. Fotos: Encarni Llamas) Fernando Sebastián decidió trasladarse a Málaga el 31 de julio de 2007, después de que el Papa le aceptara la renuncia por edad, presentada a finales de 2004 en la sede de Pamplona-Tudela. Nada más llegar a la ciudad andaluza, recibió la invitación para reeditar su libro Nueva Evangelización (Encuentro, 1991), una obra que tuvo un gran impacto. Ahora publica, con la misma editorial (Encuentro), Evangelizar.

“El editor me pidió que revisara la edición, pero la honestidad con mis futuros lectores y conmigo mismo me obligaba a preparar una redacción enteramente nueva. Confieso que fue una sorpresa para mí comprobar cómo en menos de veinte años se había modificado tan profundamente nuestro mundo espiritual”, explica el arzobipo emérito de Pamplona y de Tudela.

Fernando Sebastián Aguilar (Calatayud, 1929) se puso manos a la obra, con la ventaja del tiempo, estructurando las ideas, contemplando el mundo que le rodeaba y con el ardor evangelizador que siempre lo caracterizó: “Los pastores tenemos que ser capaces de entrar de verdad en el mundo de la incredulidad para entender a los que no creen y para ayudar a nuestros hermanos cristianos a conservar y fortalecer su fe en el ambiente en el que les toca vivir”. Y éste es el objetivo del libro Evangelizar.

– Hay en el libro cierta “rebeldía” ante la situación actual…

– Por supuesto, y creo que la evangelización seria y profunda es la mayor rebeldía ante el panorama de crisis que tenemos. En el origen de todas las crisis, conflictos y sufrimientos que tenemos en nuestra sociedad actual está la incredulidad, el olvido de Dios. No podemos quedarnos quietos, con los brazos cruzados. La verdadera rebeldía del cristiano está en no aceptar esta realidad. Puede haber falsas salidas: el miedo, el conformismo, la condescendencia, el integrismo, la politización de izquierdas o derechas o el deseo de restaurar viejas fórmulas. La única respuesta ante la interpelación de los signos de los tiempos es la evangelización.

– En su análisis se respira cierta desazón…

– No he pretendido hacer un análisis rigurosamente científico. He leído estadísticas, he ido reflexionado al hilo de los acontecimientos de cada día. Suponiendo que el análisis sea aproximadamente verdadero, puede resultar un poco aplastante y provocar la tentación de decir que no hay nada que hacer, que está todo perdido. Ni intelectual, ni sentimentalmente quiero alinearme con una postura pesimista. Ante esta situación hay distintas salidas. Una es tirar la toalla, sentirse vencidos pensando que terminó la España católica y empieza otra que hay que aguantar sin más. Un creyente no lo puede aceptar. Hay quienes creen que la respuesta tiene que ser una vuelta a fórmulas caducas. Tampoco creo que sea la solución. También como respuesta está la que da ese mal llamado “progresismo” que trata de entenderse con la nueva cultura buscando un lugar en ella de forma acomodaticia. No es el camino. Yo me apunto a algo más radical: volver a empezar con un anuncio fresco del Evangelio, construyendo un mundo diferente, partiendo siempre de la convicción de que la causa secreta del malestar está en la pérdida de la relación con Dios y nuestra confianza en Él.

Cambios en la sociedad

– ¿Tanto ha cambiado la sociedad en este último cuarto de siglo?

– La historia de España y de la Iglesia en España en el siglo XX es muy complicada. No podemos pretender decir que la Iglesia no ha tenido responsabilidad. Directamente no, pero la España de la pobreza y de los enfrentamientos de la primera mitad del siglo pasado nos lleva a pensar que algo más podíamos haber hecho. Luego llegó el Concilio, y la Iglesia española, con su ayuda, procedió muy honesta y sinceramente para salir del enfrentamiento latente que quedaba aún, contribuyendo a crear una sociedad reconciliada y libre. Hubo una colaboración intensa. Yo mismo participé con el cardenal Tarancón en este trabajo y soy testigo de los esfuerzos y del sufrimiento para abrir camino a una transición tranquila y reconciliadora. Eso se trabajó con ilusión durante algunos años, pero la experiencia demuestra que aquel ideal se ha ido deteriorando, y hoy las tensiones y los conflictos, así como la merma de la tolerancia, son mayores que en los años ochenta. La sociedad hoy está mucho más crispada.

Responsabilidad estatal

– Dice usted en su libro que “caminamos a la desaparición de la sociedad española actual y al aniquilamiento de nuestra identidad histórica y cultural con la colaboración decidida de este Gobierno”…

– Es realmente preocupante. El Estado tiene que crear un clima en el que todos los españoles puedan vivir según su conciencia, no en plan beligerante, sino tutelando la libertad religiosa. Esto es el sentido de una laicidad abierta que sabe respetar y valorar la libertad de los ciudadanos que practican una determinada religión. En este sentido, hay un ejemplo claro con la Ley del Aborto. Se dice que ésta no obliga a abortar, pero olvidamos el carácter pedagógico de toda ley. Con la reciente modificación de la ley, aparece prácticamente aceptado que el aborto es bueno, por lo menos tolerable, y lo que se discute son detalles secundarios. Lo que hay que poner en cuestión es el tema central. Las leyes y la práctica de las cosas cambian poco a poco la forma de pensar de la gente. Así, lentamente, se va configurando una mentalidad, un nuevo estilo de vivir que hace difícil a los cristianos compaginarlo en sus vidas. Se está implantando desde el poder una nueva cultura.

Autocrítica eclesial

– Usted se presenta especialmente crítico también con la Iglesia en esta encrucijada…

– No he querido alzarme como maestro de los demás. Es verdad que hago un confiteor, pues, aun sin entrar a juzgar a las personas, es evidente que en la situación histórica en la que hemos vivido los cristianos españoles, hemos perdido vigor y fuerza y hemos caído en los defectos de una Iglesia dominante que se puede permitir el lujo de cultivar rencillas entre sus miembros, aficionarse a los honores, como si no tuviéramos un trabajo importante que hacer en el exterior de la Iglesia. Ha habido momentos históricos en que hemos olvidado nuestras fronteras y nos hemos entretenido demasiado en nuestros gustos de sacristía. Hemos perdido mucho tiempo glorificándonos a nosotros mismos; disfrutamos celebrando aniversarios para proclamar nuestras grandezas, centrados en cosas que pueden ser verdaderas pero que no deben ser el fin de nuestras actividades. Lo nuestro ha de ser vivir para servir la fe y anunciar el Evangelio de la salvación a quien no lo conoce o no lo acepta. Todo lo demás es secundario.

Más información, en el nº 2.737 de Vida Nueva. Si es usted suscriptor, puede leer la entrevista completa aquí.

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