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Fuego y luz. Mística y Teología


Un libro de William M. Thompson (Editorial de Espiritualidad, 2010). La recensión es de Juan Martín Velasco.

Fuego y luz. Mística y Teología

Autor: William M. Thompson

Editorial: Editorial de Espiritualidad

Ciudad: Madrid

Páginas: 176

(Juan Martín Velasco) Resulta particularmente gratificante presentar esta obra, aparecida hace ya más de 20 años en los Estados Unidos, pero que sigue teniendo gran interés para los lectores de habla castellana. Su autor es profesor de teología sistemática en la Universidad de Duquesne (Pittsburgh), católico, laico, que se confiesa “fascinado por los santos, los místicos y los mártires”.

Fuego y luz pretende ser una contribución a una mejor comprensión y práctica de la teología, y, ciertamente, lo es, y muy notable. Su originalidad está en proponer a los santos como fuente para la teología, como lugar teológico del que se alimenta la reflexión sobre la fe en que consiste.

Con “los santos” el autor no se refiere tan sólo a los oficialmente declarados como tales por la canonización de la Iglesia. Se refiere a todos los creyentes realmente convertidos, a los verdaderamente creyentes, como aquéllos a los que las cartas de Pablo saludaban como “santos”. La apelación a los santos adquiere la forma de una “consulta”, en la estela de la Consulta a los fieles en materia doctrinal, con la que el cardenal Newman se proponía rehabilitar la tradición de los fieles laicos como fuente doctrinal.

En realidad, la consulta a los santos tiene mucho que ver con la atención al “sentido de la fe” de los fieles, rehabilitado por el Vaticano II. El proyecto empalma también con el tema tradicional de la experiencia como camino por excelencia para el conocimiento de Dios, y con la convergencia de la lex orandi con la lex credendi.

La obra podría dividirse, aunque el autor no lo haga expresamente, en dos partes. La primera –capítulos uno al cinco– expone la naturaleza de la teología que propone; fundamenta su legitimidad; remite a sus modelos tradicionales y al tratamiento que reviste en importantes teólogos de nuestro tiempo; enumera los problemas que comporta su realización; y destaca los frutos que cabe esperar de ella. La segunda parte –a partir del capítulo seis– propone algunos ejemplos de la luz que la consulta a los santos puede proporcionar a temas importantes de la teología.

Legitimidad y valor

Su gran valor radica en proporcionar a la reflexión sobre la fe en que consiste la teología el caudal de experiencia contenido en la vida y las obras de esos “exploradores de la trascendencia” que son los santos y los místicos. Con ella se supera el “divorcio entre teología y mística” y el empobrecimiento que supuso para la teología, eliminando así la impregnación de la teología por el racionalismo de la época moderna.

La teología de los santos empalma con la forma de hacer teología de los Padres y los grandes maestros medievales de la tradición cristiana tanto oriental como occidental. Ésa a la que se refería san Agustín, que veía en la piedad la forma más alta de sabiduría: “La sabiduría del hombre es la piedad”; la que cultivaba santo Tomás, que mantiene que “la comprensión de la Escritura puede hacerse desde las acciones de los santos”; y la que expresa con la mayor claridad san Gregorio de Palamas, que distingue entre los que “tienen una experiencia personal y directa de la presencia de Dios; aquéllos a los que les falta esa experiencia pero se apoyan en quienes la tienen; y aquéllos a los que les falta y se niegan a apoyarse en la experiencia de quienes la viven”.

Palamas condena a los últimos, pide humildad para los segundos y sólo considera teólogos en sentido pleno a los primeros. “Nuestro propósito, escribe, es transmitir la enseñanza a la luz de aquéllos a los que consideramos santos, cuya sabiduría viene de su experiencia”. Tal es, añade, “la enseñanza de la Escritura”. El autor encuentra también modelos de esta forma de hacer teología en los grandes teólogos del siglo pasado: Congar, Rahner, Urs von Balthasar. El teólogo completo, dice éste último, es “el teólogo que es también santo”.

Naturalmente, no deja de advertir que no se trata de sustituir la Escritura por el testimonio de los santos como fuente de la teología, ni de caer en una especie de recurso exclusivo a la experiencia subjetiva del teólogo o de los modelos de su teología. En realidad, los santos son testigos eminentes de la apertura al Dios revelado en Jesucristo, de escucha de su Palabra y de acogida de su revelación. Ellos, como los místicos, vivieron la necesidad de confrontar su interioridad mística con la Palabra de Dios y la autoridad de la Iglesia. La necesidad a la que se refería Orígenes de hacer confluir el agua, fruto del Espíritu, que mana en su interior, con el agua de la Escritura inspirada por el mismo Espíritu.

Grandes temas

En la segunda parte de su obra, el autor aplica el método teológico propuesto en la primera, mostrando el enriquecimiento en la comprensión de la vida cristiana que pueden aportar la experiencia y las obras de los místicos. Se refiere en concreto al tema de la noche oscura, con sus grandes representantes en la tradición mística y figuras actuales que lo han renovado en los últimos tiempos, tales como Teresa de Lisieux, Thomas Merton y Gustavo Gutiérrez.

Estudia también a san Juan de la Cruz como “pneumopatólogo”, es decir, guía seguro en el descubrimiento del lado oscuro y pecador de la humanidad; la cristología existencial de santa Teresa; y las aportaciones originales de san Francisco y santa Teresa de Lisieux a una teología renovada del ministerio que evite tanto una visión “entronizada” del mismo como una visión “anárquica” de la Iglesia. El libro se cierra con una interesante apología de la mística de la vida cotidiana.

Esta breve nota no hace justicia a la riqueza del libro que presenta. Estoy seguro de que enriquecerá considerablemente tanto la vida cristiana como la teología de sus lectores.

En el nº 2.737 de Vida Nueva.

Actualizado
13/01/2011 | 12:58
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