Una nueva mirada para las joyas de la imaginería española

El renovado Museo Nacional Colegio de San Gregorio (Valladolid) aprovecha el éxito de ‘Lo sagrado hecho real’ para mostrar su historia y su colección

Retablo de San Jerónimo, de Jorge Inglés

(Juan C. Rodríguez) El éxito inusitado de Lo sagrado hecho real –en Washington, Londres y Valladolid– descubrió el poder y la grandeza de la imaginería barroca española. Sin duda, pero más allá de la propia exposición, también ha significado para muchos el descubrimiento de su sede española: el Museo Nacional Colegio de San Gregorio. Un museo por descubrir, que apuesta ahora por abrirse al público, por narrar su pasado, por hacerse comprender y que quiere aprovechar el eco de la exposición barroca, clausurada hace dos meses, para seguir poniendo en valor una colección excepcional y única, con autores como Gregorio Fernández, Pedro de Mena, Berruguete o Juan de Juni.

“La idea principal es que la escultura sea la protagonista, contextualizarla en su época histórica y cultural. Por ello se apuesta por una presentación museográfica grata, donde las piezas tengan suficiente espacio y más luz, haciendo los espacios amables para que el visitante las contemple sin prisas y críticamente”, afirma su directora desde octubre de 2008, la historiadora de arte María Bolaños, responsable en gran parte del giro dado por un museo reinaugurado hace un año.

‘El Prado de la escultura’

Una piedad anónima

Toda esa fabulosa policromía tan característica del arte religioso español nunca ha estado tan brillantemente expuesta en 170 años de historia, una vez que al antiguo Colegio de San Gregorio se le han unido como sedes de exposiciones temporales y usos administrativos los cercanos Palacio de Villena, la iglesia de San Benito el Mayor y la Casa del Sol. “El resultado es uno de los museos españoles más atractivos e interesantes, único en su género, el ‘Prado de la escultura’, como se le ha calificado”, afirma Bolaños.

La nueva exposición permanente se reparte en 24 salas, desde la capilla funeraria de Alonso de Burgos –data de 1486 y es obra de Juan Guas y Juan de Talavera–, se va avanzando hacia los Inicios de un arte nuevo (siglo XV, salas 1 y 2), a sus fabulosas once salas de Las artes en el Renacimiento (siglo XVI, salas 3 a 13), a las ocho sobrecogedoras con Imágenes del Barroco (siglo XVII, salas 14 a 20) y que concluye como un epílogo con tres salas temáticas dedicadas a las tallas de pasos procesionales, a la memoria del Museo y al Arte y vida privada.

Entre las 200 piezas de la colección, la directora y su equipo destacan una treintena de obras bajo la etiqueta de “imprescindibles”, a partir de cinco obras que simbolizan el “nuevo arte” de transición entre el gótico y el renacimiento: una dulce piedad de 1406-1415 de autoría alemana procedente del Monasterio de San Benito el Real (Valladolid); el retablo de san Jerónimo atribuido a Jorge Inglés (1455); un anónimo leonés con el cuerpo yacente del Marqués de Villafranca (1497); un extraordinario retablo de autoría flamenca con la vida de la Virgen (1515-1520) y, sobre todo, la talla de La muerte (1522), del flamenco Gil de Ronza, construida para la capilla funeraria del deán don Diego Vázquez de Cepeda en Zamora.

Más información en el nº 2.736 de Vida Nueva. Si es usted suscriptor, lea el reportaje íntegro aquí.

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