Una nueva mirada para las joyas de la imaginería española

El renovado Museo Nacional Colegio de San Gregorio (Valladolid) aprovecha el éxito de ‘Lo sagrado hecho real’ para mostrar su historia y su valiosísima colección

Retablo de San Jerónimo de Jorge Inglés

(Juan C. Rodríguez) El éxito inusitado de Lo sagrado hecho real –en Washington, Londres y Valladolid– descubrió el poder y la grandeza de la imaginería barroca española. Sin duda, pero más allá de la propia exposición, también ha significado para muchos el descubrimiento de su sede española: el Museo Nacional Colegio de San Gregorio. En sus impactantes piezas escultóricas, en su extraordinaria colección permanente con más de doscientas piezas, básicamente del Renacimiento y del Barroco, se esconde la historia misma de la policromía española entre los siglos XV a XVIII. Una colección infinitamente más poderosa y cautivadora de lo que fue la exposición de Lo sagrado hecho real.

Una piedad anónima

Un museo por descubrir, que apuesta ahora por abrirse al público, por narrar su pasado, por hacerse comprender y que quiere aprovechar el eco de la exposición barroca, clausurada hace dos meses, para seguir poniendo en valor una colección excepcional y única, con autores como Gregorio Fernández, Pedro de Mena, Berruguete o Juan de Juni. “La idea principal es que la escultura sea la protagonista, contextualizarla en su época histórica y cultural. Por ello se apuesta por una presentación museográfica grata, donde las piezas tengan suficiente espacio y más luz, haciendo los espacios amables para que el visitante las contemple sin prisas y críticamente. Mi intención era quitar a las piezas, sin perderles el respeto, la carga trágica que durante mucho tiempo ha condicionado al museo”, afirma su directora desde octubre de 2008, la historiadora de arte María Bolaños, responsable en gran parte del giro dado por un museo reinaugurado hace un año, renacido prácticamente con una fabulosa sede remozada tras ocho años de restauración y más de 17 millones de euros invertidos, con un 30 por ciento de más fondos expuestos, con la completa renovación del concepto de colección y que, además, cambió su nombre –desde 1933 era el Museo Nacional de Escultura– y su suerte.

Las Sibilas de Berruguete

El Museo dejó de ser, pese al valor y calidad de los fondos expuestos, casi secreto, con un aumento del 60 por ciento de las visitas. Hoy recoge con incuestionable devoción gran parte de las joyas del arte escultórico de la Iglesia española, un tesoro formado por tallas, retablos, sillerías, sepulcros y relieves que llegó a manos del Estado tras las sucesivas desamortizaciones decimonónicas, especialmente las decretadas por Mendizábal entre 1835 y 1837.

‘El Prado de la escultura’

Toda esa fabulosa policromía tan característica del arte religioso español nunca ha estado tan brillantemente expuesta en 170 años de historia, una vez que al antiguo Colegio de San Gregorio –un impresionante edificio, joya del gótico tardío, “taller espiritual de Castilla”, durante los siglos XVI y XVII, que constituía su sede desde 1933– se le han unido como sedes de exposiciones temporales y usos administrativos los cercanos Palacio de Villena –que acogió la colección durante estos ocho últimos años–, la iglesia de San Benito el Mayor y la Casa del Sol. “Sin cambiar su personalidad –según afirma Bolaños–, se muestra un museo nuevo, que después de sus obras ha alcanzado otra dimensión. El resultado es uno de los museos españoles más atractivos e interesantes, único en su género, el ‘Prado de la escultura’, como se le ha calificado”.

El ‘Santo Entierro’ de Juan de Juni

La nueva exposición permanente se reparte en 24 salas, desde la capilla funeraria de Alonso de Burgos –data de 1486 y es obra de Juan Guas y Juan de Talavera–, se va avanzando hacia los Inicios de un arte nuevo (siglo XV, salas 1 y 2), a sus fabulosas once salas de Las artes en el Renacimiento (siglo XVI, salas 3 a 13), a las ocho sobrecogedoras con Imágenes del Barroco (siglo XVII, salas 14 a 20) y que concluye como un epílogo con tres salas temáticas dedicadas a las tallas de pasos procesionales, a la memoria del Museo y al Arte y vida privada.

Todas ellas concebidas bajo el criterio que su directora califica de “silla y encanto”, es decir, “que el visitante pueda descansar y la visita sea grata, aprenda y disfrute”; eso incluye información bilingüe en todas las salas, audiovisuales, cómodas instalaciones, recientes adquisiciones y piezas nunca antes mostradas.

El ‘Relieve del Bautismo de Cristo’ de Gregorio Fernández

Además, el Museo se lanza estos días a una ambiciosa campaña de conferencias y actos encaminados a mostrar su historia hasta la renovación. “La verdad es que han sido dos años vertiginosos. No sólo ha sido arrancar con la actividad en el Colegio de San Gregorio, sino también implantar nuevos proyectos divulgativos y culturales, la nueva línea museográfica y expositiva…”, indica Bolaños.

Entre las 200 piezas de la colección, la directora y su equipo destacan una treintena de obras bajo la etiqueta de “imprescindibles”, a partir de cinco obras que simbolizan el “nuevo arte” de transición entre el gótico y el renacimiento: una dulce piedad de 1406-1415 de autoría alemana procedente del Monasterio de San Benito el Real (Valladolid); el retablo de san Jerónimo atribuido a Jorge Inglés (1455); un anónimo leonés con el cuerpo yacente del Marqués de Villafranca (1497); un extraordinario retablo de autoría flamenca con la vida de la Virgen (1515-1520) y, sobre todo, la talla de La muerte (1522), del flamenco Gil de Ronza, construida para la capilla funeraria del deán don Diego Vázquez de Cepeda en Zamora.

Berruguete

‘Cristo Yacente’ de Gregorio Fernández

El prólogo al Renacimiento es el Berruguete de los retablos del monasterio de la Mejorada de Olmedo (1525) y San Benito el Real, en el que trabajó desde 1526, y que se pueden ver reconstruidos. La congregación benedictina convirtió su casa de Valladolid en un centro de poder con influencia en todo el reino, procedente de San Benito el Real es también su imponente sillería (1525-1529), obra, entre otros, de Andrés de Nájera.

El Renacimiento deja ver su temprana influencia tredentina en obras de Isidro de Villoldo (El milagro de San Cosme y San Damián, 1547), Francisco Giralte (Job en el muladar, 1550) y Pompeo Leoni (Estatua orante del Duque de Lerma, 1608).  Pero, sobre todo, en el marcado carácter escenográfico de Juan de Juni y su Santo entierro (1541-1544).

'La Magdalena Penitente', de Pedro de Mena

La magnificencia del Barroco está en Gregorio Fernández con la crucifixión conocida como Sed tengo (1612-1616), así como el Relieve del Bautismo de Cristo (1624-289) y el Cristo Yacente (1627). También en las grandes obras de Juan Martínez Montañés (San Juan Evangelista, 1638), Alonso Cano (San Juan Bautista, 1634), Pedro de Mena (La Magdalena penitente, 1664) o Vicente y Bartomé Carducho (Retablo relicario de la Anunciación, 1606-1606). Ejemplo de “trampantojo a lo divino” es una obra de Zurbarán, una pintura de rotundidad volumétrica casi escultórica, la Santa Faz (1658). Cumbre de la llamada “exacerbación” del naturalismo barroco es la tardía obra de Juan Alonso Villabrille y Ron que representa la Cabeza de san Pablo (1707). Ya rococó es la Santa Eulalia de Luis Salvador Carmona (1770). Un museo para conocer los siglos centrales del arte católico en España.

jcrodriguez@vidanueva.es

En el nº 2.736 de Vida Nueva.

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